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Debería estar estrictamente prohibido ser pobre, y comienzo por aclarar que no me estoy refiriendo a la pobreza financiera, me refiero a la pobreza de autoestima, la pobreza de disciplina, la pobreza de entusiasmo, la pobreza de fe en ti mismo, la pobreza de ideales, y a todas esas carencias que te llevan a tener, como consecuencia lógica la pobreza financiera.

Es fatal esa mal entendida ternura con que frecuentemente los adultos dicen a los pequeños “ay, pero pobrecito”… Y lo peor es que ese tipo de expresiones suelen venir de la propia madre de aquel pequeño humano al que se le dijo tantas y tantas veces “pobrecito” y al cuál, ya de adulto, se le juzga por ser una persona sin ambición ni rumbo.

Que ya se rozó el bebé… “pobrecito”, que se cayó y se raspó la rodilla… “pobrecito”, que ya se le está cayendo el primer diente “pobrecito”, que ya le queda corto el pantalón del uniforme… “pobrecito”, que no quedó en la preparatoria que quería… “pobrecito”, que la novia lo terminó… “pobrecito”, que lo despidieron del trabajo… “pobrecito”… Y toda su vida le dijeron tantas veces ese amoroso “pobrecito” que terminaron por convencerlo. 

Entonces ¿Por qué ahora se extrañan y hasta se molestan de que se haya convertido en una pobre persona pobre?

Y por si faltaba algo, para reafirmar su baja autoestima, cualquier situación será un buen pretexto para que se haga la víctima y la gente que lo rodea le siga diciendo “ay, pobrecito”.  Sobretodo cuando descubre que victimizarse es mucho más cómodo que levantarse las mangas de la camisa y ponerse a trabajar.

Es más fácil decir “no puedo” que esforzarse y buscar la manera de poder.  Es más cómodo decir “no sé” que disciplinarse y leer, estudiar, prepararse y aprender.

Es más cómodo decir “no tengo tiempo” que levantarse antes de que salga el sol  y aprovechar esas primeras horas del día.

Si te enseñaron a ser un “pobrecito”, hoy es el momento perfecto para decidirte a tirar esa absurda etiqueta al caño y empezar a actuar como la persona capaz, valiente y valiosa que realmente eres.

 Empieza por tomar la decisión y no permitas que nadie, principalmente tú mismo, te vean como un “pobrecito”.

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Regreso a clases

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