Mi niña fuego es valiente, es intrépida, es terca como una mula, es libre y desatada como el olor del café. Es una mezcla entre hoguera y chimenea. Vive sus días con la libertad con la que su elemento se extiende por un bosque seco en el otoño.
Le planta cara a la vida como pocos saben hacerlo, abraza sus decisiones con fervor y aunque esté errando magistralmente jamás va a reconocerlo, porque no soporta que le marquen sus errores cuando ella misma los conoce, porque ella los creó.
Es brillante y tiene cascabeles bailando en cada una de sus carcajadas. Las estrellas más resplandecientes de constelaciones lejanas le viven en cada una de las pestañas largas, rizadas y tupidas tan bonitas que tiene. Sus cejas encierran el arte de sus pintores favoritos y en sus dientes parejitos de conejo, asoman dos colmillos que, a pesar de su apariencia tierna, advierten que no hay que jugar con ella.
Cuando estás roto y en ruinas tiene el poder de sanarte el mal de amores, pero ella no es de las brujas que sana con mimos y caricias; ella te arrastra, te apalea, te hace vomitar, te hace temblar, hasta que no quede dentro de ti ni rastro del dolor que te carcomía el alma, arrasa y abrasa cada pequeña parte de tu pena hasta convertirla en finas cenizas que terminan arrastradas por el viento.
Es mi niña “hierbas”, ama hacer té y tizanas, siempre tiene un remedio natural para cualquier mal. Tiene la capacidad de una madre para sanar las dolencias del cuerpo, te cobija bajo su ala, te pone fomentos calientes y te deja ir cuando ya estás curado.
Es una magnífica conversadora y su compañía, cuando está de buenas, es exquisita. Tiende a hablar alto y fuerte, a veces creo que dos o tres rayitas más que la gente normal, pero es que ella no nació para estar callada, para ser discreta, para ser sumisa. En su interior vive el fuego y como él, ella nunca pasa desapercibida.
Se ríe a carcajadas, a todo volumen y no le importa quién la mire cuando lo hace, porque es libre y salvaje.
Es una mujer de contrastes, porque llora en silencio, cuando nadie puede escucharla ni verla, odia que la miren llorar, odia que la perciban vulnerable, porque desde pequeña aprendió que no toda la gente hace bien y como una hoguera descontrolada, a veces la quieren apagar a cubetadas de agua fría. Pero es tan temeraria que lo resiste bastante bien, y aunque a veces su brillo parezca la flama de una vela bajo un tornado, siempre resurge, más alta, más fuerte y con más calor que nunca.
Tiene miedos y muchos, pero nunca los reconoce al mundo, pelea con ellos en silencio batallas sangrientas y pocas veces sale perdiendo. Es una curiosa mezcla entre una amazona ruda, tenaz, fuerte y letal como una espada de acero valyrio y una señora refinada de los años cincuenta, que usa medias, fondo y lleva uno de esos complicados peinados de salón, que da fiestas de té en vajillas de porcelana con florecitas delicadas pintadas a mano en tacitas muy monas, que hornea sus propios postres y luego los sirve en canastas decoradas con una carpetita que ella misma tejió.
Lleva la sensibilidad de artista a flor de piel, porque no conoce otra manera de vivir la vida, porque vibra, siente y existe con la magia del arte corriéndole por las venas. Sin embargo, comprendió que no toda la gente sabe apreciar y proteger a los seres sensibles y le encontró el gusto a las máscaras, tiene una para cada ocasión pero sólo cuando aprendes a conocerla, a valorarla y demostrarle que no le harás daño se atreve a despojarse de ellas y mostrarte la belleza de ese fuego que lleva dentro, que crepita incontrolable y majestuoso, ese fuego tan sublime que no es nada más que ella misma.