Él era un hombre atractivo y seductor, además, tenía un empleo seguro, en el que trabajaba de lunes a viernes, de ocho a cinco y en donde la rutina lo hacía sentir como un robot… no tenía entusiasmo, no encontraba felicidad, no había ninguna motivación, pero cada fin de mes encontraba en su cuenta bancaria el pago por sus servicios, con lo que podía cubrir sus gastos, algunos gustos y hasta de vez en cuando, se podía permitir uno que otro lujo.
Ella era una mujer que cada día se esforzaba por mejorar su vida porque siempre estuvo segura de que merecía vivir en una mejor situación. Nació en un hogar humilde, su infancia estuvo marcada por tener muchas carencias y pocas oportunidades, pero fue grandemente bendecida con el don de la inconformidad y el deseo de triunfar. Siempre supo que las circunstancias que la rodeaban al nacer no eran su responsabilidad, pero que lo que hiciera con su tiempo, su vida y sus capacidades, eso sí dependería de ella y de nadie más.
¿Cómo fue que ellos coincidieron en la vida, de tal manera que decidieron compartir sus noches y sus días? Él se enamoró de ella, de su angelical sonrisa, de su entusiasmo, su optimismo y, por supuesto, de las maravillosas quesadillas que vendía en la esquina del corporativo en el que él trabajaba… Ella se sentía halagada cada vez que él la visitaba en su puesto de antojitos mexicanos, porque siempre le dejaba una buena propina de palabras amables, cumplidos coquetos y de vez en cuando una flor robada de las jardineras del camellón que dividía la avenida… Obviamente, todo esto era acompañado por una de sus encantadoras sonrisas, que él bien sabía que eran su mejor argumento para conquistar la atención de casi cualquier mujer.
Después de compartir cinco años de vida bajo un mismo techo, el matrimonio terminó
Él no supo reaccionar de manera inteligente al recorte de personal de la empresa y, después de perder su empleo, cayó en una profunda apatía que lo llevaba a quejarse de todo, todo el día, todos los días. No intentaba nada nuevo, a cualquier oportunidad le encontraba todos las razones por las que seguramente no eran adecuadas para que le pudieran funcional a él.
Mientras tanto, ella transformó su pequeño puesto callejero en lo que fue su primer negocio formal y legalmente establecido. Ahora supervisaba y atendía «La cocina de Micaela». Ella siempre supo que podía lograrlo, siempre confió en su potencial. Cada obstáculo lo convirtió en un reto para aprender, superarse y vencer… Ella nunca perdió la fe.
El enfoque equivocado
Ella estaba tan concentrada en pasar al siguiente nivel en su negocio, que incluso ya estando en casa, pasaba varias noches de desvelos entre papeles, presupuestos y proyectos… Él reclamaba atención, sintió celos, inseguridad y rabia, no aceptaba que su esposa tuviera éxito y, equivocadamente, prefirió alejarse por completo de todo lo que tuviera que ver con el negocio, distanciando al matrimonio cada día más y más.
Ella no estaba dispuesta a renunciar a su proyecto de vida, estaba determinada a triunfar… él se mantuvo sumido en sus pensamientos negativos y resignado a vivir en la mediocridad… Él no tuvo la fortaleza para acompañarla en el camino cuesta arriba… Ella no lo obligaría a mejorar.
«La cocina de Micaela» está a unos cuantos días de inaugurar su tercera sucursal.
Uso excesivo de «él» y «ella».
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