Detrás del denso follaje, arropado por el arrullo del viento y de la suave caricia que da la brisa matutina, habita un pequeño personaje, Su nombre Oliver.
Sus zapatitos carecen de brillo, el lodo ya seco se ha encargado de cubrirlos de otro color. Su indumentaria, respuesta a lo que se ve de inmediato, el tiempo ha hecho mella en ella, su suéter, roído e incoloro, no así su faz, a la cual su sonrisa le da el toque exacto de felicidad. Oliver es un pequeño que conocimos en una comunidad llamada 5 de mayo, el cual se ubica cerca de la sierra de tlacolulan, a una hora de la ciudad de Xalapa.
Para llegar a su comunidad hay que recorrer una vía muy accidentada, con pendientes que en algunas veces se piensa que el auto no subirá más. El terreno es escabroso, lleno de paisajes inmensos que incitan a la meditación, al análisis y sobre todo a la reflexión.
Pinos, helechos, y muchas especies de flora y fauna hacen que el recorrido sea inolvidable. Nubes gordinflonas, otras más raquíticas, crean infinidad de figuras, a lo lejos, poco a poco se entrelazan con el suspiro que llega para acrecentar aún más los latidos del corazón. Mientras nos desplazamos hacia la comunidad es común ver personas a caballo, con sus perolas llenas de leche, enlodados, pero siempre muy cordiales, saludan, ¡aunque a uno no lo conozcan!
El trayecto es toda una odisea, un viaje epopéyico en donde se recrean escenarios jamás vistos. La travesía es única y así la disfruto, poco hablo y me lleno de la naturaleza, de la presencia del Dios en el que creo, el que está en todas partes y así me lo hace saber con su gran vasta obra.
Si acaso la comunidad tendrá por lo mucho unos 250 habitantes, la mayoría se dedica al pastoreo y a la ordeña, así como a elaborar carbón, para posteriormente comercializarla en la ciudad de Xalapa. Existe una pequeña clínica médica, donde el Dr. Adrián Soto, vela por la salud de los que ahí residen. Se ha ganado la confianza y amistad de los lugareños.
Oliver nos saluda, sonríe dejando ver sus diminutos dientes que están próximos a caer, él tendrá si acaso 5 años de edad, pero se desenvuelve de una manera muy ágil. El brillo de sus ojos es intenso y más cuando se le pregunta si le gusta el pastel, entonces sus pupilas se abren a más no poder y su sonrisa es tan grande que casi le llega a las orejas.
Charlamos con él y nos dice que desea una pelota, y le hacemos la promesa que así será, que la próxima vez que lo visitemos, ¡le llevaremos su pelota! Oliver es un niño feliz, con un campo enorme, jugando en completa libertad, ahí no hay miedos ni perjuicios, ahí él vive con su familia jugando a vivir en un mundo mejor.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Edgar Landa Hernández.