La historia del colectivo Lésbico, Gay, Bisexual, Transexual, Transgénero, Travesti, Intersexual, Queer, Asexual (LGBTTTIQA) tiene hitos importantes a nivel mundial, pero por el momento no me centraré en hablar de ellos. México, por su parte tiene su propia historia LGBT+, una historia que, al igual que la de los demás países latinoamericanos, es una historia que lucha por configurar, afianzar y defender su propia identidad ante un discurso hegemónico producto de la globalización, una cultura occidental homogeneizada de cómo ser LGBT+.
La conmemoración de lo ocurrido en Stone Wall en Nueva York hace 50 años es algo de lo que se hablará en los medios internacionales con el discurso que se ha configurado en torno a una monocultura gay global; por otra parte, en México son ya 41 años desde las primeras manifestaciones en Ciudad de México, retomando este número tan ilustrativo en la historia LGBT+ mexicana, la marcha del 2019 encabeza «El orgullo de ser 41».
La visibilidad de las personas LGBT+ es un tema que a muchas personas aún les hace ruido, aún molesta e incomoda a las personas que han normalizado una sexualidad heterosexual y una concepción del género binaria; sin embargo, hay que ver qué hay detrás de este sistema sexo-género tan cerrado y conservador: la producción masiva de aparatos culturales que han formado a generaciones por años, es decir, los medios de comunicación, el arte e incluso, la religión.
Tras la revolución, el sistema político mexicano logra una solides nunca vista, la Constitución de 1917 ayudó mucho para esta estabilidad; producto del caudillismo, las gestas heroicas y hasta epopeyas en torno a los hombres revolucionarios, el romanticismo posrevolucionario y sobre todo, la época del cine de oro produce y se encarga de divulgar la cara de la masculinidad en México. La masculinidad de un hombre tosco, violento, a caballo y con el derecho de poseer a las mujeres como su objeto de placer; las películas sobre la revolución divulgan un exacerbado machismo: el hombre fuerte, valiente, dueño del espacio público; la mujer, débil, abnegada y confinada a lo privado, a la casa, a servir al hombre.
En las líneas anteriores solo señalo uno de los tantos aparatos culturales que han formado a generaciones enteras de mexicanos y mexicanas; con la llegada de la televisión y la popularización de ésta, los ejemplos son cada vez más ilustrativos: telenovelas, publicidad, eventos deportivos, ¡hasta las noticias! Por doquier se divulgaba un importante sesgo de género, un cuadrado sistema en torno a la sexualidad y, lo peor de todo, un castigo y repudio a lo diferente.
Al tomar lo anterior en consideración, me remito a la larga lucha reivindicativa de las personas LGBT+, aquellos hombres, mujeres y personas no binarias que manifiestan con sus cuerpos una imagen y discurso fuera de los cánones del sistema sexo-género hegemónico. Lo abyecto, lo diferente y muchas veces marginalizado. Las personas disidentes apoyan una sexualidad que no es exclusivamente reproductiva, expresan y viven el género fuera de lo convencional.
El espacio público ha sido ocupado principalmente por hombres heterosexuales, a qué me refiero con esto, se normalizó la visibilidad de algunas personas, se autoproclamaron dueñas de la calle y marginalizaron lo diferente. El espacio público es machista, en un sencillo ejemplo se puede observar: “está bien que los hombres estén en la calle hasta altas horas, solos o con amigos; pero una mujer debe de ‘darse a respetar’ no debe de salir sola y menos en la noche, qué van a decir de ella” Por desgracia es un pensamiento aún arraigado en muchas personas.
Por otra parte, en lo referente a la orientación sexual, históricamente las parejas heterosexuales han podido ocupar el espacio público y manifestar abiertamente su amor sin persecución, sin señalamientos, sin discriminación; comentarios como “está bien que las personas sean gais pero que no lo demuestren en público” solo refuerzan un mensaje discriminatorio y excluyente.
Los homosexuales también salen a la calle, también tienen el derecho de expresar su amor, de divertirse, de ir al cine, a un café o al parque; cualquier persona tiene derecho de ser feliz con la persona que ama, sin discriminación, sin persecución o señalamientos; cualquier persona puede expresar y vivir el género como le plazca, las barreras del pensamiento binario son mentales, artificiales. No hay nada “natural” en la sociedad, no hay nada “normal”, sino todo lo contrario, instituciones y creaciones artificiales, algunas más legitimas que otras, producciones que se imponen sobre otras; el desafío para consolidar una comunidad es lograr una convivencia armoniosa aún con las diferencias, porque las diferencias son la materia prima de la diversidad.
Una diversidad que enriquece, que nutre, que promueve sobre todas las cosas el respeto a los derechos humanos. La diversidad que año con año se manifiesta, en un performance arcoíris en medio del monocromático paradigma del binarismo, conservadurismo, injusticia social y desigualdad de género. La lucha que se inició hace décadas, continúa en nuestros días; ¿Por qué estar orgulloso? Por resistir, por vivir, por amar; aún con las adversidades, las personas LGBT+ tienen la libertad de ser quien quieran y sobre todo, el coraje para hacerlo en un mundo que aún les señala.
México ha avanzado mucho en las últimas décadas en cuanto a temas de derechos de la comunidad LGBT+, particularmente en la Ciudad de México, sin embargo, en otros estados y en otros rincones del orbe las personas siguen siendo asechadas e incluso asesinadas por ser quienes son, por amar, por su expresión de género. Aún hay países, espacios, instituciones y familias donde el amor es ilegal.
[…] —La justicia es una mierda. […]