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¿Qué hay detrás de un grafiti de protesta? ¿Dolor, indignación, desesperación, odio tal vez? Eso y más han presenciado los monumentos históricos, y algunas edificaciones de la Ciudad de México desde agosto del 2019 hasta marzo de este año. Aquellas frases y palabras han sido borradas tan pronto fueron pintadas, sin embargo, sus ecos se grabaron en la conciencia social.

Mucha gente se quejó al ver su ciudad rayada y las manifestantes ofendidas preguntaron: “¿te duele más una pared que los feminicidios?”. La vida humana vale más que una estatua, es indiscutible, aun así, no deberíamos desdeñar las opiniones contrarias sin antes analizarlas.

Comencemos hablando sobre el daño al espacio público. Por un lado tenemos rayones irrelevantes por toda la ciudad, como groserías, dibujos fálicos, declaraciones de amor que a nadie le importan o garabatos inteligibles. Son marcas muy molestas, pero ya estamos acostumbrados. Resignados más bien, porque la autoridad no hace gran cosa para detener a los verdaderos vándalos que pintan, destrozan, ensucian, roban y dañan la propiedad pública o privada nada más para satisfacer sus intereses egoístas. Eso es no tener educación cívica.   

Por otra parte hay artistas que quieren dejar un mensaje para conmover o hacernos reflexionar.

El asunto se complica cuando hablamos del derecho de la gente a manifestar su descontento.

Ciertas personas consideraron a los grafitis de las feministas como arte. Sin entrar en complicaciones estéticas, mi opinión personal es que las pintas (cualquiera que sean) en sí no son arte, pero la acción y el sentimiento que motivo a estas mujeres podrían considerarse arte porque, al plasmar su rabia en el Ángel de la Independencia, símbolo de libertad, ellas se convirtieron a sí mismas en un símbolo.

Los grafitis de protesta tienen un propósito, las pintas que hace la gente “ociosa” no, no hasta que capturan a un ojo entrenado para ver más allá de lo obvio. El arquitecto y escritor Armando Jiménez Farías (1917-2010) tuvo esa visión, y de ella salió su obra más famosa: “Picardía mexicana”. El libro recopila los grafitos más ingeniosos que ha dado el humor mexicano en la primera mitad del siglo XX. Hay albures, chistes, piropos, quejas, avisos, modismos… eran los memes de antes.

Actualmente, su contenido sería calificado de machista por frases como: “si no vuelvo le pones Rosalío”, “que los dioses me protejan de las damas que manejan”, “suerte negra: no tener madre ¡y tener suegra!” y otros por el estilo. Eso no le quita mérito a “El Gallito Inglés” (como se hacía llamar el autor), pues le dio una bofetada al México conservador, aquel que restringía la sexualidad, que imponía su visión de cultura y despreciaba la voz del pueblo. A. Jiménez rescata una parte de la cultura popular indispensable para entender la psicología del mexicano.

Su humor negro evidenció los complejos y tabúes de la sociedad de los sesentas, tan vigilada por la “Liga de la Decencia y de las buenas costumbres”.

Se consideraba que hablar de sexo era exclusivo de las clases bajas; los medios de comunicación cuidaban minuciosamente lo que decían, porque soltar una grosería o un chiste sobre un tema delicado (religión, política, o maternidad) era motivo de despido, censura y hasta cárcel.

Lo que hace a las pintas arte es la interpretación de aquel que encuentra ese valor en ellas y las registra para la posteridad. Concuerdo con la opinión del historietista estadounidense Scott McCloud: “arte es cualquier actividad humana que no sea resultado de ninguno de los dos instintos básicos de la especie humana: supervivencia y reproducción”. Sin duda, en el universo artístico hay arte malo y arte bueno, arte que perdura y otro efímero, arte sublime y arte chatarra, arte que gusta a unos y a otros no. 

La gráfica mexicana refleja lo que somos, lo que sentimos. Su trazo estridente es reflejo del caótico ruido de la ciudad, de los mercados, de los pueblos de México. Su trazo descuidado tiene una tendencia al “feísmo”, término usado por el diseñador Juan Carlos Mena en Sensacional de diseño mexicano, serie trasmitida por Canal Once.

Ya sean grafitis, pintas, anuncios comerciales, rótulos o carteles, en todo hay una estética, una mezcla de colores que son un golpe al ojo que fascina.  

Ahora bien, los grafitis de las feministas también tienen el propósito de abofetear a una sociedad que, en algunos aspectos, sigue siendo conservadora. En ocasiones se valen de la sátira ácida para denunciar un delito grave: la violencia de género. Bruscamente evidenciaron una realidad que duele y avergüenza, frecuentemente disimulada por las autoridades.

No obstante, es muy curioso que algunas personas se tomaran fotografías junto a los monumentos pitados como si los grafitis fueran parte del atractivo turístico. ¿Con qué propósito? ¿Pretendía ser testigos de un hecho histórico? ¿O es una falta de respeto, un acto morboso que banaliza la protesta?

Vayamos a otro extremo. Seguramente recuerdan a Zombra, el grafitero que “vandalizó” el mural de la ilustradora Sarah Andersen, causando una incendiaria polémica en redes sociales. Zombra puso en evidencia a la gente que valora el arte bajo prejuicios clasistas. Nos recordó que un artista callejero es desafiante e incómodo en su protesta. Sus pintas se extienden en varios puntos de la ciudad, no respeta si es una cortina metálica o una obra de arte, como la escultura de El Caballito, de Sebastián; son una risa burlona que se mofa de nuestra vida cotidiana, pero a la vez él, como tantos grafiteros nos gritan: “existo y estoy aquí”.

 Su intervención motivó a algunos usuarios de las redes sociales a equiparar este hecho con los grafitis feministas en los monumentos.

Les pareció una incongruencia que primero las mujeres apoyaran a las manifestantes que pintaron la ciudad y después se escandalizaron por un hombre que rayó el mural de una mujer, quien por cierto es apreciada por las feministas.

Entre las manifestantes y Zombra no puede haber comparación porque no tienen el mismo móvil (él no protestó contra los feminicidios), pero las acciones de ambos demuestran que hay distintas formas y diversas razones para apropiarse del espacio público.

Hasta aquí esta primera entrega sobre el grafiti de protesta, en el próximo artículo hablaré del extremo contrario: vandalismo conservador. Veremos que hasta en los espacios privados las obras de arte están expuestas a la ira de la gente.   

Las paredes gritan I: Arte y protesta Ah, y si se preguntan por qué es relevante retomar este tema en época de coronavirus, es porque la pandemia pasará, dejando algunos cambios en el mundo, sin embargo, la inseguridad no nos dará tregua y las feministas, y otros movimientos sociales, saldrán a las calles a exigir justicia. Es probable que las paredes vuelvan a pintarse con aerosol, y cuando eso pase, debemos tener un criterio más amplio para juzgar. 

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Arquitectura de adobe

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