Desde que tomas conciencia por la mañana, todo son decisiones: si abres los ojos o no, si te levantas con el pie izquierdo o con el derecho, si te bañas o sólo mojas tu cabello intentado disimular donde estuvo la cabeza recargada toda la noche o si vas a trabajar o te dedicas a cazar Pokemones, en fin todo son decisiones.
La vida en sí es una decisión, de ahí que nosotros sabremos si nos volvemos responsables de las decisiones que tomamos o culpamos a alguien más.
Y esto viene a tema por que ya llegué a cuarenta y cinco años y sigo determinando ser la única culpable de lo que me sucede por la pura consecuencia de decidir desde los diecisiete años. Pero últimamente me he topado con muchas personas -y digo muchas porque para mí más de cinco son muchas- que han decidido culpar a cualquier persona que haya cruzado su camino.
Decidieron ser víctimas de un montón de personas que ni siquiera tienen idea de lo que se les imputa, ellos actuaron debido a las circunstancias, y han seguido su camino. Algunos ya murieron y ellos siguen culpando de su tristeza a esos pobres que seguro ya hasta reencarnaron.
Por ejemplo, podría culpar al buen hombre del pan por pasar diario frente a mi casa, tocar esa corneta y gritar que vale dos pesos. Podría decir: ese maldito hombre me quiere gorda, soy un negocio rentable y no deja de pasar. Pero no, me gusta saludarlo, preguntarle si aún le falta mucho y verlo como la persona que nos trae la cantidad justa de azúcar que necesita mi cuerpo para ese día.
El atardecer tiene su chiste y ese sí me gusta desde un mismo punto, cuando la luna se pone naranja, sólo necesito abrir la puerta de mi casa y ella, así gorda y sin traumas por serlo, se mete en mis pupilas hinchándolas, poniéndolas redondas como ella. Les cambia el color, a veces naranja, a veces azul, a veces blancas, no me deja cerrar la boca a menos que quiera suspirar, y con todos esos efectos no la culpo de nada.
Escucho a esos que juegan el rol de víctima, y siento un nudo en las tripas, por que quiero escupir lo que veo desde afuera. Se me atragantan en la sonrisa hipócrita que no me gusta y más parece mueca.
Por eso, desde que veo que les gusta jugar a que ellos no han tenido culpa de nada me alejo, me largo cobardemente, no me imagino de qué puedo ser culpable y mejor tomo la decisión de irme. Me declaro culpable de cobardía y absoluta falta de empatía, y no pido perdón por la partida inesperada para ellos, sólo me retiro.
Debo confesar que en algún momento de mi vida quise ser heroína sin capa y quedarme a ayudar, pero he visto que para ese tipo de personas no hay forma. Si lo intentas cargarás con una culpa -y de por sí mi estatura es compacta por no decir chaparra igual que la suerte de ellos-, así que alejo sin pedir permiso y después, como las abuelas, te limpias con un manojo de ruda y sigues tomando tus propias decisiones.
Comparto con ustedes esto porque me ha facilitado la vida o me he ganado tardes para mí y no para ellos. Estas personas deciden robarte un poco de tu vida y las pocas o muchas esperanzas que tengas sobre el día. Les gusta jalar en cada queja un poco de energía.
Prefiero usar esa energía en una resbaladilla o viajar. Ver a algún amigo que les gusta jugar con su niño interior; ya el sólo verlos o abrazarlos es algo que me repone las horas que invertí en el trabajo o tráfico. Me gusta como me acarician el alma, como me miran a los ojos mientras bebemos café o nos decimos lo acontecido en el tiempo que no nos hemos visto.
Todas estas ideas vienen a que me gusta decidir, tanto o más como llamar la atención. Me gusta cantar en el transporte público, tatuarme con una mujer a la que amo, pasar las tardes con un amigo jugando dominó cubano mientras me cuenta que ha sido de su vida.
Los últimos 40 años -y suena de fondo el tema musical «A mi manera»-, me gusta desayunar con mi amiga mientras me cuenta lo que ha aprendido en sus círculos de lectura; ir a ver a mi hermana los domingos, sólo para reír media hora seguida.
Me agradan las llamadas de larga distancia que me dicen cómo es el mundo en alguna otra coordenada, mientras me muestran con una videollamada los paisajes que por el momento aún no conozco, pero para ellos es importante sentir que hay alguien junto a ellos con el corazón en su país.
Conocer a alguien nuevo que estaba ahí guardado y de pronto llega a tu vida no por accidente, sino por que debe ser parte de tu cosecha de «humanos» de ese año.
Mis decisiones tienen que ver con alguien más que me incluye en su vida y la decisión de estar es de ambos. En lo personal, a mí no me gusta que eso lo haga alguien más por mí, sea un jefe, un papá, un hijo, un amigo,una pareja.
Nada de lo que hago es forzado, nadie me obliga a estar. Decido estar con el alma, con paz, con pasión, con amor. Es lo que a mí me deja llena de recuerdos, de letras, sonrisas, con ganas de ellos, y de más.
En el caso de que a ti no te haya pasado, me gustaría saber qué se siente que decidan por ti. Me encantaría que me lo contaras y saber sí tal vez es más fácil darle las riendas a alguien más. O si debo seguir con mi punto de vista necio y rebelde.
Como siempre suya.
¡Que las letras sean!