Maldita la hora en que decidí dejar inconcluso los estudios a pesar de que mis padres me dieron todas las oportunidades. Maldita la hora en que me sentí mayor y buscando independencia me involucré en una relación que más bien parecía una prisión. Maldita la hora en que le dí libertad a mis hijos creyendo que estaban listos para tomar una buena decisión. Maldita la hora en que renuncié a un buen empleo por perseguir un sueño que nunca existió.
Maldita la hora, sí, pero no me arrepiento. Porque gracias a todas esas vivencias, hoy soy fuerte y puedo enfrentar las consecuencias de todas aquellas malas decisiones y entender que yo no soy culpable de lo que los demás viven, simplemente soy la responsable de lo que vivo yo y solamente yo.
¿Qué hubiera pasado?
¿Qué hubiera pasado si hubiera seguido estudiando? Tal vez hubiera tenido una carrera exitosa, o tal vez no. Tal vez hubiera sido feliz, o tal vez no. Tal vez hubiera conocido a alguien mejor, o tal vez no. Tal vez hubiera sido una mejor madre, o tal vez no. Tal vez hubiera tenido un trabajo estable, o tal vez no. Tal vez hubiera cumplido mi sueño, o tal vez no.
No lo sé, y no me importa. Porque lo que sí sé es que cada decisión que tomé me enseñó algo. Me enseñó a valorar lo que tenía, a luchar por lo que quería, a aceptar lo que no podía cambiar, a perdonar lo que me dolía, a soltar lo que me ataba, a amar lo que me hacía feliz.
No voy a negar que hubo momentos difíciles, momentos en los que me sentí sola, triste, frustrada, enojada, decepcionada. Momentos en los que quise rendirme, volver atrás, cambiar el rumbo. Momentos en los que me pregunté por qué a mí, por qué así, por qué tanto.
Momentos
Pero también hubo momentos hermosos, momentos en los que me sentí acompañada, alegre, satisfecha, orgullosa, esperanzada. Momentos en los que quise seguir adelante, aprender más, crecer más. Momentos en los que me respondí por qué no, por qué sí, por qué tanto.
Así es la vida, una mezcla de momentos buenos y malos, de aciertos y errores, de risas y llantos. No se trata de lamentarse por lo que pudo ser y no fue, sino de celebrar lo que es y lo que será.
Maldita la hora, sí, pero bendita la vida que vivo hoy, bendita cada hora, bendita yo.