Esta mañana las palomas revoloteaban en mi ventana de manera extraña(mal presagio), no llegaron en el grupo amplio que acostumbraban, su estado de ánimo estaba apagado. Al levantarme percibí un olor a fruta en invierno, era una mezcla de mangos, cerezas y guayabas.
El rocío de la mañana acariciaba mi piel en el balcón, desde donde veía el majestuoso río Sinú; en las escaleras de la muralla se posaron dos aves carroñeras negras, grandes, fornidas, de plumaje brillante como haciendo un ritual, danzaban representando una disputa por una presa invisible.
Se me ocurrió que la presa era mi cadáver. Estaba admirado por la hermosura de estas misteriosas aves que con sus movimientos rítmicos y coordinados me embelesaron.
Cuando terminó la puesta en escena de las aves carroñeras, giré mi cuerpo y una bandada de palomas blancas y negras volaron a mi alrededor como una estela luminosa atornasolada, en ese momento comencé a levitar, ellas me sostenían. De repente me soltaron, caí al piso temblando, miré al cielo y dije:
—¿Esto será un mal presagio? —
Después me dirigí a mi lugar de trabajo para iniciar mi rutina entre libro y libro, recordando los tomos que había leído y los textos que me faltaban aún por escudriñar y devorar.
Al mediodía salí de la biblioteca departamental y caminaba hacia el parqueadero, accioné la alarma de mi automóvil, pero no respondió; me sentí confundido porque en veinte años dejando mi vehículo en ese lugar nunca me había pasado algo así. Precisamente ese día tenía la celebración de mis quince años de matrimonio, iba a llegar tarde al encuentro con mi esposa. De repente, cuatro sujetos me bloquearon el paso y me llené de pánico, sin embargo, les dije:
—Por favor señores déjenme pasar, tengo un compromiso muy serio—
Mal presagio…
Se hicieron oídos sordos, así que, lleno de miedo y rabia, los empujé con ímpetu cayendo al suelo, corrí lo más a prisa que pude, sentí un fuerte dolor en mi pierna izquierda, al caer toqué la parte afectada y mi mano derecha quedó empapada en sangre, vi en el suelo un charco escarlata de olor ácido; cuando me quise levantar otro impacto de bala afectó mi hígado y fallecí por una hemorragia interna con un sabor a pólvora en mi lengua, hilos de sangre tibia recorriendo mis labios esparciéndose por mi cuello.
—¡Nooo! —
Me desperté sudoroso y llorando. Fue una horrible pesadilla.
Que susto,que bueno que solo fue una pesadilla, buen relato Charly crea una atmofera de intriga y temor que le permite al lector dejar volar la imaginación y adentrarse en la historia.
Gran dramatismo onírico. Saludos desde Mérida. 😊
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