Los tecajetes
De vez en cuando es sano mudar de aires. Permutar, dar la vuelta y recorrer alternando sitios, situaciones, relevar escenarios al pensamiento.
No he salido de mi ciudad, sin embargo, hoy veo sus cambios, son notorios. Cambia la fisonomía, cambian las gentes, cambian las amistades, cambian las costumbres.Es tan complicado sustituir recuerdos, sería mejor relevarlos, no alterar las emociones tan abruptamente.
Hoy veo de diferente forma. Sin deformar el contexto. En algunas zonas la ciudad es desfigurada, se transforma momentáneamente, cuál promesa vana que en el aire se disuelve hasta buscar refugio en la nada. Después de años de no visitar el parque de los tecajetes, hoy lo hice en compañía de mi familia. Me detuve un instante, cerré por segundos mis ojos, imágenes varias hicieron una conglomeración de recuerdos.Mi sonrisa se hizo presente. Fue por ver el verde color de las plantas, por escuchar el sonido del correr del agua de la fuente, mientras que, en los estanques, como artículos de ornato, unas tortugas modelaban su figura con su caparazón geométrico. Enormes peces multicolores creaban un caleidoscópico paisaje de figuras atrayendo mi atención sin distraerme de ello. Por fin, esta vez no permanecí distraído tal como me lo decía mi padre cuando algo llamaba mi atención. Hoy soy testigo de los cambios, no únicamente de ese parque en el cual cuando tomado de la mano de mis padres veíamos las nutrias darse un remojón, hace ya más de 40 años. Hoy me di cuenta de que aquel niño que mojaba su rostro en esas aguas, también se ha trasformado.
Tantas emociones reunidas hicieron que brevemente reposara en una de las bancas. Fue tan fuerte que tuve que inhalar profundamente. Observé todo. Ver cómo los padres jóvenes cuidan de sus pequeños, hoy sé que los niños crecen sin remedio, sin darnos cuenta de que su infancia sucede en un abrir y cerrar de ojos. Y justo en el corazón de la ciudad existe ese oasis llamado tecajetes. Tuvo que pasar mucho tiempo para volver a deleitarme del paisaje, y hoy que lo volví a ver, sientes la extrañeza de reconocer lo conocido trasformado.Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa
Édgar Landa Hernández.