Qué difícil me resulta desprenderme de las quejas tóxicas. De hecho, en esa primera frase ¡ya me estoy quejando!
Estoy de acuerdo en alzar la voz ante las injusticias y dar a conocer nuestras inconformidades. De hecho, creo que quedarnos callados ante las situaciones que nos molestan, no es la mejor manera de resolverlas.
A las quejas que me refiero, son a aquellas que resultan improductivas, innecesarias y lo único que nos dejan son emociones negativas de desánimo y frustración.
El peligro de quejarnos
Cuando nos quejamos de manera constante, es tremendamente fácil que lleguemos a desarrollar el hábito de hacerlo y, sin darnos cuenta, nos convertimos en personas negativas, de esas que tienen la habilidad de encontrar lo malo en todo momento, circunstancia o situación.
Ni siquiera es necesario expresar verbalmente nuestras quejas, cuando ya estamos habituados a ellas, los pensamientos destructivos se activan de manera automática. Como cuando en la fila del supermercado, por ejemplo, nos molesta la ropa, el escote, o la conversación de la persona que está detrás de nosotros. Quizá no la conocemos y muy probablemente jamás la volvamos a ver en nuestra vida, y sin embargo, ya le dimos el poder de fastidiarnos el día, incluso sin que se entere.
Otro peligro es cuando, al exponer alguna inconformidad, perdemos el control de nuestras emociones y terminamos no sólo bloqueando o contaminando nuestros legítimos argumentos, sino convirtiendo lo que debía ser una conversación productiva, en todo un caos que puede terminar no sólo con la intención original, puede llegar a romper la comunicación por completo.
Reto de las 52 semanas
Posiblemente has escuchado acerca del reto de las cincuenta y dos semanas para ahorrar algún dinero. Reto que consiste en guardar en una caja, bote o alcancía, de manera programada, cierta cantidad semanal hasta lograr reunir la cantidad deseada para un propósito específico.
Pues te propongo algo similar. Lleva contigo una libretita o descarga alguna aplicación en tu celular, tipo diario de agradecimiento, y cada vez que te sorprendas quejándote de algo, por mínimo que sea, “cancela” esos pensamientos y escribe mínimo tres cosas por las cuales te sientes agradecido en ese momento.
Agradece por los zapatos que llevas puestos, por la batería de tu teléfono o la tinta de tu bolígrafo. Agradece que estás comiendo o el café que te estás bebiendo… Lo que sea, agradece lo que tienes en ese preciso momento. Conserva el registro y revísalo cada semana, y a la vuelta de un año, podrás valorar lo afortunado que has sido y que posiblemente antes no habías considerado.