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Ocurrencias de chamacos, iban a ir a grabar al panteón con una cámara nueva que le habían regalado a uno de sus primos, cuando de pronto se dan cuenta que los iban siguiendo, unos segundos después estaban detrás de ellos y tomaron a uno del hombro: ¿Qué andan haciendo? ¿Quieren conocer al patrón? Les dijeron y al ver que sus ojos eran completamente negros, sin la parte blanca (del ojo, llamada esclerótica) se aterraron y echaron a correr, tal vez… salvando así sus vidas.

La siguiente historia llegó de manera anónima a nuestro grupo de Mitos y Leyendas de Monterrey y del Mundo y en ella nos cuentan lo siguiente:

“Cuando era morro fui por primera vez a la Sierra Gorda de Querétaro. Era una Noche Buena, vísperas de navidad, yo tenía unos 15 años y ahí me junté con un par de primos de la misma edad.

Hubo intercambio de regalos y uno de mis primos (Ovette) recibió una cámara de esas portátiles pequeñas de Sony. Cómo en la reunión éramos los únicos jóvenes- casi niños; estábamos bastante aburridos, así que mientras los demás bailaban y tomaban, el otro primo propuso que fuéramos a grabar al panteón de la comunidad. Al fin que estaba cerca.

Nos dijo que solo teníamos que irnos hasta el final de la casa de la abuela, que era grandísima y en medio del bosque, de ahí saltarnos la reja perimetral y a un costado del camino estaba un pequeño riachuelo que pasa al lado y continua por todo el poblado y pasa al lado del panteón (para esas épocas iba seco).

Se nos hizo buena idea, así que nos lanzamos. Bajamos al río y solo podíamos oír nuestras pisadas sobre las piedras esas grandes y lisas de rio, además de poder ver un poco con las luces de las casas que había a las orillas arriba. Seguimos caminando y nos alumbrábamos de vez en cuando con la luz de la cámara (ahí nos dimos cuenta que la cámara solo tenía 1 de 4 rayitas de batería) procurando no gastar toda la batería de esta.

Continuamos caminando, solo se escuchaban nuestras pisadas, además de uno que otro ladrido de perros, de esos que se encontraban en las casas que poco a poco iban quedando atrás; para este momento ya teníamos miedo, pero pues, al fin chavos, nos negábamos a aceptarlo y hasta una que otra broma íbamos echando.
En una curva se terminaron las casas de las orillas y los árboles se volvieron tan densos que bloqueaban toda luz que pudiera llegar.
Llevábamos como 25 minutos caminando y el riachuelo era tan pequeño que apenas cabíamos los 3 pegados codo a codo… De pronto comenzamos a oír pisadas atrás de nosotros por lo que volteamos de una y con la poca luz de la cámara, logramos ver cómo a 25m a 2 señoras, 1 niño como de 10 años y un burro. Creo que todos estábamos igual de asustados y había esa sensación que te indica que estás por hacer algo muy peligroso, pero de la cual también muchas veces no hacemos caso, por la pena del «qué dirán», como queriendo demostrar algo.

Así que no tomamos mucha importancia y seguimos con nuestra idea de llegar al panteón a grabar cosas sobrenaturales, avanzamos unos minutos más y comenzamos a oír pasos que venían de enfrente hacia nosotros, volvimos a prender la cámara y nos topamos con una bifurcación, de un lado no había nada y lo que vimos del otro lado nos sacó mucho de onda. De alguna manera el niño con el burro ahora estaban frente a nosotros (no había forma de que nos pasarán sin darnos cuenta, ya que el camino era muy reducido) en lo que pensábamos ¿si seguir o qué hacer?

Observé como una mano tomaba a uno de mis primos del hombro; era de una de las señoras que ya nos habían alcanzado y nos preguntaron con una voz que aún hoy me pone la piel chinita:
-¿Qué andan haciendo por acá niños, quieren conocer al patrón?

Nos quedamos como pendejos por unos segundos, hasta que voltee a verles el rostro medio alumbrado por la tenue luz de la cámara y solo se les pude ver unos ojos negros, completamente negros, sin la parte blanca de este, además de una sonrisa bastante amplia con el contorno de la boca negra.
Me espanté como nunca lo había hecho hasta ese entonces, y reaccioné jalando al primo que tenía al lado y este a su vez jaló e hizo reaccionar al que la cosa esta tenía sujeto. Logramos correr y subir a la ribera del río, cuando volteamos para ver si nos seguían… No logramos ver a ninguna de las siluetas que nos habían aterrorizado segundos antes.

Decidimos regresar por el camino y salir a la carretera por el miedo de volver a encontrarnos algo igual, lo cual se nos hizo eterno. Llegamos cerca de 1 hora después a la casa de la abuela y para nuestra sorpresa era como si no hubiera transcurrido el tiempo, o tal vez los adultos fueron muy descuidados ya que nadie se había dado cuenta de nuestra ausencia.

A la mañana siguiente en el recalentado y aún con el miedo, aprovechamos que comenzaron a contar historias de terror para narrar nuestro relato. La abuela y dos tías que han vivido toda su vida en esa comunidad nos pusieron la regañada de nuestras vidas, nos contaron que muchas personas se pierden en esas noches sin luna, y se lo atribuyen a unas entidades que ellos llaman «nanitas» y que para nosotros serían como brujas”.

¿Qué te pareció esta increíble historia? ¡Ay nanitas qué miedo! Déjanos tus comentarios.

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