Cierro mis ojos, me lleno de todo el oxígeno posible y empiezo a dar rienda suelta a mi imaginación. Se apodera de mí, me vuelvo otro, tal como lo hacía El Dr. Jekyll y Mr. Hide. Escribo sin ton ni son, al amor, a la vida, a las cosas y al tiempo. A los que ya partieron; a los que aún no nacen, a los que quiero y también a los que no.
Escribo para sobrevivir una realidad efímera, una que vaya a la par con este sentir que abraza y me deja quieto. Le pongo el sentir a mis palabras, las adorno con adjetivos, las peino con sustantivos y elocuencias varias. Miro, observo, a los novios, a las parejas que sufren, a los que aman, a los señores de la tercera edad también les doy su oportunidad y plasmo sus vidas en los sentimientos olvidados entre huellas de abandono y carencias de cariño.
Encuentro en las palabras la libertad que anhelo, la respuesta sin luz que pretende enredarme en los laberintos sin salidas de las incertidumbres.
Escribo para volver a la vida, para descubrir las galaxias y sentarme en ellas, a jugar con las nubes y brincotear en la luna, a atrapar estrellas y guardármelas en mis bolsillos.
Escribir es hacer de la primavera la mejor de las estaciones, a sonreír con el invierno teniendo al otoño de invitado, mientras un verano tararea la melodía de la nostalgia que hace feliz mi corazón.
Escribo cuando respiro al amor, el que brota y me destroza, pero me vuelve a la vida, me acurruca en su rincón, y vuelve a la carga. Disputas en desvaríos que se sitúan en mis caminos, que se atiborran de belleza y las encuentro sublimes y perturbantes.
Me enamoran las palabras, las complejas y las sencillas, las que con ellas sonrío, las que en la soledad me acompañan, simplemente escribo para poder juntar la realidad con la ficción en un abrazo silencioso que atenúen el sentir que esboza mi forma de ser.