Dentro del remanso de la aurora, aun en el silencio que se deprende de un entorno de vida, de viento. De hojas que aún se niegan a soltar las ramas volviéndose un desenlace irrefutable.
En el efímero espacio de un otoño que se hace presente y así se siente y lo vivo.
Instantes que pasan como flashes dentro de una bóveda craneana que se atiborra de sucesos que, a la postre emergen en mis líneas, en las que de una u otra forma son parte de mí. De mi estado emocional.
Hago una pausa y mi compañero de aventuras, el vigía de lo que acontece alrededor del bosque, el que con sus ladridos ahuyenta al desconocido y hace lo propio con los que ama me ve y suplica por que abra la ventana para que, como todas las mañanas: también maravillarse de la naturaleza.
Y así lo hago, justo a un costado de la ventana que da al jardín, entre olores de humedad y verdor, de esperanza y fe, le acomodo su lugar, su espacio. El que le pertenece desde que está con nuestra familia, y de un salto trepa y se acomoda.
Y mientras el café se enfría, toby permanece a la expectativa, observa, mueve su cabeza dejando que sus inmensas orejas se sacudan como lo hace el ramaje en medio de los aires intranquilos propios de esta época.
Lo he visto muchas veces que se queda paralizado, con su vista al cielo, tal como lo hago cuando las cosas no van bien y busco consuelo en lo que no se ve, pero existe.
Únicamente lo observo, no lo interrumpo. La agudeza de su olfato es tal que percibe aún en lo distante, levanta su negra nariz y abre una y otra vez sus orificios para llenar su sentir de lo que a mí me fascina, el oxígeno que nos mantiene erguidos.
Hay ocasiones que se mantiene quieto y me observa durante el otoño, y así permanece inmóvil, estático. Únicamente con su mirada creando una especie de iridiscencia que se vuelve inefable.
Toby es parte de nuestra familia, así como lo es scrappy.
Se los comparte su amigo de la eterna sonrisa.