Este hecho trata de un joven albañil constructor de gavetas en un panteón, él era ateo y no creía en los fantasmas ni hechos paranormales, poco a poco su miedo fue creciendo al escuchar llantos y susurros diariamente hasta que el fantasma de un niño lo mandó al hospital.
Esta historia fue enviada por Ray Barret Johonson a grupos paranormales hasta que llegó a Mitos y Leyendas de Monterrey y del Mundo y se las compartimos porque en ocasiones se nos presentan los espíritus de personas que no han trascendido a la otra vida buscando ayuda, ya que ellos también se sienten solos y muchas veces no saben que ya están muertos, en este caso fue el espectro de un niño que tal vez fue asesinado de manera violenta por lo que no ha encontrado descanso y en su grito de ayuda se llevó de encuentro al albañil.
En esta historia el joven albañil que trabaja con su padre haciendo gavetas en el panteón nos cuenta: “Fui al cementerio de noche porque mi padre me obligó. «¡Cómo voy a creer que hayas dejado mi herramienta arriba de una tumba!», su regaño resonaba en mi cabeza, su mandato y su advertencia: «Te me vas al panteón ahorita y la recoges, antes de que un pelado se la robe».
Mi papá se ha ganado la vida construyendo gavetas en los camposantos y yo he sido su fiel ayudante. He sido atento a mis obligaciones como peón, pero les confieso que esta vez mi mente y mi cuerpo están totalmente paralizados por el miedo.
En repetidas ocasiones nos quedábamos hasta noche trabajando, aluzándonos con velas, linternas o la luz del mismo celular, y todo bajo el pretexto de «entregar las gavetas al patrón a tiempo”, decía mi papá.
El miedo que me tiene hoy aquí, en el hospital, no surgió repentinamente, fue un proceso gradual hasta convencerme de que existía lo paranormal, por que han de saber que como buen ateo que creía ser, no daba crédito más que a lo que experimentaban mis sentidos físicos.
Todo comenzó con leves sollozos, gemidos lastimeros y yo, creyendo que se trataba de alguien, solía perderme entre las tumbas, mirando siempre la bruma que se cernía sobre el cementerio, hasta que mi padre me interrumpía: “Juancho, ¿dónde andas hombre?, tráeme más mezcla…”
Aunque en ese momento no temía, algo me decía que debía permanecer alerta. Transcurrieron cuatro días así, y cada noche los llantos resonaban por entre las lápidas y el camposanto parecía cobrar vida con un aura tenebrosa y me fui convenciendo de que no era ninguna persona humana, o viva la que hacía esos misteriosos sonidos…
Lo más curioso es qué, le insistía a mi papá que escuchara pero jamás percibió sonido alguno, a excepción de los grillos y un riachuelo al fondo del cementerio. No olvidaré el viernes por la noche, logré identificar que el llanto era de un menor de edad, sollozaba sin cesar, buscando a su madre, escuchaba su pena y yo me atormentaba con la impotencia de no poder consolarlo, aunque a la vez, un escalofrío recorría mi cuerpo, hasta que un tablazo en mi espalda me sacó de aquel trance, era mi padre, gritándome que no me hiciera tonto, que teníamos que terminar la gavetas. ¡Y fue esa maldita noche que se me olvidó guardar la herramienta!
Y aquí me tienen, cerca de la una de la mañana caminando entre la corredera de tumbas iluminadas por la luz tenue de varias veladoras. Tenía la esperanza de que Don José el camposantero, me acompañara pero estaba tan borracho que ni se percató que le pedí permiso.
Les confieso que mis piernas se sacudían con vehemencia y mi corazón brincaba al menor ruido de la naturaleza nocturna. Llegué a la tumba. Guardé a prisa la herramienta en una mochila. Sentía un terror, un miedo de escuchar de nuevo a aquel niño… Me llegó una paranoica certeza de que alguien me observaba, así que no pude más, prendí mi linterna y con mochila al hombro me eche a correr. Me seguía algo, me atrapaba. Grité varias veces a Don José, pero fue inútil, estaba tan ahogado en su borrachera que no me escuchó. Y aún con linterna en mano de súbito pisé en vacío y caí en una fosa que estaba abierta. Escuché el golpe en seco. Afortunadamente no me golpeé la cabeza pero estuve muy sofocado.
Me iba incorporando cuando en mi oído sentí escalofriante susurro y la voz hueca de un niño que decía que no descansaría en paz, hasta que el misterio de su partida sin despedida se resolviera.
Giré rápidamente mi cabeza a donde la voz y vi flotando en la oscuridad como un holograma a un fantasma, era un rostro pálido e infantil con ojos desgarrados en sangre. Ya no supe de mí, creo que me desmaye, perdí la conciencia hasta hoy, un día después, que amanecí en el hospital, según porque me caí a una fosa y sufrí desvanecimiento. Confieso que me duele más la incredulidad de mi padre que los golpes que me di”.
Una narración aterradora que mandó al hospital al albañil gavetero, el cual su miedo le impidió brindar ayuda al espíritu del niño que busca justicia, porque quiere descubrir el misterio de su partida al más allá, quiere que su asesino pague por lo que hizo. ¿Será capaz de volver para ayudarlo?
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Por: Manuel Marroco Marroquín
28/07/23