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Lo que ocurre en el planeta nos afecta. Pensamientos ajenos, incertidumbres que aquejan nuestras emociones. Suposiciones que tomamos como una verdad y no investigamos la veracidad de las noticias.


Las evidencias se muestran como un gran juego de cartas y cada quien las barajea a su manera. Sin embargo, a pesar de la manifestación de noticias funestas, noticias que nos asustan confirman una vez más que si no disciplinamos nuestros pensamientos, la salud decae.


Y precisamente ante estas manifestaciones de reflexión, tomé de una bella poesía del escritor y poeta Ángel Núñez Beltrán, Una línea que hoy me sirve de título de mi texto.

“No me he de rendir”.


Las decisiones erróneas nos llevan por la inexactitud de nuestra ruta. Y es ahí en donde debemos de detenernos, cavilar, y proseguir sin rendirnos. “No me he de rendir” es una frase corta pero que contiene mucho.


Hace algún tiempo, por el rumbo del barrio de “San Bruno”, cerca de la llamada “ruta dos”, aquí en mi bella Xalapa, mientras conducía mi auto, pude observar a lo lejos a una diminuta mujer. Eran ya las 10:00 pm. La señora caminaba de forma diferente, ya que ella no contaba con una parte de sus piernas. Solo tenía de la rodilla para abajo.


Para caminar tomaba una silla y ponía la pierna incompleta en el asiento, al tiempo que daba el paso, haciéndolo así sucesivamente, y por si fuera poco cargaba una vaporera con tamales que hacía para vender y ganarse unos pesos para poder sobrevivir.


Proseguí mi camino y metros adelante me detuve. La escena anterior me hizo reconsiderar y regresé a donde estaba la mujer. Con mi sonrisa característica le pregunté cuál era su destino, ella me comentó que se dirigía hacia la colonia cerro colorado, el cual era un trayecto todavía muy largo y más tratándose por las condiciones de la señora. Me ofrecí a llevarla hasta su destino, cosa que aceptó sin miramientos.


Subimos sus utensilios al auto y enfilamos hacia la colonia cerro colorado. Justo cuando creí que ya habíamos llegado, la señora me decía la dejara justo ahí, que aún tenía que bajar por una calle muy accidentada por donde no pasaban los autos, quedé sorprendido que a pesar de su discapacidad realizaba esta rutina diariamente.

Me contó su historia, el porqué de su pierna incompleta, así como la relación con sus hijos. Ella vivía sola. Y de algo tenía que sobrevivir.


Bajamos sus cosas y se fue, no sin antes dejarme una bendición y un abrazo. Después, desapareció. Agradecí por haber conocido a esa señora, aunque sé que por un día la apoyé para que no caminara mucho, al día siguiente ella realizaría la misma rutina.


Ver la forma en la que encara la vida me hizo sentir bendecido por contar con todas las partes de mi cuerpo, por valorar, por no rendirme ante la adversidad y tal como ella lo hace proseguir nuestro camino hasta que Dios nos lo permita.


Hoy esa enseñanza sigue latente en mí. Y cuando siento que la carga es pesada y no puedo más, recuerdo aquella señora, levanto mi vista al cielo y una vez más digo “No me he de rendir”.

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