En la radio de mi camioneta, una melodía. ¿Qué pasará mañana cuando te hayas ido? Mientras que, en la carretera, una fila interminable de vehículos.
Después de la lluvia, la calma. El asfalto humea, el vapor saluda y se esparce entre tantos autos, se convierte en fantasma. Los pregones de los vendedores ofrecen, tienen que hacerlo, de lo contrario; no llevarán el sustento a sus hogares.
Y mientras conduzco los pensamientos se eternizan, busco imágenes, armo textos que se disuelven sin llegar a convertirse en lo que quiero.
Invento soles, historias con tortillas de la forma de la luna. Algodones de azúcar los transformo en nubes sin una leve muestra de que habrá un gran chubasco.
Afino la mirada en pentagramas de asfalto. Se me antoja el jamoncillo de coco y piña.
Una deliciosa agua de horchata.
Y prosigo mi camino. La ciudad me responde. Me saluda con anuncios espectaculares, son cortinas que impiden ver más allá de lo que se imagina uno.
Las llamas de la esperanza nacen. Quiero llenarme de todo. Del ruido, de la música.
Sonidos que rasgan las cuerdas de la vida. Arpegios melódicos insistentemente me invitan de nuevo a escribir.
Acelero mi camioneta, sé qué algún día llegaré a donde siempre he soñado.
Mientras tanto con la esperanza en la mirada, me recreo del paisaje.
