Son las seis y treinta. La obscuridad ha llegado al “Parque de la Vida” de Tumbaco en la ciudad de Quito. El resto de luz se apaga detrás del volcán Pichincha. En una esquina del lugar, un grupo de jóvenes fuman con pipas, ríen y escuchan música… De repente, dos motocicletas de la policía aparecen.
Semanas atrás, en la noche, Steven estaba en su habitación, en un segundo piso, cuando oyó, lo que él pensó, eran juegos pirotécnicos. “Al principio, no le di importancia. Hasta que me llegaron mensajes al chat de WhatsApp del barrio diciendo que dispararon a un joven”. Entonces se asomó a la ventana y vio, en el parque, a un caído cerca de los juegos infantiles.
En un pueblo aún pequeño como Tumbaco, las noticias se propagan rápidamente. Lo primero que los vecinos hicieron fue relacionar esa muerte con los otros mil asesinados en Ecuador hasta mayo de 2022.
El siguiente día, el rumor más aceptado en el vecindario era: “Le han disparado por peleas de territorio entre vendedores de droga”.
Desde esa muerte en el “Parque de la Vida” la policía intenta acechar al crimen. Como esa noche, que se acercaron a los jóvenes sin ser advertidos… Se bajaron de las motocicletas y se quitaron los guantes. Les pidieron que se pongan de pie y de espaldas para requisarles. A regañadientes los jóvenes, sin ánimo de obedecer, se dejaron revisar los bolsillos y todo en lo que la policía podía meter las manos. No les encontraron nada. ¡Nada! Y confundidos, los policías, les pidieron que se retiren a sus casas. Lo que hicieron de mala gana.
Si la policía se ha visto sobrepasada por el crimen es porque está insistiendo en una estrategia que se ha comprobado que no funciona: empecinarse con el último eslabón de distribución de droga: los consumidores. Al fin y al cabo “No podemos resolver los problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos.” Einstein.
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