Nieve de Kilimanjaro. Me dijeron que arruiné su pintura, por qué no le permití pensar con claridad. Lo he visto trabajar tanto que, siento que estuve ahí cuando pasó. Ha de haber tomado el pincel y por alguna razón estúpida pintó de color rojo brillante las hojas de los árboles.
Puedo imaginar la desagradable transición de rojo a verde y viceversa. Como de costumbre pensé en alguna solución, pero ya no estaba en mí ayudarlo.
Se despidió de una chica, una vez que ella se marchó contó una anécdota que vivieron juntos.
A los minutos el nombre de otra chica sale a la conversación, alguien más dice que es muy guapa y él lo confirma. El tiempo pasa lento y por momentos todavía somos. Se disculpa y advierte que dirá algo que va a incomodarme.
Una vez pregunta si después no estaré ofendida, a lo que respondí que ya no puede lastimarme más.
Nos dirigíamos a algún lugar y yo no pensaba en lo que dolía. Por la ventana del carro el anochecer se abre el paso por un cielo anaranjado. La nieve cubre las copas de los árboles y el pavimento no era más que otra capa de nieve y agua. El conductor hace un comentario, nos pide precaución antes de atravesar una laguna. El agua helada entra al carro mojándonos los pies, emocionada me recargo sobre su pecho. Reímos y nos besamos. Se rasuró la barba y su piel raspa la mía, pero no doy importancia.
Humedezco mis labios y saboreo su saliva una vez más. Le dice a otro pasajero del carro que era nuestro sueño ver la nieve en Kilimanjaro y que si deseamos algo juntos es porque hay un futuro delante. Volví a emocionarme y no evité besarlo otra vez.
Al abrir los ojos ya era media noche, estamos en la calle de mi casa, nunca hubo nieve. Bajé del auto y éste parecía que seguía moviéndose. Aventó las llaves desde su asiento y se marchó riéndose de mi o de alguna otra cosa. Me detengo a unos pasos de llegar a la puerta y logré entenderlo.
El amor ya no podrá saber a ti.
