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Hace 8 años caminábamos mi hijo y yo por las callejuelas de la tierra de los dioses, camino a la clínica.

Me gustaba irme caminando porque llegaba al punto que atravesábamos los campos de cultivos, campos vírgenes y silvestres donde encontrábamos plantas y animales que no eran domésticos. A unos metros de llegar a los campos de cultivo encontramos un terreno baldío que se estaba quemando, era época de estiaje así que el pasto estaba seco y había mucho humo. No había banquetas, era terracería y junto al terreno pasaban imprudentemente la gente en sus coches, digo imprudentemente porque un camino de terracería implica baches, hoyos y hasta lodo.

Fue entonces cuando vimos que un pequeño cachorro iba atravesando el  camino de terracería tambaleante y cayéndose de vez en vez, volteamos porque se oyó el ruido de un motor a velocidad alta y mi hijo sin pensarlo dos veces fue por el cachorro, lo cargó y seguimos caminando para alejarnos del denso humo.

Ya a salvo me dí a la tarea de revisar al pequeño, no podía respirar bien y tenia cerrado los ojos que lagrimeaban bastante, tosiendo y estornudando bastante el cachorro nos tuvo confianza no estaba temeroso. Limpié con un pañuelo desechable la nariz y ojos del perrito para poder seguir nuestro camino a la clínica y darle el tratamiento correspondiente para así salvarle la vida.

Llegamos a la clínica y lo atendí inmediatamente, el cachorro no opuso resistencia y tomó sus medicamentos y suero sin rezongar.

Llegó la hora de cerrar y partimos a casa con el cachorro, en casa teníamos otros perros y gatos que lo recibieron de buen agrado.

Sin embargo, entre el calor del pasto quemándose y humo le habían provocado una ceguera temporal al pequeño, entonces teníamos que llevarlo al patio a que se asoleará, al baño, a su plato con suero y comida. Lo hicimos por poco tiempo.

Semanas antes mis hijos rescatarían a un gatito siamés, también cachorro, de que lo mataran unos perros y él siempre atento a lo que hacíamos lo bautizamos como Akira Miamiasawa. Este minino fue el mejor amigo del cachorro que llamamos Pigglet. En pocos días Akira encontró la forma de ayudar al pequeño Pigglet.

Akira hacía que Pigglet se recargara en la pared, se pegaba al perrito y guiándolo lo llevaba al patio, al plato de agua con suero y los dos tomaban suero, comían y dormían juntos hasta que Pigglet recobró la vista.

Esto no impidió que su amistad continuará. Por su parte Pigglet es muy limpio como gato, atento y muy cariñoso. Akira es un gato muy protector, aunque un poco mal humorado como buen siamés marrón.

Está de más mencionar la enseñanza que nos dan pero lo que sí es seguro es que estos dos son parte esencial de mi vida.

Si hay que comenzar de cero... ¡pues comenzamos!
Aforismos

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