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Me rehúso a pensar que lo nuestro se ha acabado. Que al olvido, indiferente, te has resignado para no volver jamás. Que ahora eres libre y surcas los vientos, rapaz, lejos de la prisión de mis brazos. Y no sabía que eso era lo que representaban mis abrazos; mis besos; mis caricias y otros retazos de mí. Que mis palabras no son el bálsamo que con un simple «te amo» alivia los fracasos, las vicisitudes. La imaginación desbordada de tu aroma cada noche. Y cada día al despertar, de nuevo el mismo reproche: la vacuidad de tu nada; el atisbo de un recuerdo asomado en la ventana; la amargura de esa ausencia que pesa como ninguna; que corta, que hiere, que duele y fulmina. Que envilece la mentira con la que amaneces, repetida una y mil veces.

 

Me rehúso a no verte. A la intransigente idea de perder al perderte. De olvidarte. De confinarte a la mazmorra de inconclusos y fragmentados ayeres. Al sosiego con el que dices que no me quieres. Que no deseas saber más de mí (tan solo así). Que te vas; que te fuiste; que no hay lugar en tu vida para otro lamento triste. Que me hieres y eso no quieres. Que te quiero y no quieres volver a escucharlo, porque te hiero. Pero la promesa se cumplió y el artífice de esa promesa ni por un instante lo dudó. Que contigo se quedó, combatiendo tus monstruos con espada y armadura; luchando bajo esa cota de malla dura, que de nada sirvió. Que se dañó. Que se arruinó y habrá que zurcir y unir a remedos, esta vez sin miedos.

 

Sí, me rehúso a perderte aunque ya estés perdida. Aunque te haya endosado el alma y llamado «mi vida»,  y ahora vague sin rumbo igual de perdida. Que busca el atavío de su otra mitad, extraviada. Su ropaje. Su mirada. Su voz de querubín reaccionando a mi lascivia endemoniada. Murmurándote a gritos, invocando el pedazo de cielo que son tus ojos. Que enardecen a su antojo mis deseos y hacen de mis anhelos su brutal tropelía; un escarnio; la promesa quebrantada en llanto; la herejía; el tormento; en mi religión más impía. Primaveras olvidadas a marchas forzadas, tan a tiro de piedra del país de las hadas. Y ahora que dominas la parábola, la elipse, la hipérbola, me despides de tu círculo; no me brindas ni un «hola». Porque de recibido nomás no lo acuso. Y me rehúso…

 

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