¿Por qué elegí la comedia? Su risa expresaba la penosa aceptación de la vida, con todo lo que nos ocasiona lágrimas y risas, sin esperanza de nada más, sin miedo de nada, pero regocijándose de todo con dulce cinismo.
Burice
Todos tenemos en nuestra infancia una etapa en la que empezamos a dar nuestros primeros pasos dentro de la comedia:
-¿Por qué a los ratones les da miedo ir al cielo?
-¡Porque le tienen miedo al gato volador!
O que tal éste, convertido recientemente en meme de internet:
-¿Qué le dijo un pollo policía a otro pollo policía?
-¡Necesitamos apoyo!
Si quiere conocer otros ejemplos, bastaría escuchar cualquier fin de semana el programa radiofónico de Mariano Osorio. Pero mi intención no es hacerle publicidad gratuita e innecesaria.
El primer chiste que recuerdo haber escuchado fue uno de papá, quién nos dijo que nació en Buenos Aires. Pero la colonia Buenos Aires de la Ciudad de México, no la capital de Argentina. El segundo era acerca de un par de hombres en un día nevado.
Uno de ellos vestido con suéter, gorro, guantes y una gruesa chamarra, que le pregunta a un vago con ropa rota y que más bien parecía disfrutar el clima gélido cómo podía no sentir frío, a lo que el vagabundo responde que por un hoyo de su ropa entra el frío y por otro sale. Al día siguiente fuimos a visitar a mi abuela, a quien le conté tales chistes, con quien comprobé porqué hay programas que tienen risas grabadas.
Si bien en la televisión existían programas cómicos a cargo de Eugenio Derbez, Jorge Ortiz de Pinedo, María Elena Saldaña “La Güereja”, Maria Elena Velasco “La india María” y películas de los clásicos como “Chespirito”, “Viruta y Capulina”, “Los Polivoces” y la saga de “La risa en vacaciones”.
Lo que usted y yo consideramos gracioso dependen mucho de nuestros criterios morales, y sobre todo nuestras experiencias vividas. John Vorhaus, en su libro “Cómo orquestar una comedia” afirma que “El humor funciona sobre un amplio espectro de grandes verdades y grandes dolores, pero también al nivel más íntimo de las verdades pequeñas y los pequeños dolores.
El truco está en que el público tenga los mismos puntos de referencia que uno.”
Eso incluye, por desgracia, los chistes sexistas, racistas y todo el humor políticamente incorrecto (por cierto, ¿hace cuánto no escucha un chiste de gallegos?). En dichas circunstancias, y sin pretender mejorar las habilidades de los xenófobos, los racistas y los machistas, es normal considerar al prójimo y al extranjero corrupto, inmoral e idiota.
Pero vuelvo a mi experiencia: después de unos años tormentosos de educación primaria, en los que hubo problemas económicos y familiares constantes además de mi primera decepción amorosa (cosa que a mi edad no ha cambiado mucho, “es una que todos se saben”) avancé a la educación secundaria, donde las cosas no mejoraron. Hasta que entré al segundo año. Como tarea de vacaciones de fin de año, nos dejaron escribir un cuento de Navidad.
Yo, pretendiendo ser “Rebelde” como la telenovela de moda, escribí tres, cuyo argumento no recuerdo muy bien:
- Zorba el Griego, Fabricio el cantante, el “perro de las dos tortas” (en México se entiende por aquél que pretende sacar provecho de dos opciones, y que termina por no obtener nada, pero aquí usado de manera literal) y “El primo de un amigo” (tomado del famoso comercial de medicamentos contra las hemorroides») se convierten en superhéroes.
- Una pastorela (llámese así a una representación teatral del momento en el que los pastores de Belén acuden al pesebre donde nació Jesucristo, y en la que se enfrentan al “Diablo”, quien con artimañas, intenta que no acudan al nacimiento del Salvador, con la ayuda, generalmente de un par de ángeles y el arcángel Gabriel) en la que el diablo intenta engañar a los pastores con cigarros, helado y figuritas (Solo basta revisar la letra de The Great Deceiver, de King Crimson para comprobar que está basada en esta historia).
- Una adaptación del cuento “Caperucita Roja” con cambios notables como un abuelito majadero y practicante de artes marciales, una Caperucita amante del futbol, y unos vendedores que casi logran que el Lobo Feroz cambie al abuelo por unos tacos al pastor.
Desde ahí quise hacer de la escritura un modo de vida. Y no sólo escribir, sino leer libros de humor. Durante los años siguientes escribía sobre casi cualquier cosa: asignaciones escolares, las dificultades amorosas, fábulas jocosas y observaciones de lo cotidiano impulsadas por mi creciente interés en la “nota roja”, de la cual me volví asiduo lector durante la prepa, tratando de mantener esos toques cómicos, irónicos y mordaces.
De vez en cuando me atrevía a exponer mi ideología política, totalmente opuesta a lo que normalmente creen los jóvenes de bachillerato, que previo a las elecciones presidenciales en México de 2012 me trajo algunos enemigos; y también por unos pesos, escribía cartas de amor para que algunos de mis compañeros se las entregaran a las chicas que les gustaban, cosa que me dejó ciertos dividendos pero que a ellos no les funcionó.
Ya ni digo cómo me fue a mí.
Al terminar la “prepa” (abreviatura de Preparatoria) pretendí convertirme en cantante, después de enterarme por radio que el periodista Pedro Ferríz de Con había decidido complementar su carrera interpretando temas románticos de la década de los 30 y 40 del siglo XX. Yo soñaba con salir de trabajar, seguir una lucecita como en la película “E.T El extraterrestre”, llegar a casa, ponerme el smoking, y convertirme en todo un “Crooner”. No funcionó tampoco.
Luego de un golpe de suerte que me dejó algo atontado, y que provocó que no me ascendieran en mi trabajo, decidí por convertirme en locutor. Estudié casi año y medio, hice un par de trabajos que salieron en radio terrestre, y fui la segunda persona en escribir sobre los muros del interior del Palacio de Bellas Artes, para obtener mi certificado de locutor categoría “A”.
Dentro de las prácticas profesionales que realicé en la escuela, conduje un “noticiero” con lo mejor de las notas de la semana: las últimas noticias, porque era el último en llegar con las noticias, y así también en otros proyectos de la radio en línea, donde batallaba porque mi análisis de los sucesos informativos se impusiera sobre entrevistas, en ocasiones, cansinas y melodramáticas. Como decía Will Rogers: “Yo no sé chistes, sólo presto atención al Gobierno y les cuento los hechos que veo”.
Y así le dije a aquella chica en la barra del bar. Ella me pregunta:
-¿Y así eres con todas?
-Sólo cuando me tengo que inventar una vida interesante –respondí después de suspirar-.