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Cinco de la madrugada, suena la alarma del despertador, me seduce la idea de quedarme unos minutos más en la comodidad abrigadora de mi cama, aunque sé que las prisas del mediodía me dirán que fue un error.

Cuando empiezo a sentir que el sueño me tiene atrapada en sus garras engañosas, tratando de convencerme de que por cinco minutos más no pasará nada, mi mente actúa en mi defensa y me trae el aroma del café recién preparado esperando en mi mesa.

Inmediatamente mi cuerpo reacciona y empiezo a sentir la emoción corriendo por cada una de mis arterias, oxigenado mis células, activando mis ideas. Ya no pienso en dormir, ahora sólo me interesa comenzar a vivir.

Dañino o divino

Llevo años escuchando que comenzar cada día con un café es un hábito dañino, que debería cambiar y mejor tomar un vaso con agua, que eso me dará más energía, sin embargo, soy rebelde, necia o imprudente, no me importa lo que digan, preparar y beber en silencio mi café de cada madrugada, es para mi como un ritual ceremonial, en el que ofrezco las tareas del día a día.

Mi primera actividad es entonces preparar ese café que, con la cómplice obscuridad de la madrugada, se convierte en un hechizo de agradecimiento y amor. Amor por la vida, amor por mis proyectos, amor por mi misma, y agradecimiento por todo lo que hoy tengo, y por todo lo que tengo la certeza que voy a lograr porque día a día, sorbo a sorbo, lo estoy construyendo.

Por toda mi casa empieza a danzar el aroma de ese café recién hecho. Sube por las paredes, se desliza por los techos, invade sin respeto, cada rincón de mi casa, de mi mente y de mi cuerpo.

Mi cómplice perfecto

Mi café de cada mañana sabe a paz, a compromiso y a esperanza. Desde el primer sorbo, ese que se siente recorrer desde la garganta hacia el pecho, me ubica en el escenario perfecto para trabajar en mis personales proyectos.

Cada madrugada me acompaña mientras planeo y visualizo todo lo necesario para que el resto de mi día sea perfecto. Me aconseja sin palabras, no sé cómo, pero basta con hacerme una pregunta, y mientras contemplo como está humeando pacíficamente desde el interior de mi taza, las ideas van fluyendo, las dudas se van resolviendo, y sin darme cuenta, ya está amaneciendo.

Mi café de cada madrugada es mi fiel compañero, mientras todos aún duermen, en intimidad, casi en secreto, nosotros, prácticamente, ya tenemos todo listo… Mi día ya está hecho.

Falsa Felicidad
Dieta mental

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