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Era una mujer que estaba agobiada por muchos problemas de la vida diaria, como muchos tenía sus deudas que en ocasiones batallaba para pagar, no tenía muchas amigas porque siempre pensaba más en sí misma olvidando a los demás.

Su vida trascurría con mucha monotonía que se desesperaba y no le gustaba estar mucho tiempo sola por lo que para distraerse pasaba mucho tiempo en las redes sociales y jugando videojuegos, pero no se sentía a gusto había algo que le faltaba, pero no sabía que.

A su mente llegaban muchos recuerdos del pasado, para ella eran difícil dejarlos ir y esos recuerdos le seguían moviendo un cumulo de emociones que a veces  se sentía mal y en otras ocasiones la enfermaban.

No dejaba ir al pasado, no le hacía caso a la canción de José José cuando decía: “ya lo pasado, pasado no me interesa”, tanto le preocupaban esos hechos del pasado que en ocasiones se olvidaba de vivir el presente, y de hacer planes para su futuro, pero hubo un instante en que ella reflexionó sobre su vida y al ver que estaba detenida imploró a Dios pidiendo su ayuda.

Así pasaron los días y el fin de semana fue a uno de esos lugares en donde hay muchas tiendas juntas y se puso a curiosear, y de repente le llamó la atención un local pequeño que nunca antes había visto a pesar de que había pasado por ahí muchas veces.

Pensó ha de ser una tienda nueva, vamos a verla se dijo, al entrar vio a un señor de barba y pelo largo que estaba detrás del mostrador y en el frente había unos anaqueles, parecía como esas boticas antiguas del siglo pasado.

Se acercó a ver los productos y observó que había jarros de amor, frascos de fe, botellas de misericordia, paquetes de esperanza, fardos de perdón, cajitas de sabiduría, paquetes de paz y tranquilidad y muchas cosas más  que hacían referencias a los dones que Dios a dado a los seres humanos en el transcurso del tiempo.

Se dio cuenta de que el señor del mostrador despedía una suave luz alrededor de su cabeza y su mirada era de esperanza y de una paz que no parecía de este mundo.

Maravillada con todo lo que encontró y aunque sabía dentro de sí misma que esas cosas que estaban frente a ella no se venden en ninguna parte, no le importó, y empezó a hacer su pedido, quiero por favor un gran tarro de amor, un paquete de esperanza, un frasco de fe, una botella de misericordia para mí y una docena igual para mi pareja, mis hermanos y mi familia.

Con una paciencia infinita, el señor de pelo largo y barba empezó a preparar el pedido, al paso de unos minutos, le entrego una pequeña bolsita que cabía en la palma de la mano.

Sin poder creerlo la señora le dijo: Pero, ¿Cómo puede estar aquí todo lo que yo le pedí?, ¿en dónde está lo demás?

Sonriendo el hombre respondió: ¡En el local de Dios no vendemos frutos, solo semillas! ¡Siémbralas¡

Siémbralas con amor dijo el hombre, cuídalas con cariño, compártelas con misericordia y bondad y las veras crecer en ti y en los demás, pero recuerda siempre que tu cosecha dependerá completamente de ti, de tu siembra y de lo que des a los demás, ya que aquello que siembres con el tiempo vas a cosechar,  regresará a ti multiplicado y te alegraras.

 ¿Cuánto le debo? Dijo la señora, y el apacible hombre respondió: no me debes nada hija, ve y comparte, siembra cada semilla, multiplícalas y cuando coseches vuélvelas a dar con amor.

La mujer salió del lugar muy alegre y sonriente, segura de que su vida para bien cambiaría, camino unos pasos y recordó que no le había dado las gracias a quien la atendió con mucho amor, pero al voltear el local ya no estaba, había desaparecido y solo escucho en su mente ¡Gracias a ti hija por acordarte de Dios!

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