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Por Martín González

Un día despiertas y sientes que la vida está pasando sin sentido, que tu vida no es como la planeaste. La mayor parte del tiempo culpamos al destino por un suceso que nos cambió la vida, o al menos, por algo que nos ha conducido a cierta situación. Culpar a la suerte es lo más fácil que tenemos a la mano para no decir que fueron mis decisiones las que me trajeron a tales consecuencias.

La juventud, donde se encuentran los años más mozos de nuestra existencia, comenzamos a trazar los primeros planos de nuestra vida adulta en el ámbito profesional, laboral, personal, sentimental, familiar; pero también es donde cada decisión que tomamos repercutirá en un futuro.

Muchas ocasiones hemos escuchado decir a nuestros padres o abuelos que la vida siempre cobra factura. Si en la juventud comienzas a ingerir alcohol o descuidar tu alimentación, lo más probable es que en una etapa mayor, cuando los años caigan encima, tengamos problemas hepáticos o gastrointestinales, que se irán haciendo crónicos con el tiempo. Si en la juventud no comenzamos a trabajar en nuestro futuro, muy difícil será cumplir metas en la edad adulta, pues es donde comienzan a reflejarse los actos de nuestro pasado.

La vida es un continuo – causa y efecto

Cada hecho implica una consecuencia, y no es cosa del destino, ni porque “Dios así lo quiso”, son nuestras decisiones las que definen nuestro presente y nuestro futuro. La vida no tiene un Ctrl Z para corregir los errores de nuestras elecciones, pero si tiene la opción de aprender de cada experiencia, que nos vuelven más sabios y más prudentes, o al menos así se supone que debería ser, porque el ser humano, es el único mamífero terco que comete los mismos errores, que peca de imprudencia; que mientras más madura, más se complica su existencia.

Querido lector, nunca te arrepientas de lo que has vivido, pues es lo único que nos llevaremos de este mundo. Si estás pasando por un mal momento, no pienses que es el destino, recuerda que son nuestras decisiones las que no llevaron a ello, pero tampoco te culpes por ello, es una lección que la vida quiso darte. Bien dice el viejo Rafiki de la película del Rey León “el pasado puede doler pero, tal y como yo lo veo, puedes huir o aprender de él”.

Si tus decisiones no te han llevado a donde tú querías, si tu vida no es como la soñabas, antes de afirmar que es culpa del destino, busca el origen que te llevó a ese estado de vida, haz las paces con tu pasado; tal vez no lo puedas cambiar pero puedes mejorar la situación, Incluso tu consejo podría salvar el futuro de alguien.

En la vida nada puede ser más trágico que la muerte. No obstante, entre millones de posibilidades, es la única segura e infalible; me disculpo por el pesimismo pero, todo en este mundo es perecedero. Por tal motivo, debes saber que en esta vida solo se aprende aprendiendo, los errores son las lecciones más fuertes que a veces nos hacen tocar fondo, pero el hombre es tan necio y terco que con soberbia continúa culpando al destino.

No se puede andar por la vida viviendo temerariamente, es por eso que una pequeña dosis de miedo, en ocasiones, es necesaria; ya que a veces nos hace detenernos a reflexionar un instante sobre las posibles consecuencias que pueden tener nuestros actos en posible futuro.

Recuerda que a veces la prudencia tiene cara miedo, y tener miedo está bien, pues es ahí donde nacer el valor.

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