De 1973 hasta nuestra fecha las historias decadentes, de ilusiones de riquezas inagotables, del ir y venir de diferentes personajes de la política y de su mal manejo del oro negro, como base de la economía en nuestro país, se han encargado de su explotación, malversación, fraudes, venganzas políticas, despilfarro y finalmente la quiebra de PEMEX.
La mayor parte de mi familia, del lado paterno ha trabajado en Pemex, mi papá uno de ellos; por un lado, siempre agradecidos de las envidiables prestaciones que tenía la empresa; recuerdo que era el sueño de muchos trabajar en la paraestatal, al igual que en CFE; y por el otro, el despilfarro los tejes y manejes del sindicato, el manejo de las plazas, las corruptelas y contubernios del sindicato con los políticos y del pesado ambiente de trabajo.
Recuerdo que en 1978 estaba ya en el segundo año de la carrera en la UPIICSA (Unidad Profesional Interdisciplinaria y de Ingeniería Ciencias Sociales y Administrativas del IPN (Instituto Politécnico Nacional), la vocacional la terminé en el CECYT 9 (Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos) Juan de Dios Batiz, también del IPN, de lo cual me siento orgulloso de ello, por los valores, principios, formación interdisciplinaria y conocimientos adquiridos, como técnico programador y posteriormente como Licenciado en Informática con especialidad en Ciencias de la Información.
Como me costó trabajo convencer a mi mamá de que me dejara estudiar Arqueología, que era lo que más me gustaba, gracias al gusto por la lectura, que ella misma me inculcó y al maestro de historia universal de la Secundaría No. 1, Cesar A. Ruiz, que por cierto es patrimonio de la humanidad, imaginen si no, cuando el maestro que daba la asignatura era el autor del libro que se usaba en todas las secundarias a nivel nacional. A la fecha sigo admirando su excelente manejo de los cuadros sinópticos, me fascinaba su clase.
Mi mamá quería que estudiara Ingeniero Petrolero, en el IPN para trabajar en Pemex y más adelante, cuando mi papá se jubilara, yo me quedara con su plaza.
Al final llegamos a un arreglo: que yo estudiara la vocacional en la Batiz, que tiene tronco común de las ingenierías y pudiera entrar posteriormente a la escuela de Ingeniería Química del IPN, y si no me gustaba regresar a mi idea de estudiar arqueología.
La carrera en computación estaba en sus inicios; desde que empecé las clases en el CECYT quedé fascinado, estaban empezando las tarjetas perforadas, los equipos eran enormes, en cuanto a su tamaño, capacidad de almacenamiento muy limitada, pero ya desde entonces un poderoso procesamiento de datos; tenías que desarrollar mucha lógica, matemáticas, diagramación, la operación de los equipos y los lenguajes de computación, aparte de los tiempos de procesamiento hacerlos muy eficientes porque era muy caro. Fueron 3 años muy intensos de estudio y exigencia.
El premio vino después, los 2 primeros años de la carrera en UPIICSA, prácticamente en las materias de computación, los egresados de la Batiz lo sabíamos casi todo, así que había mucho tiempo para disfrutar de la vida estudiantil, muy sana, de mucha diversión deportiva, estaba de moda el futbol americano.
Mis amigos se inscribieron al equipo de la vocacional, éramos semillero para los Búhos de Ciencias biológicas, los fogoneros de la Juan de Dios Batiz; el coach Villa decía que yo corría por mi vida con mi escaso 1.60 de estatura, y la verdad es que así era, hasta que un día en un tochito con los Aguiluchos del Colegio Militar, en una corrida por la línea de scrimmage, choqué de frente con una pared, bueno, eso me pareció a mí, la realidad es que era un liniero defensivo de los Aguiluchos con el que me encontré de frente al casi cruzar la línea y ganar un par de yardas, y ahí se terminó mi corta carrera en el fútbol americano.
Poco antes del incidente estábamos regresando de entrenar en Zacatenco cuando pasamos por el flamante edificio del IMP (Instituto Mexicano del Petróleo), aún con el uniforme de entrenamiento, ya sin estar equipados, pero todos sucios y apestosos por el fragor de la batalla, cuando le pedí a mi amigo Eugenio que parara el coche frente al edificio; ¿A dónde vas? – me dijo – quiero conocer – le conteste y sin más me metí como Pedro por su casa, como a las 5 PM, no había nadie en recepción y yo seguí como si un imán me estuviera atrayendo, hasta que llegué a donde estaba el Centro de Cómputo, me quede boquiabierto, nunca había visto un equipo tan grande y hermoso como esa Sperry UNIVAC 1180, era 10 veces más grande que la Honeywell 200 que teníamos en el CECYT y la PDP 11 de UPIICSA, como niño en dulcería, así me sentí.
De repente se acercó a mí un caballero, pues solo puedo describirlo de esa manera, su traje impecable, con chaleco, corbata, bigote bien cortado, mucho porte y autoridad; me preguntó que cómo me llamaba y que estaba haciendo ahí, le comenté que estudiaba en UPIICSA y que había terminado como técnico programador en la Batiz; por cierto que por ese entonces los alumnos de la Batiz éramos muy bien cotizados en el ámbito laboral, la verdad es que yo no había hecho intentos por trabajar pues, con mi beca de estudiante y lo que me daban mis papás me alcanzaba, pero ahí fue el momento mágico.
Me dijo que, si me gustaría trabajar ahí o al menos hacer mis prácticas profesionales, enseguida le dije que sí, yo sin podérmela creer, se me quedó viendo, me dio una tarjeta y muy amablemente me dijo que fuera al otro día, a las 3 pm con la persona cuyo nombre estaba en la tarjeta, para una entrevista de trabajo, solicitándome que procurara ir bien vestido y presentable.
Le comenté a mi amigo Eugenio lo sucedido y ninguno de los dos lo podíamos creer.
Al otro día me presente puntualmente a la cita, yo nunca le pregunté a la persona que me había recibido el día anterior quien era ni que puesto tenía; vaya sorpresa cuando me pasaron con la persona que me iba a entrevistar, resultó que era el Director del Centro de Cómputo, la misma persona con la que charlé el día anterior; a él le reportaba todo el personal del área, nada más de imaginar mi cara al verlo me da un sentimiento de certeza de que la magia existe, así como la buena suerte, un encuentro con mi destino, agradecimiento al universo y sincronía.
Me entrevisto brevemente y por mi orientación y formación profesional me paso con el Director del Área de Desarrollo de Sistemas Administrativos, el Ing. Jorge Arteaga, mi primer tutor y mecenas, me enseñó todo lo que sabía, así como los secretos del lenguaje COBOL, junto con su equipo de trabajo al cual me integré, además de fomentar una gran amistad.
Los primeros 3 meses fueron de entrenamiento, donde prácticamente me permitían hacer lo que “quería” para aprender procedimientos, tecnología que usaban en programación HIPO, sistema operativo e instrucciones básicas del Sistema Operativo del equipo Sperry UNIVAC, y practicar, mucho practicar, lo que se me ocurriera e imaginara, aún eran tarjetas perforadas, cintas magnéticas, empezaban los discos duros y las pantallas, lo escribo y aún siento el aroma al entrar al site y vivir ese mundo de fantasía, casi casi como de película de Star Trek.
A los 6 meses me ofrecieron ya trabajar formalmente y no solo como practicante; en la UPIICSA nos obligaron para el quinto semestre de la carrera a ir a clases en el turno vespertino, precisamente para que empezáramos a trabajar y aplicar nuestros conocimientos a la vida productiva.
El IMP en ese entonces bajo la dirección de Agustín Straffon Arteaga y como director de Pemex Jorge Díaz Serrano, de triste historia y destino en años posteriores.
Lo importante de esto es que el IMP era el brazo tecnológico de PEMEX, en los años del auge del Petróleo, así que la Dirección de Cómputo creció al doble, de tener alrededor de 50 empleados pasamos a 100 empleados, y ahí, en ese crecimiento, fue cuando conocí a Hugo Gómez Guzmán, a la postre mi compadre, ambos en el área de control de costos, pero el en la parte de Ingeniería y un servidor en la de Administración.
Desde que nos conocimos entablamos una gran amistad, también estudiaba en UPIICSA, originario de Monterrey, coincidíamos en el gusto por el futbol y hasta jugamos en el equipo del IMP, estaba rentando un “departamento” en la colonia Peralvillo, con los escasos recursos que le mandaban desde Monterrey pues al ser parte de una familia grande no era posible tenerlos a todos en buenas escuelas, el decidió estudiar en UPIICSA y ajustarse al presupuesto asignado.
Cada 2 jueves nos pagaban en el IMP, yo tenía una VW Brasilia, vivía con mis papás en los condominios de Pemex que están en El Rosario en la frontera con el estado de México, Hugo rentaba un pequeño departamento en Insurgentes y el eje central, muy cerca de Peralvillo y del mercado de San Joaquín.
Apenas cobrábamos y nos íbamos al mercado a comprar algún mueble para ir acondicionando el “departamento de las naciones unidas”, pues ahí recaíamos todos los amigos del IMP y otros de los tantos que conocían a mi compadre, de Monterrey, Tampico y anexas.
Podían suceder dos cosas en cada viaje a Peralvillo para las compras, hasta donde cupieran los muebles en la Brasilia o hasta donde llegara la catorcena, todo de pino, natural, con el clásico toque de Peralvillo, así llegó la mesa que nos sirvió de comedor, sillas, las literas, una alacena, una cómoda, entre otros.
Procurábamos guardar para la botana y las carta blanca que no podían faltar.
Recuerdo en una de esas tertulias que le comenté que apreciaba mucho su amistad, que llegó más allá de hermanos, así que decidimos hacernos compadres, y desde ese entonces lo somos, hasta la fecha.
Me fui acostumbrando al modo de hablar de los regios, pues era costumbre en mi casa que no dijéramos groserías, cosa que hasta ahora no hago, pues mi papá nunca lo escuché decir ninguna, aunque curiosamente mi mamá si tenía su colección y nos las soltaba a mi hermanita y a mí cuando ella consideraba que lo ameritaba.
En el norte usan mucho el “güey” y en ese entonces para mí era una palabra no bien vista, hasta que mi compadre me explicó por qué se volvió tan de uso común en el Norte, al principio despectivo y luego tan común como decir «bato», en términos simples, equivalente a decir tonto o sonso, hasta que se generalizó como una expresión de amistad.
El choque generacional entre los “viejos” del área de cómputo del IMP y los nuevos, casi todos recién egresados de sus respectivas carreras de ingeniería fue una mezcla explosiva, hicimos gran amistad, laboralmente y también en reuniones y parrandas, nos llamaban el Club Quintito, programa infantil del Genaro Moreno y el tío Gamboin de los años 60 y 70.
Mi compadre me enseñó a conocer, entender y apreciar la cultura regia, su manera de pensar, su amistad y cariño, mis papás lo apreciaban mucho pues se daban cuenta de ello.
Recuerdo que el departamento casi nunca estaba sólo, siempre había visitas; creo que antes de conocer Monterrey, cuando me invitó mi compadre a los 15 años de su hermanita, yo ya lo conocía; que clima tan extremoso, cuando llegamos al bajar del camión estábamos a 32 grados y en la noche cuando probé por primera vez la arrachera en una parrillada organizada por sus papás, que por cierto desde que los conocí me recibieron, al igual que sus hermanos, hermanas, como de la familia, ya estábamos a 2 grados, mi Compadre dice que el clima más estable en México es el de Monterrey, porque siempre está de la fregada.
En una ocasión llegaron unos amigos de Monterrey a desayunar con nosotros, un sábado, parada obligada en el Mercado de San Joaquín, a comprar acelgas, varios tipos de queso, flor de calabaza y harina de trigo para preparar las clasicas tortillas de harina de trigo que son más comunes en Monterrey; en el grupo venía una chica muy simpática con una manera de hablar de esas que no puedes ni interrumpir ni opinar, recuerdo que en ese entonces estaba de moda en la editorial Bruguera las publicaciones de conozca “X”, donde X un lugar, una tecnología, una enfermedad, historia, entre otros, en 25,000 palabras.
Me tocó hacer equipo con ella para preparar parte de la comida, yo estaba alucinado, de repente se acercó Hugo a preguntarme como me estaba yendo con la chica y le comenté “aún estamos en el proceso de conozca Nuevo León en 25,000 palabras”, y vaya que lo conocí.
Hugo viajaba periódicamente a Monterrey a ver a la familia, en uno de esos viajes en el camión conoció a quien sería nuestro tercer mosquetero, Rogelio Loera, también de Monterrey, Rogelio estaba tramitando papeles para hacer una especialidad en Montreal en Biología, la verdad no recuerdo específicamente en qué, pero tenía que estar en Ciudad de México por lo menos 1 año para hacer unos propedéuticos y ver los detalles para su beca en CONACYT, como no tenía dónde vivir en Ciudad de México mi compadre lo invitó a vivir en el departamento.
Como comenté, el departamento era la casa de toda la comunidad estudiantil y no es que me sienta muy santo, pero yo, hasta que entre al IMP, no tomaba.
En las reuniones familiares nos enseñaron a todos los primos al llegar a la mayoría de edad, a “tomar” y respetábamos el comportarnos “bien”, además de que cuando tu familia no te lo muestra como un tabú o algo prohibido como que o no le encuentras chiste o aprendes a guardarle respeto, sin embargo yo con 3 gelatinas de jerez más 2 vueltas a un poste, o 3 caballitos de tequila ya estaba listo; recuerdo un día que estaba en casa con mis papás en una reunión familiar, ya me había tomado algunos tequilitas, de repente me vi en una discusión con mi mamá, y muy digno le dije “si así están las cosas, pues me voy de la casa”, se me quedó viendo, y como diríamos ahora, solo dijo “vaya bien”, baje una maleta del closet, empaqué algo de ropa, mis posters enmarcados de las vaqueritas de dallas y el de Tony Dorset, lo subí a la Brasilia y me fui al departamento de mi compadre como a las 9 de la noche, era sábado.
Llegué a la vecindad, entré hasta la puerta del departamento cargando mis maletas y mis posters, toqué la puerta, salió un amigo de Hugo, que me imagine estaba de visita, calculo medía más de 1.80, moreno, alto, se me quedó viendo como bicho raro de arriba abajo y me dijo, ¿que se te ofrece?” – vine a vivir con mi Compadre Hugo – le contesté, – no está, se fue a una fiesta, pero pásale – me preguntó mi nombre, se dio cuenta de que no estaba en mis 5 sentidos, me ayudó con mis cuadros y maletas y me dijo, “pues acuéstate en una de las literas mientras regresa Hugo”, solo recuerdo haberme acostado y enseguida me quedé dormido.
Como a las 6 de la mañana me despertó Hugo, no sé si te ha pasado de esas veces que despiertas y dices, ¿dónde estoy, apuntaron las placas, como llegue aquí?; me preguntó qué había pasado y le conté con lujo de detalle lo que había sucedido, pensé que me diría, ven vamos a desayunar y a curarte la cruda, pero no, me miró y me dijo en forma contundente “tus papás van a misa de 8, así que te da tiempo perfectamente de agarrar tus cosas y subirlas al coche, nosotros te ayudamos, llegas a tu casa, pones todo en su lugar, un baño y te acuestas, para que cuando lleguen tus papás estés en tu camita como niño bueno”, ni chisté, dicho y hecho cuando mis papás llegaron de misa yo estaba en mi camita acostado, nunca más comentamos del tema con mis papás y yo me tuve que pasar la cruda realidad acostadito como niño bueno.
Al principio de 1980 nos dieron una promoción en el IMP y organizamos una reunión en el departamento para festejar, un sábado recuerdo, invitamos a algunos de los compañeros de la oficina, la reunión se prolongó hasta ya entrada la tardes y al final solo nos quedamos Rogelio Hugo y un servidor, de repente nos dice Rogelio, “no conozco Garibaldi, ¿porque no vamos un rato?, no lo pensamos mucho, la verdad; nos preparamos con dos canastillas más de cerveza y nos fuimos a Garibaldi, que está muy cerca de donde estaba el departamento.
Ir a Garibaldi es equivalente a decir fiesta, buena comida, no solo mariachis, hay variedad de música de salsa, norteña, cabarets; pero ya enfiestados lo mejor es escuchar un buen mariachi, en eso estábamos, cheleando, cuando de repente se acercó un tipo a donde yo estaba con Hugo, se colgó literalmente de mí y me arrebató mi reloj, enseguida reaccioné y lo empecé a corretear hasta que se metió en una vecindad, igual me metí; mi compadre corrió atrás de mí, pero no entró a la vecindad, desde la puerta me pedía que me saliera, que no valía la pena y que al día siguiente me compraría otro reloj, yo muy valentonado le decía que no porque ese reloj me lo había regalado mi papá, nada me hacía cambiar de opinión, hasta que entró mi compadre, con su impactante porte de 1.85 m de altura, fuerte, con su peinado a la afro, si impactaba; se paró en medio de la vecindad, muy grande por cierto, de varios pisos, y tranquilamente les dijo que si no me regresaban mi reloj regresaría con otros compañeros de él y armaríamos un escándalo, nadie se asomó y se hizo un silencio; de repente se apareció el tipo que me había arrebatado el reloj y me lo entregó con el extensible roto y me dijo, ten tu pinche reloj y lárguense de aquí antes de que nos arrepintamos.
Tomé mi reloj, todavía bajo los influjos del alcohol, mi compadre prácticamente me cargó y salimos de la vecindad, nos encaminamos a la plaza sin decir nada, hasta que estuvimos en, digamos, un lugar más neutral que en la cueva del lobo donde nos habíamos metido; ese sentimiento extraño de reflexionar en lo que habíamos hecho, una mezcla de euforia, arrepentimiento y agradecimiento, analizando lo que acababa de pasar.
Cuando nos calmamos casi al unísono dijimos ¿y Rogelio?, lo habíamos perdido de vista y pues a empezar a buscarlo por toda la plaza, hasta que lo encontramos sentado en una banqueta, con una de las canastillas que nos quedaban, escuchando mariachis junto a quien sabe quién, que había encontrado en la plaza y pues cordialmente le invitó a degustar de nuestras cervezas y escuchar a los mariachis; no le comentamos nada, ni se dio cuenta de lo que pasó, solo lo tomamos del brazo y nos encaminamos al coche para salir del lugar y regresar al departamento, vaya aventura, aún a la fecha nos acordamos del incidente y agradecemos que no hubiera pasada a mayores.
En ese mismo año, 1980 ya estaba trabajando con nosotros una compañera que estudió desde la vocacional conmigo; en la vocacional ella estaba en otro salón, siempre fuimos muy antagónicos y de competencia entre ambos grupos, pero cuando empezamos la carrera nos hicimos muy buenos amigos, hacíamos ronda de autos para irnos desde la zona de Popotla en la CDMX, hasta la UPIICSA por el palacio de los deportes, fomentamos más nuestra amistad al trabajar en el IMP y hacer la tesis juntos.
Ahí la conoció Hugo. Ese año fue la clausura de cursos y tanto los informáticos como los industriales terminábamos la carrera, se organizó una reunión memorable de clausura, fue algo muy tranquilo y a la vez digamos extraño, pues las compañeras, parece que se hubiesen puesto de acuerdo, se enfiestaron, a tal grado que los compañeros nos dedicamos a cuidarlas, mi compadre a pesar de que estaban sus compañeros de generación, los de ingeniería, estuvo con nosotros, ayudándonos a cuidar a las compañeras.
Ceci y Hugo se casaron al siguiente año, después de terminar la tesis y titularse, ambos con mención honorifica, becados por el IMP se fueron a estudiar a USA, en la Universidad de Pittsburg en Pensilvania, allá nacieron sus 4 hijos, Ceci terminó una Maestría en Ciencias de la Información y Hugo un Doctorado en Investigación de Operaciones. Hasta la fecha conservamos una linda amistad. Más allá de los lazos que pueden unir a los hermanos, a pesar de la distancia y de que no nos vemos tan frecuentemente como quisiéramos, ese cariño entrañable de mi hermana Ceci y mi Compadre Hugo ha sido siempre una bendición en mi vida, ahora compartimos de las alegrías y felicidad que nos proporcionan nuestros respectivos nietos.