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Pinceladas fugaces

Fue un sábado por la tarde cuando conocí a Daniel. Vestía ropa holgada, a pesar del calor que se sentía ese día, él usaba una sudadera. Su rostro, denotaba hartazgo, los surcos de su frente reflejaban el tedio del día. Con sus dos manos sostenía un gran bastidor con una pintura al óleo. Era la imagen de una chica. Los rasgos muy bien delineados, y que decir de los colores, era como si la chica estuviera atrapada en el lienzo.

Él era primo de mi ayudante. Y en ocasiones, pasaba por mi trabajador para irse juntos a su casa. Ya que vivían en el mismo lugar. Posteriormente, llevó otras obras y me las mostraba para darles el visto bueno.

A simple vista, parecía ser una persona feliz y exitosa. Sus obras de arte colgaban en diversas galerías, así como en revistas culturales, varias de ellas recibieron elogios de críticos y admiradores, y su estilo único y colorido le había valido reconocimiento en el mundo del arte. Sin embargo, detrás de esa fachada de éxito y felicidad, Daniel luchaba en silencio contra sus demonios internos.

Nunca nos comentó algo negativo. Él solo sonreía cuando le decíamos que iba a llegar muy lejos referente a su don.

Desde temprana edad, Daniel había sentido un peso abrumador en su interior. Sus pensamientos oscuros y sufrimientos internos eran constantes compañeros en su vida. La pintura se convirtió en su vía de escape, en su forma de expresar el dolor y la tristeza que sintió. Cada trazo en el lienzo era un grito silencioso en busca de liberación. En los colores, las formas, los trazos, siempre eran aprovechados para liberar sus penurias.

Pero, a medida que su fama crecía, la presión también lo hacía. Las expectativas de los demás se volvieron abrumadoras. Daniel se sintió atrapado en un mundo de apariencias, donde siempre tenía que presentarse como un hombre feliz y exitoso. Pero la verdad era que se sentía solo, incomprendido y agotado.

Una noche, después de una exitosa inauguración de su última exposición, Daniel volvió a su estudio, donde la oscuridad era su única compañía. Se paró frente a un lienzo en blanco, sintiendo una mezcla abrumadora de emociones. Cogió los pinceles y comenzó a pintar con una intensidad nunca antes vista. Cada trazo era una expresión de su tormento interior. Al mismo tiempo que pintaba, lágrimas rondaban por sus mejillas. Las horas pasaron sin que Daniel se diera cuenta. Mientras pintaba, sus pensamientos se volvieron cada vez más sombríos. Sentía que su arte nunca sería suficiente, que nunca lograría transmitir la verdadera desesperación que habitaba en su interior. La pintura se convirtió en un reflejo de su propia angustia, y a medida que avanzaba la noche, el agotamiento y la tristeza se apoderaron de él.

Finalmente, cuando terminó su obra maestra, Daniel se detuvo frente al lienzo y lo contempló durante un largo momento. Sus ojos reflejaban tristeza y resignación. Sintió que su vida se había convertido en una obra de arte incompleta, una pieza sin sentido.

En ese momento, Daniel tomó una decisión desgarradora. Se dio cuenta de que no podía seguir fingiendo ser feliz, de que su arte no era suficiente para sanar su alma atormentada. En un acto de desesperación, optó por quitarse la vida. Tomó una gran dosis de raticida, así como de pastillas para dormir, logrando su escape por la puerta falsa.

La mañana siguiente, la noticia de la muerte de Daniel sacudió a la comunidad artística y a sus admiradores. Muchos se preguntaban cómo alguien que aparentaba ser tan feliz podía llegar a tomar una decisión tan drástica. Pero solo unos pocos cercanos a él sabían la verdad, conocían el dolor y la angustia que había llevado hasta el último momento.

El legado artístico de Daniel quedó como testimonio de su talento y su lucha interna. Sus obras, que antes eran interpretadas como símbolos de alegría y vida, se revelaron como ventanas a su tormento. Y su trágico final dejó muchas preguntas sin respuesta.

Quizás si hubiera buscado ayuda profesional y hablar de lo que lo atormentaba, otro habría sido su destino.

“Cuando estás feliz, disfrutas la música, pero cuando estás triste, entiendes la letra”

Edgar Landa Hernández.

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