Se dice que todo tiempo pasado fue mejor pero no es el caso, sino que los tiempos que se viven son diferentes, ni mejores ni peores. Aunque se piense lo contrario, cada época de la vida del ser humano ha tenido sus altas y sus bajas, en todas se han presentado guerras, enfermedades, crisis económicas, políticas y sociales, es la capacidad que tiene el individuo de adaptarse a su medio y superar sus retos lo que le lleva de una etapa a otra no solo a sobrevivir sino a vivir en plenitud.
El reflejo de la sociedad es el reflejo de cada familia que la conforma y el reflejo de la familia está basado en la educación y formación de los hijos, misma que no hace mucho tiempo era responsabilidad de los padres de familia y no de los maestros escolares; era claro que los niños recibían educación en sus casas e instrucción en las escuelas, es difícil establecer cuándo se dio el cambio en que los padres dejaron en manos de los maestros la educación de sus hijos.
Las bases de la educación en el hogar son marcadas por las reglas de urbanidad y de conducta que se transmiten de padres a hijos por generaciones enteras y que se rigen de acuerdo a una serie de códigos de conducta acordes a las costumbres de cada pueblo y de cada época.
Las normas de urbanidad son las que facilitan las relaciones de convivencia con el entorno social del individuo, el respeto hacia nuestros semejantes y una conducta que manifieste los buenos modales permiten desarrollar un sentido social en el individuo que pasa de considerar el “yo” en que sus intereses personales son únicos al “nosotros” en el que los intereses de la comunidad son relevantes para crear esa conciencia del ser y pertenecer a la humanidad.
Mucho se ha perdido desde los tiempos en que los padres enseñaban a sus hijos unas normas de conducta y buenas maneras que se basaban en los valores morales y el respeto en la familia y los maestros en las escuelas impartían las materias de civismo y ética que concientizaban a los alumnos de sus deberes para con la sociedad y la Patria.
Al irse relajando esta disciplina se ha creado un caldo de cultivo para el desorden social, somos ahora testigos o actores de conductas que dañan nuestro entorno, desde arrojar basura a la calle o dejar parques y playas como chiqueros, hasta vivir en un medio altamente agresivo en que el bullying en las escuelas se ha normalizado o el alto indice de inseguridad que se vive en las calles a plena luz del día, sin mencionar la forma irrespetuosa en que se trata a las mujeres o a los ancianos amén de la falta de consideración hacia nuestros vecinos o nuestros compañeros de escuela o trabajo.
Desde principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX se popularizaron en los Países Hispanoparlantes una serie de libros de urbanización y buenas maneras siendo altamente aceptados y aplicados en las familias de clase media y alta, a su vez dieron base a las escuelas que complementaban la enseñanza de los buenos modales y conducta a través de clases de ética y civismo, por lo cual gracias a la socialización que se da en el ámbito escolar de primera y segunda enseñanza la aplicación de esas reglas de conducta se hizo extensiva a las clases menos privilegiadas siendo el respeto la columna vertebral de esa proyección social.
La forma de inculcar las buenas maneras en los hogares fundamentalmente se aplica por medio del ejemplo de los padres y la enseñanza verbal de las mismas que repetidamente aplicadas da como resultado el aprendizaje en los hijos que aportan la buena conducta tanto en la escuela como en la calle.
De estos libros tan populares hasta el siglo pasado, el más relevante fue el “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras” de Manuel Antonio Carreño, publicado en 1853 y del cual actualmente se puede bajar en la red una copia en formato PDF.
Aunque muchas de las acepciones utilizadas en el Manual de Carreño pueden ser señaladas como fuera de contexto en la época actual, es interesante leerlo y ubicarse en el tiempo y espacio en que fue escrito y las necesidades que cubrió por más de un siglo en la enseñanza de las buenas costumbres dentro del entorno familiar.
El Manual marca una serie de normas de los usos y las costumbres de su tiempo, pero puntualiza una serie de códigos, valores, actitudes y conductas a seguir por los hombres y las mujeres de ese tiempo, época en que fue patente el respeto hacia los padres y los abuelos, hacia las personas mayores, los espacios y los servicios públicos, en que los graffittis no existían ni se dañaba el transporte, en que el médico, el sacerdote, el maestro, el policía, el cartero y el servicio doméstico eran respetados.
Siempre, en todas las épocas, han existido criminales, prostitutas, rateros, pero sus actividades se realizaban al amparo de la noche, de los callejones oscuros, de los barrios plenamente identificados como peligrosos y a los que no acudía la generalidad de la población.
Hoy en día se vive un ambiente caótico, lo vivimos en los hogares en que la gran mayoría de las familias requieren que ambos padres trabajen para solventar las necesidades básicas de los hijos, quienes a su vez quedan al cuidado de los abuelos o de personas que no tienen la capacidad de educarlos y solo los atienden en lo elemental, esto da como resultado que los niños se regirán por los hábitos aprendidos en las escuelas mismas que carecen de las guías de ética y civismo en los programas educativos.
La falta de educación es clara en nuestro entorno, lo vemos en las redes sociales: tras una pantalla y con un teclado es fácil para muchos hacer uso de estas redes para agredir, insultar y denostar sin base alguna a cualquier persona que se atreva a emitir una opinión, ya sea de política, cocina, cine, no importa el tema, dar una opinión es detonante para algunas personas que se erigen en juez y parte, que califican y descalifican mostrando una falta de instrucción, ya que es obvia la carencia de comprensión de la lectura y de capacidad de tolerancia y respeto hacia los demás.
Es importante el rescate de las normas de urbanidad más elementales que signifiquen la regulación de la conducta que afecta todas los aspectos de la vida, tanto familiar como social, que aligere el día a día de cada uno, que nos concientice en el sentido de que no somos un yo único, sino que somos parte activa y proactiva de nuestro entorno, haciéndonos responsables de un nosotros que favorezca la convivencia social.
Los tiempos cambian y las costumbres cambian con ellos, pero la educación jamás pasara de moda.