Caminar todo el día con elegancia y una amplia sonrisa. La frente en alto, la espalda erguida, y con pasos tan seguros que, inevitablemente, las personas se quitan del camino y guardan silencio para dejar libre el espacio y admirar a esa mujer poderosa y fuerte que frente a ellos pasa caminando.
Muchas mujeres nos hemos sentido así de poderosas, fuertes y admiradas, y es maravilloso cuando sabemos que esa postura de diva, no es postiza como las pestañas ni ganada mediante una costosa cirugía.
La altura no es por los tacones ni la belleza por el vestido entallado y el pronunciado escote.
Cuando entiendes que tu poder y belleza es parte inseparable de tu propia naturaleza, no existe desmaquillante que pueda borrar tu hermosura.
Acepto el cansancio
Hay momentos en que el día resulta estresante, por los retos, por los triunfos y el aprendizaje de esas experiencias a las que a veces confundimos con fracasos.
Esos días en que lo único que deseo es llegar a casa para quitarme los tacones, ponerme una bata holgada y retirarme todo el maquillaje. Esos días en que el llegar a casa y tirarme en el sofá, se convierte en el mejor momento.
Y cuando esos días se repiten uno tras otro a lo largo de la semana y decido escapar del mundo sin importar que sea martes, jueves o domingo, y salgo a caminar por algún sendero lleno de flores silvestres, y camino con mis viejos tenis y mi pantalón deportivo… ¡Que maravilloso paseo! De esos que te llenan de energía y te reactivan la mente.
Una pausa necesaria
Caminar todo el día de un lado a otro como partiendo plaza, recibiendo miradas buenas y una que otra mala palabra. Es parte del precio por el éxito que voy construyendo a cada paso que doy con mis tacones nuevos… Pero cuando me siento cansada, es necesario hacer una pausa.
Busco y defiendo mi espacio, mi sillón y mi momento. La altura me la dan mis pensamientos, mis valores y mis conocimientos. Así que con toda confianza, me quito los zapatos altos y me pongo mis tenis viejos.