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¡Mi hermosa alameda central! Aún recuerdo cuando daba mis primeros pasos sobre ti, te veía tan inmensa y hermosa, gozaba escuchando música en la fuente de cri cri, viendo a la patita con la canasta, al grillito cantor con su violín; mi memoria no recuerda a las otras estatuas, solo cantaba mientras veía cada una.

¡Que gran diversión era ir al área de juegos! aunque el miedo solo me permitía dar vueltas y vueltas en los caballitos y ver a los niños más grandes aventarse de esa resbaladilla tan enorme, no sé si era muy grande o yo muy pequeña.

Me cuentan que entre tus corredores había un zoológico, apenas tengo una vaga idea, de lo que me acuerdo muy bien es del espectáculo de periquitos los domingos.

¡Mi amada Alameda Mariano Escobedo!

Entre tu arboleda se escondía el Kínder al que acudí; desfilábamos sobre ese piso de adoquín que data de 1800, mismo por donde paseaba el General Porfirio Díaz y la gente más encumbrada de Monterrey.

Las mujeres con sus enaguas rozaron tus pisos y jardines, los caballeros apoyaron su bastón, ¡Cuantas parejas disfrutaron su romance en tus bancas! Fuiste escenario de la revolución mexicana; tus arcos antiguos enmarcan tanta historia de una sociedad tan lejana.

Hoy la sociedad tiene otros gustos, han cambiado las actividades recreativas, el gobierno destruyó tus atractivos probablemente para justificar gastos, la inseguridad se apropió del centro de la ciudad y tus escuetos arboles dejan ver una plaza solitaria.

Dicen que en los 50´s los estudiantes se reunían en el quiosco y pasaban largas tardes leyendo o estudiando, hoy la juventud no quiere saber de ti, les das pena, se avergüenzan; dicen que la gente que te visita no es de sociedad, no es de “alta gracia” son foráneos ¡que ironía! nuestro tesoro regiomontano ahora es propiedad de los inmigrantes de San Luis, es paseo exclusivo para el personal doméstico proveniente de ese estado, personas menospreciadas por su condición social. 

Tu apellido lo enlodan los puesteros, eloteros, la basura y la gente que no te conoce; atrás quedaron esos años en los que perteneciste a la encumbrada sociedad que tanta vida le diste o tanta vida te dio. Y yo, triste, contemplo tu imagen; me pregunto si me recuerdas, o si ten han mancillado tanto, que hasta la memoria te borraron.

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