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Las placas del vehículo eran PAW-95-01, pertenecían a un Jetta rojo, el modelo no importa mucho, en este año tan comercial y abundante de mercancías casi todo es igual. Lo mismo me pasa con las plumas que compró para escribir, intentó tener la más cómoda pero casi todas sirven. 

El Jetta rojo se deslizaba por las calles del pueblo y sus alrededores, con su interior impregnado de un olor a cigarrillo y un intenso aroma a perfume clonado, como dije la abundancia de productos hace que ya no importe la calidad, su conductor, tenía los ojos fijos en el espejo retrovisor, observando cada movimiento a su alrededor. Apaga las luces de tu casa, y sentirás algo en tu espalda. Aunque la noche aquí es semi oscura y el pueblo de un silencio total, algo en la carretera le hacía sentir que no debería estar afuera.

Viajaba con la incertidumbre de no saber a quien pertenecía el cabello que encontró en la orilla del sofá, entendía que no era de ninguno de los dos.

El cabello, había sido un hallazgo inesperado. Puedes conducir a velocidades altas sin sentir la velocidad, pero si podrás sentir la duda en tus pensamientos, ese tipo de aceleración mental no la puede producir ninguna máquina, seguía mirando el cabello con creciente inquietud, tratando de imaginar quién habían estado en su casa. 

No sería la primera vez que alguien invadía su intimidad. Pero quién podría fijarse de nuevo en un hombre con zapatos negros y viejos, llenos de polvo, pantalón de mezclilla manchado por las labores del día, una playera fiusha y su siempre favorita gorra.   Si tú te enamoras o deseas a alguien, es de entender que otras personas también lo harán, sin importar todos los defectos que veamos en su esencia.

En la mañana pasó su mano por la barba, lo acaricio sintiendo la textura áspera de los días sin afeitar. Era consciente de que su apariencia descuidada no lo hacía precisamente memorable entre la multitud, sin embargo, lo amaba. Durante el día se había sentido observado, comenzaba a preguntarse si el  anonimato del cabello era solo una ilusión o un nueva desilusión amorosa.

¿Haz sentido esa presión en el pecho después de causar un problema casi irremediable, sabiendo que tú eres el primero afectado?

El corazón le latía con fuerza, la presión en su pecho se intensificaba con cada pensamiento. Había sido descuidado, y ahora las consecuencias de su incertidumbre se cernían sobre él como las nubes a finales de agosto que imponen las tormentas de septiembre. Sabía que, en última instancia, sería él quien sufriría las mayores repercusiones de sus acciones. La sensación de ansiedad lo abrumaba, como una pesada, luchaba por encontrar una solución a su dilema.

Una hora después, estaba estacionado frente a una tienda de convivencia, se le fueron unas monedas al piso al entrar, dos mujeres reían mientras pagaban. Buscó por toda la tienda, y al término de su exhaustiva búsqueda se llevó una cerveza.

Se sintió incómodo mientras recogía las monedas del suelo, consciente de las risas femeninas que resonaban en el ambiente. Trató de ignorar las miradas curiosas mientras recorría los pasillos de la tienda, su mente dividida entre la necesidad de encontrar una solución a su problema y la sensación de los ojos ajenos puestos en él, le hacian sudar las ingles, podría respirar el aroma de nerviosismo saliendo de su piel. Al final, con la cerveza en mano, se dirigió hacia la caja registradora con la esperanza de poner fin a esta noche de angustia.

La cajera fue dura y fría, en su abdomen se marcaba una cortada, instalada sobre las estrías de su vientre, era una madre enojada, después de ser despojada de una relación que tal vez fue dañina, pero que en su interior habría preferido conservar.

Él notó las marcas en el abdomen de la cajera mientras ella escaneaba la cerveza con gesto impasible. Las estrías al igual que otras cicatrices cuentan historias, algunas son luchas, batallas internas que van dejando huellas visibles en nuestra piel.

Se preguntó qué habría llevado a esa mujer a ese punto, qué historias ocultas se escondían detrás de su mirada fría y distante. Una sensación de empatía lo invadió, mezclada con un atisbo de culpa por las acciones que lo habían llevado hasta allí, lloró sin decir nada, pagó y subió de nuevo al auto.

Quiso preguntar cómo había estado su día, pero algo muy adentro le silencio las ganas, que importancia tendría hacer preguntas a un servidora muerta, puso reversa, el acelerón, lanzo al piso trasero del auto el cuerpo de un obrero atropellado.

El impacto del cuerpo resonó en el interior como un eco siniestro de sus acciones. Un escalofrío recorrió su espalda. Miró hacia adelante, con la mente turbada por el horror de lo que acababa de hacer. Pensaba que todos pueden escapar de las consecuencias, y que si aprendía a sobrevivir ese momento los fantasmas no lo acusarian en su interior.

En el periódico local, de hoy me tocó redactar la cuarta página, mi referencia de escritura era la foto de un hombre identificado como Lucio Ordóñez, encontrado sin vida en la curva con salida a la ciudad de Toluca, al parecer fue arrollado al cruzar la carretera en estado inconveniente, el reporte decía muerto por descuido y ebriedad.

El corazón de nadie, se podria detener por un instante al leer esas palabras. Leemos y escuchamos datos así todos los días. Poco impacta lo ajeno. 

Un nudo se formó en su garganta mientras escuchaba la noticia, en estos pueblos con periódicos locales aún gustan de hacer bullicio para vender, el nombre de Lucio Ordóñez, quedó en su mente.

Trodos Mercado Escritor 

 

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