Creer o no en el destino es un tema complicado. Me inclino a pensar que no hay tal cosa como un camino marcado, pero luego hay una serie de coincidencias que inevitablemente lo obligan a una a considerar la posibilidad. En 2015 dejé mi hogar en México y me embarqué hacia un país y una ciudad que, aparentemente, no tenían nada en común con mi propia ciudad y país. Sin embargo, en noviembre de ese año, la revista Letras Libres, sacó su edición titulada “Viajeros británicos en México”. Para hacer la coincidencia todavía más interesante, uno de los artículos llevaba por título “Una escocesa en México”. Si existe el destino, definitivamente algo me quería decir al respecto.
La historia de Frances Erskine Inglis, nacida en Edimburgo (la ciudad en la que yo me encontraba) el 23 de diciembre de 1804, y cómo llegó a nuestro país, es fascinante. Estaba emparentada con los condes de Buchan, por lo que tuvo una buena educación y una vida privilegiada, hasta que su padre murió y ella tuvo que irse a los Estados Unidos. Ahí conoció a Ángel Calderón de la Barca, un ministro español en Washington con quien se casó. Posteriormente, Calderón de la Barca se convirtió en el primer embajador de España en México desde la guerra de Independencia. Fue en ese momento en el que el destino de Fanny (como le gustaba que le llamaran) y el mío se entrelazaron. Ella pintó un retrato de mi ciudad y su cultura con tanta precisión que los soldados estadounidenses usaron su libro “La vida en México durante una residencia de dos años en este país”, publicado en 1843, como referencia durante la invasión de 1846-48. Ya que me encontraba en su ciudad, 172 años después, decidí regresarle el favor. Así que empezaré de la forma en la que ella empezó su propio relato (aunque con modificaciones para que tenga sentido)
Verano, 2015. Son como las 5 de la mañana, pero ya hace un sol de mediodía. Nadie me recordó que, tan arriba en el globo terráqueo, la luz del sol se mueve distinto a lo que estoy acostumbrado, y conviene cerrar las pesadas persianas para que no sucedan este tipo de accidente… Como si no hubiese ya viajado lo suficiente con el cuerpo, empecé a hacerlo también con el pensamiento, allá lejos, hacia escenas tan distintas y tan distantes. Finalmente me quedé dormido pensando en México y ¡desperté en Escocia!
Mi primer paso afuera del aeropuerto fue recibido con un típico recibimiento escocés: viento, lluvia, y un frío más acorde al invierno que el supuesto verano en el que estábamos. Aún así, el clima ha mostrado ser igual de voluble que en México. No me quejo. Viví algunos días extraordinarios que me hacen cuestionarme si realmente esto es la Escocia que me contaban. El sol aplomo y cielos limpios, azules como solo uno se imagina en días perfectos. Era como si la ciudad me dijera “está bien. Te daré chance de disfrutar todo lo que ofrezco”. Pero conforme el invierno se acercaba, el otoño me hizo ver el otro lado de la moneda.
Lo que más me impresionó de Edimburgo fueron sus parques. Tan grandes que la gente puede jugar futbol, rugby, criquet y frisbee al mismo tiempo sin molestar a los que están recostados en el pasto, leyendo, platicando y disfrutando del sol. Desearía que la Ciudad de México tuviera parques así. Es difícil en una metrópolis tan grande encontrar un oasis, alejado del tráfico y las prisas como lo son los Medadows de Edimburgo. Es lo que más extraño. Eso y la cerveza.
Para los que están acostumbrados a ir a un pub y ver muchos tipos diferentes de cerveza, no es nada especial. Pero nunca pensé que en mi vida iba a estar tan indeciso sobre qué tomar, ¡y me encanta! No es simplemente beber por beber: es disfrutarlo. Probar distintas cervezas, saborear las diferencias, descubrir nuevos sabores. Hay tantos tipos y marcas diferentes y no creo que una vida entera te alcance para probarlas todas.
Hay muchos lugares en México para pasar un buen tiempo con amigos (cafés, bares, taquerías) y también hay muchos lugares donde seguir la fiesta toda la noche, pero no existe un punto medio. Los pubs no son parte de la escena mexicana. Lo cual es una pena, porque si quieres una cerveza, en un lugar cómodo y tranquilo, solamente platicando, lo mejor es tu propia casa. Nos perdemos las mágicas noches de vagabundear a altas horas de la noche como cientos de jóvenes escoceses lo hacen todos los días. Pero entiendo por que se quedan despiertos hasta muy tarde, paseando de un lugar a otro. Las calles de Edimburgo son únicas. Diferentes a todas las otras ciudades que he visto en mi vida. Hay edificios viejos de otras eras, pero que no dan esa sensación. Pareciera que el tiempo en Edimburgo corre muy lento, si es que corre en lo absoluto. Camino por la Royal Mile, el Old Town y el West End, y me puedo imaginar a Fanny teniendo las mismas sensaciones que yo. No creo que ella pudiera reconocer la Ciudad de México si la visitara hoy en día…
Me pregunto si ella compartiría la opinión que tiene la gente de los edimburgueses. Yo definitivamente no comparto la opinión que tienen algunos sobre los que habitamos la Ciudad de México. Aparte, generalizar la población de una ciudad es estúpido, y de una ciudad tan internacional como Edimburgo, lo es todavía más. Sin embargo, tengo que decir la verdad: lo que me contaron es que los escoceses de Edimburgo son extraños, reservados y no tan amigables como en Glasgow, por ejemplo. No sabría decirlo porque soy un extraño, reservado y no tan amistoso “chilango” (como se les dice a los habitantes de la Ciudad de México). Pero, el hecho de que todos mis amigos son de Glasgow o de otras partes del mundo, tiene que significar algo.
Todas las ciudades tienen su esencia, y la esencia de Edimburgo es una de paz, calma y tranquilidad. Es normal que la gente trate de preservar y respetar su naturaleza. Sin embargo, aparte de su muy reconocible acento, el orgullo que los escoceses tienen por su país resalta. Tienen una cultura mucho más rica que faldas, rugby y whiskey. Escocia es un país que tiene mucho que ofrecer, y que desafortunadamente es poco reconocido: historia, arte, literatura, música, leyendas…ero no gastronomía. Algo que todos los viajeros británicos tienen en común, incluida Fanny, es su enamoramiento con la comida mexicana. No los Culpo. Puedes hacer nuevos amigos, ver paisajes increíbles, ver lugares importantes y solemnes, pero nunca vas a ser capaz de hacer auténtica comida mexicana fuera de México. Especialmente si estás en un lugar tan lejano como Escocia. Apuesto a que Fanny no extrañó el Haggis, típico platillo escocés hecho con viseras de oveja.
Después de dos años, el matrimonio Calderón de la Barca dejó México y regresaron a Washington, hasta 1853 que Ángel fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores y regresaron a Madrid. Después de su muerte, Fanny fue invitada por la Reina para educar a la princesa Isabela, y pasó sus últimos días en la corte española. Fue nombrada marquesa, y murió el 3 de febrero de 1882. Como ella lo dijo en la última carta que mandó desde México: “Eso que hace dos años me parecía detestable, ¡hoy me parece delicioso! … Parecen minucias; pero, después de todo, el viajero puede comparar los juicios que ha emitido en los distintos periodos para corregirlos justo en las minucias y en los asuntos cotidianos. Las primeras impresiones son importantes si se les toma como tales; pero si se exponen como opiniones definitivas se puede incurrir en el error. Es como juzgar a los individuos por su fisonomía y sus modales, sin haber tenido el tiempo de profundizar en su carácter”. No podría haberlo expresado mejor. No importa si son cuatro años, dos meses o toda una vida. Tratar de explicar o hacer el retrato de una ciudad y su gente es una tarea sin fin. Siempre te pueden sorprender, no importa cuanta atención pongas y cuanto lo estudies.
Mil 503 palabras no se comparan con las 500 páginas que ella escribió, pero hice lo mejor para mostrar un poquito de Escocia y Edimburgo a través de los ojos de un mexicano. Mi percepción ha cambiado, y seguramente seguirá cambiando, pero ese país y esa ciudad siempre serán parte de mí, de la misma forma que México y la Ciudad de México siempre fueron una parte de Fanny.
Posdata: Como consecuencia del temblor del 19 de septiembre de 2017, mi escuela estuvo un tiempo refugiada en un edificio de la Universidad Nacional Autónoma de México. En uno de los puestos ambulantes de libros que se encuentran a las puertas del metro Universidad, un libro captó mi atención. Viejo, usado, pero con el nombre de la autora y el titulo bien claros, inolvidables. Fanny y yo volvíamos a cruzar caminos.