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Recorrer los casi 21 kilómetros de las 2 etapas en la que se divide el malecón de la llamada Perla del Pacífico, es una gran experiencia que vuelvo a vivir después de más de 30 años de visitar por primera vez la ciudad y puerto de Mazatlán.

Este malecón que es un corredor de 13 millas o 21 kilómetros considerado el más largo del mundo. La vía está compuesta por 9 secciones que van desde la zona del Centro Histórico hacia el norte de la ciudad.

Viajar en una “Pulmonía”, o pasear a bordo de una “Auriga” escuchando música a todo volumen, degustar un ” Ceviche de Sierra”, unos camarones al aguachile acompañados de una “Ballena” de Cerveza Pacífico bien helada, te hace recordar las estrofas del inmortal José Alfredo Jiménez quien en su célebre “corrido a Mazatlán”, evoca que en esta tierra ” hasta el más pobre se siente millonario”. A quienes me conocen y saben de mis gustos musicales, les ha de extrañar que invoque la música de banda, pero a la tierra que fueres haz lo que vieres o más bien lo que escuches.

Caminar en las cercanías de la Plaza Machado y de la catedral mazatleca, consagrada a la virgen de la inmaculada Concepción, contrasta con la parte más cosmopolita de la urbe, localizada en la llamada zona dorada. Que turista que visite esta tierra de los conocidos como los “Patas saladas”, apodo que les viene por la actividad pesquera que ha sido una de las bases de la economía de la región, no aprovecha para tomar fotografías de los bellos atardeceres o amaneceres en esas playas bañadas por las aguas del Pacífico.

También los ” selfie-adictos”, tienen escenarios perfectos para satisfacer esa adicción en los monumentos erigidos a la memoria de dos sinaloenses ilustres como el inmortal Pedro Infante, cuya efigie evoca a su personaje de “Pedro Chávez”, en ese clásico del cine mexicano ” A toda máquina”.

Por el mismo rumbo, se encuentra la imagen de Lola Beltrán ” Lola la Grande”, quien como en su recordada “Paloma negra”, nos motiva a ” agarrar por nuestra cuenta, las parrandas. Además de ver los monumentos al “Pescador”, las “Pulmonías”, o al compositor José Angel Espinosa “Ferrusquilla”, o la famosa “Cueva del Diablo”.

Continuando la caminata por esa avenida y recuperando un poco de fuerzas con un delicioso “Chilorio” o unos “Frijoles Puercos” (saludos Edy Diaz), alcanzamos a llegar al cerro donde se encuentra el legendario faro, centinela luminoso que orienta a las embarcaciones que buscan abrigo en el puerto o trasladan a turistas en su travesía por el también denominado Mar de Cortes.

O decepción, al intentar visitar la casa-museo de Pedro Infante, en la calle Constitución de esta ciudad, ya que un sujeto mal encarado, impide el acceso a la misma, bajo el argumento de “estar en remodelación”.

No podría este heredero de las tradiciones del Club Cañabar, no evocar quizá la fiesta más popular de esta ciudad, como lo es su Carnaval, el más famoso del país, en donde se aprecia el ingenio de los artesanos que elaboran los carros alegóricos y que decir de la belleza de la mujer sinaloense, que engalana los carromatos, que desfilan a lo largo y ancho del malecón, a través de las diversas denominaciones que mantiene durante su trayecto esta avenida costera.

No podría rematar estas líneas, sin hablar de otra de las pasiones de los habitantes del lugar, que es el denominado Rey de los deportes, alentando a los Venados, particularmente cuando se enfrentan a sus rivales territoriales, como son tanto los Cañeros de Los Mochis o los Tomateros de Culiacán y antaño, los Algodoneros de Guasave.

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