Meditar

Hoy en día resulta sorprendente que nuestra mente no pueda estar quieta más de unos pocos instantes sin distraerse. Son tantas las voces en nuestra cabeza que pelean por tener el control de nuestra vida, que nos dispersamos por todas partes y en todas direcciones.

Esto sucede porque ponemos mucho esfuerzo en la obtención de cosas externas, y sin darnos cuenta vivimos en una lucha constante de angustia, dentro de un torbellino de celeridad, atareándonos contantemente con actividades superfluas. La meditación es todo lo contrario, es romper por completo con nuestra forma neurótica de funcionar.

En la calma y el silencio de la meditación, vislumbramos y regresamos a esa profunda naturaleza interior a la que hace tiempo perdimos de vista con tantas ocupaciones y preocupaciones.

Hay que sentarnos con el cuerpo relajado, sin decir palabra, la mente completamente tranquila, y permitir que los pensamientos vengan y se vayan, sin aferrarnos a nada. No hay que resguardar dudas, ni preguntarnos si estamos o no en el estado correcto.

Toda práctica meditativa puede resumirse en estos tres puntos básicos:

1. Traer la mente a casa.- Significa llevar la mente nuevamente al estado de “morar en calma” mediante la práctica de la atención.
2. Soltar.- Significa liberar a la mente de la cárcel del aferramiento, ya que todo temor y ansiedad, provienen del deseo insaciable por asirse a las emociones y actitudes perturbadas.
3. Relajarse.- Significa volverse más espacioso y permitir a la mente que abandone todas sus tensiones.

La meditación es simplemente una cuestión de estar; no tiene nada que ver con “saber” o no; de hecho, cada vez que practicamos meditación tenemos que estar frescos, como si sucediera por primera vez.

(Extracto del capítulo 5 de El Libro Tibetano de la Vida y la Muerte, Sogyal Rinpoche)