Su nombre era Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez. Le decían Tuco y era el feo; «Rubio» era el bueno y «Ojos de Ángel», el malo. Protagonizaron una de las películas más exitosas de su tiempo y de la historia del cine.
Al paso de las décadas ha sido considerada una obra maestra del cine de su género.
El Bueno, el Malo y el Feo» de Sergio Leone, con un presupuesto de apenas 1.2 mdd, logró cosechar 25 mdd en las salas de todo el mundo. Lejísimos de los 2 mil mdd que recaudó Avengers: Endgame, de Disney, en su primera semana, pero estamos hablando de épocas diferentes.
Fue rodada en escenarios naturales de Burgos y Almería, España, hace poco más de medio siglo (1966).
En la trama, Tuco, el güero y el de los ojos de ángel andaban detrás de una fortuna: un tesoro de 200 mil dólares en monedas de oro que alguien había enterrado. Hacia el final de la película, los tres se enfrentan en un duelo a muerte… pero dos de ellos tenían información parcial de la ubicación del tesoro. Uno sabía el nombre del panteón y el otro el de la tumba donde estaba enterrado. El caso es que quien sabe qué sucedió al final porque, le digo, hace medio siglo que la vi… excepto que El Bueno, (lo bueno que era bueno) puso al Tuco, con las manos amarradas, de pie sobre el horizontal de una cruz pero con una soga al cuello. Y se fue. Claro. A lo lejos apuntó con rifle… ¿y qué cree?.
Ahí sí ya no me acuerdo más. Lo que sí me quedó claro, es que el señor director se vio en serios problemas.
Cuando el productor le dijo que los protagonistas eran Lee Van Cleef, Clint Eastwood y Eli Wallach, pasó saliva.
– Pero… y quién va actuar?
– Los tres.
– ¿De veras? ¡In tutta la madona!!, o sea, en ¡toda la madre!, pensó Leone.
Leone sabía que los cara de piedra Eastwood y Van Cleef ponían la misma cara inexpresiva cuando estaban molestísimos, desesperados, contentos, jubilosos, tristes, dubitativos, o querían reflejar con su mirada duda, indiferencia, maldad, bondad, suspicacia o verse serios. Era la misma expresión. La única. No tenían otra.
Leone estaba en un serio berenjenal, porque le dejaron todo el peso del film a Tuco. Eli Wallach, un neoyorkino al que le dieron el papel más feo, se echó al hombro a los otros dos vaqueros y rescató la cinta.
Tuco, se pasa la película reflejando toda la gama de expresiones faciales posible y muchas más. Un genio de la actuación. Si fuese futbolista, sería un crack. En tanto que Clint, aunque era el bueno, decidió dejar la cara de bueno en la casa y portar la máscara que se le quedó para siempre y usó también en Harry el sucio, Los Puentes de Madison, Los Imperdonables y Million Dollar Baby. De hecho, la llevó en tooodas las cintas y también aquellas noches que se puso el frac y se paró en el escenario para recibir los Óscar de Los Imperdonables y Million Dollar Baby. Obviamente no por actuación, sino por mejor director y mejor película, en ambos casos.
El día que tomó posesión como alcalde de la ciudad de Carmel, California, también llevó su cara de «estoy feliz, pero me encanta disimularlo».
La voz de Clint tampoco le ayudaba mucho. Una voz pequeña, rasposa, sin fuerza, ni personalidad. Por eso susurraba siempre hasta para gritar sin hacerlo. Le pasaba lo mismo que a Marlon Brando. Su voz fue algo traumático e insuperable para una demoledora personalidad, impactante, una presencia avasalladora que en persona imponía y llenaba la pantalla. Hasta que hablaba.
Los gritos desgarradores de ¡¡Esthellaaaaaaa….. Esthellaaaaaaa!, en «Un Tranvía llamado Deseo» parecían más los gritos de la señora de una vecindad gritándole a su hija que no hallaba que al galán de la obra clásica de Tennessee Williams, convertida en un cinta icónica de la historia cinematográfica de Hollywood y el teatro mundial. Por eso, Marlon se tuvo que inventar los cachetes inflados y la voz impostada, muy gutural, apenas entendible de don Vito Corleone, en The Godfather. Genial. En el libro de Mario Puzo, no recuerdo haber leído nada de la voz y los cachetes que le puso Brando y a los cuales no creo que Francis Ford Coppola se haya opuesto. Marlon era y siempre fue Brando. Insuperable. Hasta para rechazar el Óscar. Crack. Actorazo, ese sí, ¡genial!.
Pero Lee Van Cleef un día hizo una película de vaqueros (bueno, hizo catorce mil) y se instaló en el personaje para siempre, se necesitara o no se necesitara, él adoptó la cara de malo y ahí se acomodó. Hagan de cuenta Jim Carrey o Adam Sandler, apoltronados en modo de imbéciles para toda la vida y pueden vivir –y muy bien– de ello.
Van Cleef nada más se puso la capa, el sombrero y entrecerró los ojos con esa mirada de -¿Te conozco de alguna parte?- que hace Melania Trump y listo.
Si la usó en todas sus películas, no fue problema usarla dos horas en la cinta de Sergio Leone. Piece of cake.
No solo en lo visual, la fotografía fue esplendorosa en su momento; la banda sonora que le encargaron a Ennio Morricone, excelente.
Hugo Montenegro hizo luego una versión muy buena del tema que nada le pedía a la original. En su momento Time y The New York Times, la consideraron una de las mejores películas de la historia del cine; Quentin Tarantino afirma que, desde su perspectiva, es la película mejor dirigida de todos los tiempos.
Y nos preguntamos: ¿qué habría dado Sergio Leone por haber tenido en «El Bueno el Malo y el Feo» –además de Tuco– al brillante DiCaprio que tuvo Tarantino en Django? El film de Leone no ganó nada. Excepto dinero.
Eastwood fue nominado como mejor actuación de acción, así como que bueno-nomás-para-que-no-se-sientan-mal- a un Laurel de Oro, de los Golden Laurel del Gremio de Productores de los Estados Unidos, pero no lo ganó.
Esa película no fue impedimento para que Eastwood se convirtiera en un ícono del cine norteamericano; Lee Van Cleef continuara haciendo películas del oeste y Wallach, pese a su gran calidad, jamás recibiera un Óscar de verdad, excepto uno honorífico por trayectoria.
Tuco, «El Feo» cargó en hombros a todo el elenco para ayudarlos a cruzar el río en ese film y en el póster promocional siempre salió Clint. Bien dicen que uno la corretea y otro la alcanza.
Imagina que Tuco se la pasó corriendo todo el partido, tirando pases, defendiendo en toda la cancha, tirando centros, rematando, volando de palomita y sacándola de la línea de gol, luego vino el «Rubio», al minuto 90 se tropezó con una pelota que metió con la espinilla en el otro arco… y las entrevistas todas fueron para él.
Pues ‘ora sí que… qué feo.