A menudo olvidamos que vivimos en un mundo dinámico, en el cual la impermanencia permea nuestros pensamientos, palabras y acciones. Este principio nos dicta que: “Todo muta y todo cambia, instante a instante, momento a momento, nada dura para siempre”.
La falta de comprensión del mismo nos ha llevado a construir una realidad ilusoria donde creemos que tenemos todo el tiempo por delante.
Reflexionemos por unos segundos: Hoy somos jóvenes, mañana viejos, hoy estamos sanos, mañana enfermos, hoy estamos vivos mañana muertos. ¿A qué edad tenemos que llegar para valorar el presente? ¡El momento es ahora!, no la semana que viene, ni el año entrante.
La vida se nos está escapando como agua que escurre entre nuestros dedos, y sin darnos cuenta seguimos aferrados a las ausencias, a las tristezas de las despedidas, en la negación de que alguien ha dejado de querernos.
Nuestra rigidez nos bloquea para soltar el pasado, perdiendo tiempo valioso en instantes que nos hicieron sentir alegres o en relaciones que ya no existen.
Hay que hacernos conscientes que en el camino encontraremos personas que nos aportarán cosas valiosas y también personas que nos perjudicaran; ambas nos dejarán algún tipo de enseñanza, pero depende de cada uno de nosotros si nos quedamos anclados en los momentos aflictivos o si los tomamos como aprendizaje para impulsarnos y seguir adelante.
Todas las personas que conocemos actualmente, se irán de nuestra vida, tarde o temprano.
Si se van es porque no tienen nada más que ofrecernos. Esto sucede porque ya no tenemos los mismos intereses, no caminamos en la misma dirección.
Necesitamos cambiar de frecuencia para buscar responsablemente todo aquello que vibre de acuerdo a lo que nos hace felices. Llego el momento de tomar nuestra mochila llena de experiencias, continuar el viaje, donde seguramente conoceremos nuevos compañeros de ruta.