Desde que eras muy pequeña ya tenías la certeza de cuál sería tu profesión. Tú naciste para esto, te lo gritaba el corazón. Lo heredaste de tus padres una gran doctora y un maravilloso doctor.
Estudiar medicina fue tu deseo y tomaste el compromiso con disciplina y firme decisión. Tú realizaste tu sueño y hoy más que nunca, eres para muchos una bendición.
Tu entrega, la pasión por tu trabajo, cada hora, cada día, cada año dedicada con amor, das tu vida procurando la vida, poniendo en cada jornada todo tu corazón.
Hasta la última gota de sangre y sudor.
Desde que éramos niñas siempre elegiste ser la doctora a la hora de jugar. Y hoy sabemos que no estabas jugando, hoy sabemos que estabas profetizando, nos estabas anunciando que tú nos ibas a cuidar.
No conoces agenda con noches o vacaciones, no te permites descansar, porque aún en tus momentos privados o personales, si alguien te necesita, siempre estás dispuesta a ayudar.
La medicina es más que tu profesión, es tu estilo de vida, es tu ritmo al respirar, es tu sudor, es tu sangre, es tu manera de amar a la humanidad.
En tus manos has recibido nuevas vidas, has ayudado a que puedan respirar, has luchado para que el débil resista, y también has tenido que dar un último adiós a quienes no pudieron más.
Tú no sacrificas tu vida, tú vives tu misión con pasión, aunque en ello vas dejando día a día, hasta la última gota de tu sangre y sudor.
Con respeto, agradecimiento y admiración.
Mi doctora favorita, hoy más que nunca reconozco y admiro tu ardua labor. Tu entrega, tu energía, tu fe y tu pasión.
La fortaleza con que día a día enfrentas esta lucha para que en cada paciente siga latiendo con fuerza su corazón. Poniendo en riesgo tu vida, exponiendo tu salud y teniendo absoluto control para que no te domine la emoción.
Gracias por sanar heridas, por salvar y cuidar la vida y por cada latido de tu corazón. Gracias por saber desde que eras niña, que serías doctora, y en eso, en verdad te digo ¡eres la mejor!