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En alguna ocasión un maestro de literatura decía que si alguien se sentía identificado con un personaje de una novela tenía que estar loco, porque los personajes son ficticios y no se podía comparar con la vida real.

A lo largo de la vida he aprendido a valorar cada novela leída, si bien es cierto no me identifico plenamente con algún personaje me he “encariñado” con cada obra por ser parte de ciertas etapas de mi existencia.

Desde la novela de Ernest Hemingway: Paris era una fiesta, donde Hemingway relata haber vivido en pobreza, con el dinero contado para cada día y en que había ocasiones en que prefería no comer para no mortificar a su esposa. Vivía pobre, sin embargo describe ésta etapa como la más feliz. Hemingway utiliza la narrativa con un ritmo un poco lento y yo diría que tomándole gusto es muy detallista, tan específico que se puede saborear la comida y oler el ambiente que respiraba.

En Hemingway me encontré a mí misma recién casada, con un hogar apenas en construcción y con todo lo que lleva acoplarse a esa nueva vida.

En algún punto me encontré una novela que leí por estar de moda: La cabaña, de WM Paul Young. El autor hace un relato de un encuentro con Dios después de haber sufrido la pérdida de una hija, una niña inocente que sufrió hasta morir. En este libro encontré a alguien que decide hacer a Dios las preguntas que la mayoría de la gente alguna vez ha hecho: ¿Por qué paso? ¿Dónde estabas cuando sucedió eso? En el relato el autor hace un viaje interno donde encuentra respuestas a sus cuestionamientos. Estuve a punto de abandonar la lectura por parecerme demasiado fantasiosa cuando yo misma vivo una circunstancia que parte mi vida en un antes y un después. No quiero decir con esto que la novela haya sido de mi agrado por haber vivido ese hecho, solamente que fue un episodio que viví y recordaré junto a esa lectura.

 Pero como no todo puede ser tristeza y dificultad, también he gozado la picardía de Angeles Mastreta, con Arráncame la vida, las recetas de Como agua para chocolate de Laura Esquivel, que aunque su segunda parte dejó mucho que desear, me quedo con ese primer libro, donde describe a fondo el alma de una cocina, los olores, las fiestas, apasionarse en una receta.

Tengo que hacer mención especial a Isabel Allende, que la he sentido en sus novelas como una plática íntima, como si fuera mi abuela o mi madre contándome historias familiares.

Esto es y ha sido suficiente motivo para leer y seguir leyendo, encontrarse a uno mismo en algún libro y si es por eso que se tiene un poco de locura ¡que agradable estar loco!

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  1. Me gustó tu artículo. gracias. Acaso no decía Calderón de la Barca: «Y ¿qué es la vida? Una sombra, una ficción. Y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».