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Un inminente viaje al sureste mexicano, Dios nos preste vida. Hurgando en los archivos, encontré esta historia que ahora comparto.

¡Híjole!, dicen que en la República Mexicana, hay muchos Méxicos. En un viaje de septiembre, no hace mucho tiempo, al occidente del país. Para ser más precisos al bello Puerto Vallarta, Jalisco. Una indeclinable, por amable y genial, propuesta de Luz María y el cuñado Paulino, El Pony, que bajaron desde Ensenada, B.C., nosotros llegamos de la Ciudad de México con mi cuñada Estela, para festejar el cumpleaños de Bertha, mi amada compañera de vida durante más de 25 años. Aunque hablando en plata, por la ley nos casamos hace cinco lustros, es decir, con protocolo, firma de acta de matrimonio y no podía faltar la convivencia familiar.

Había dos motivos poderosos para organizar el jolgorio, y qué mejor escenario y ambiente que las playas de ese paradisiaco lugar, hoy ya declarado patrimonio vacacional, de retiro y residencia de los gringos y canadienses, nuestros vecinos del norte.

Me asombró la capacidad de los que mueven al turismo, para identificar a los paisanos

Para los locales, como nos llaman los prestadores de servicios de esos fabulosos centros vacacionales, creo que incluyen al turismo clasemediero nacional, no es fácil desprenderse de una buena cantidad de ingresos, para salir un ratito de la rutina y tener la oportunidad de viajar. Solo con una buena planeación financiera, lo cual es complicado para los mexicanos, o lo más común, hacer un pequeño ahorro y etiquetarlo para ese objetivo, así como aprovechar las promociones de las agencias de turismo y otros giros afines que han surgido con la eventual integración del planeta.

Reconozco, que me asombró la capacidad de los que mueven al turismo, para identificar a los paisanos que nos damos el lujo, cuando se puede, de relajarnos en esos sitios de recreo. No olvidé dejar los huaraches y el penacho en casa, lo juro por Dios. Pero de entrada con gran amabilidad y cortesía, como lo marcan los cánones del buen anfitrión, nos reiteraban los lugareños, que nos darían precio especial por ser mexicanos, solo les faltó agregar, y sabemos que no traen mucha lana.

En fin, nos dimos a la tarea, bastante placentera, de pasear por los sitios emblemáticos de Vallarta y hasta disfrutar de buena música con cerveza y mojitos en el tradicional restaurant cubano “La Bodeguita del Medio”, en pleno corazón del Pueblo, a poca distancia de su zona hotelera y más retirado del desarrollo reciente conocido como Nuevo Vallarta, en el que se encuentra la hotelería de nueva creación y donde abundan el lujo y el buen gusto de las grandes cadenas del ramo. Este último en dirección a la Riviera Nayarit, es localidad y destino turístico del Estado de Nayarit y está en el territorio del municipio de Bahía de Banderas, ya conurbado con Puerto Vallarta.

El paraíso escondido en Vallarta

En el relato no tenía pensado dar ese marco referencial, porque no voy a recibir ni un cacahuate por la difusión, pero vale la pena delinear el contexto. Con varios lugares de interés para el turista, elegimos el segundo día ir a Yelapa, “El paraíso escondido en Vallarta”, así dice la publicidad en internet. Un pueblito al que se llega en taxi acuático, que es el medio de transporte usual.

En el encantador lugar hay una cascada que conocerá después de haber desembarcado y subir caminando alrededor de veinte minutos. Por increíble que parezca, el piloto de la lancha, después convertido en guía turístico, nos dijo que las instalaciones eléctricas del pueblo son subterráneas, con el propósito de dejar en paz los ecosistemas, flora y fauna y cuidar el medio ambiente. Este fue el compasivo prestador de servicios que al vernos nos dijo, ustedes son locales y no les cobraré el servicio de guía, solo la propina, porque es temporada baja.

De regreso estuvimos en la deliciosa playa, tranquila y con un mar transparente, en la que por cierto, más de la mitad de los visitantes eran güeros del norte.

El tercer día, del relajante viaje, ya con maletas en el auto, tomamos la carretera nuevamente, esta vez hacia Nuevo Vallarta, Nayarit. La intención era llegar a Punta de Mita. Ahí donde vacacionó alguna vez, nuestro inefable y casi expresidente EPN, ya no tiene caso recordar su nombre. Ya no llegamos a ese destino. En cambio, en el camino nos desviamos a Sayulita, un singular Pueblo Mágico a orilla del mar en la Riviera Nayarita. Tiendas hippies, práctica del surf y una amplia oferta gastronómica, con una linda playa muy al estilo mexicano, pero concurrida por muchos extranjeros venidos del norte a vivir bien con poco.

La fuerte tendencia de dolarización de las economías de esos pueblos

Antes del regreso al aeropuerto de Vallarta para volar, unos a Tijuana, B.C. y los demás a la Ciudad de México, hicimos una escala en el pueblo de Bucerías. En ese lugar, en camino hacia la playa y zona de restaurantes, las calles, lucen de lado y lado, toda clase de tiendas de artesanías y chácharas. Es ahí donde la invitación de los comerciantes que atienden los changarros, para entrar a ver su mercancía, es la misma que encabeza este texto, ”Pásele, pásele, acá le robamos menos” que me pareció sintomático de la situación social y económica que vivimos los mexicanos.
No supe si reír o llorar.

También quiero apuntar que me pareció extraño y lamentable observar la fuerte tendencia de dolarización de las economías de esos pueblos, cuando existe una gran distancia de la frontera con Estados Unidos, comentaba con Paulino. De Jalisco y Nayarit todavía hay que pasar Sinaloa y Sonora para entrar el territorio de Joe Biden.

Las cartas de los bares y restaurantes en español e inglés, los precios en pesos y en dólares. Pero todavía es más triste que su dinámica, en gran medida dependa de los flujos migratorios de norteamericanos y canadienses, que se han apoderado lentamente de estos hermosos sitios para su retiro, descanso y toda clase de excesos. Se sienten los amos y señores, y los lugareños caen rendidos ante el poder de los dólares y una supuesta superioridad racial.

Harían bien los gobiernos de México en observar y atender esa situación, que desde mi punto de vista, es una invasión extranjera a ultranza.

Cierro esta nueva catarsis de un aficionado de la escritura, copiando la expresión escuchada en una película, incluida en un Tour de Cine Francés, de los que se exhiben en cines de México. El filme es Fleuve Noir, con título en español “Sin Dejar Huellas”. Uno de los personajes relevantes del thriller es un seudoescritor que al final le escupe al investigador del caso, —Los escritores ayudamos a investigar y entender el mundo—.

Hasta la próxima.

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