Peligro extremo. Había pasado tiempo, quizá años que no cruzaba la ciudad o el mundo sólo para encontrarse con él, metida en su jeans inusual, se colocó sus zapatillas deportivas, miró el reloj para bajar apresurada la escalera, el sol la sorprendió tras el cristal del auto acariciando su piel canela, pensó que sería un día distinto.
Pero nuevamente la invadía ese sentimiento antiguo que la obligaba a seguir insistiendo en ocultar su identidad, lo probable era que aún estuviera siendo vigilada, su lucha diaria era conseguir una vida normal que la alejara del pasado.
A sólo siete pasos de internarse en el laberinto del subterráneo, ahí sin duda se sentiría segura, al tiempo que si requería podría facilitarse perderse entre la gente en caso de ser descubierta, en ese preciso momento el dispositivo preguntaba: ¿Dónde Estás?, voy caminando sobre la calle acordada estoy a unos metros de ti, el dispositivo respondió.
“Entonces cruzaré la calle para seguir avanzando sobre ella, ¡ya quiero verte!, por favor no tardes”,
apenas levantó la vista de entre los transeúntes que cruzaban la acera destacaba con gallardía la silueta de un metro con setenta centímetros, zancada hechizante, se notaba en su figura los hábitos y la disciplina.
Los años bien invertidos en los que no se frecuentaron, pantalón deportivo color oscuro que marcaba su cintura, posaderas duras y redondas, espalda ancha, brazos fuertes, la voz interrumpió su pensamiento mientras seguía pensando para sí ¡que guapo es!, que pena que no debo permitirme avanzar en este sentir, a fin de cuentas quince años sólo son un número.
Una vez que el reloj se detuvo, la tomó por la cintura logrando atraerla con toda la fuerza de que disponía su existencia, en principio ella se resistió al contacto de aquellos sus labios tibios y sensuales con los que a gritos le comunicaba aquello que con palabras o vocablos no se atrevía a decirle.
Sin conversarlo ahora estaban más unidos que antes, pero ambos sabían que corrían riesgo si rebasaban esa línea tan delgada, sabedores que a él tampoco le estaba permitido sentir absolutamente nada, en esa comunidad estaba prohibido expresar los sentires, positivos o negativos, exhibirlos en público podría llegar a ser motivo para ser investigado, perseguido y desterrado del territorio.
Ambos tenían que entender que la relación era estrictamente de cooperación recíproca,
su papel debía consistir estrictamente en llevarse mutuamente a alcanzar el placer, y para eso existían muchas alternativas, la común y que se obtenía de manera inmediata era sorprender a otro siendo observado con esa mirada de fascinación y embeleso.
Así era como podían mantenerse a salvo, de manera inconsciente él intentaba por todos los medios hacerle sentir lo que su figura de un metro con sesenta centímetros le representaba.
Enviarle el mensaje atinado y certero que ella en ese momento le solicitaba calladamente, que ahí justo en ese preciso momento con él estaría segura, aunque fuera sólo tan sólo lo que dura una conferencia, un taller, una entrevista o un concierto, comunicarle que el tiempo no había pasado y aún la seguía deseando.
Una y otra vez ambos lo habían repasado en su mente, y ahora que se encontraban de frente las presiones del exterior, el miedo, la psicosis de ser descubiertos hicieron lo suyo en él-
Lo único que atinaba fue conseguir escapar de esa habitación con sólo cerrar los ojos, en ese momento cayó en la cuenta que al estar desnudo siendo observado y besado por ella, estaba ya en peligro, su forma de pensar, actuar y de sentir los hizo tropezar con la felicidad.