República de Argentina, es una agitada calle del centro histórico de la Ciudad de México, cerca del zócalo. Aguardo sentado debajo de una sombrilla protegiéndome del fuerte sol de mediodía, afuera de un local de comida rápida, en la pared cuelga un letrero donde se lee: «Flautas y Empanadas», son los productos más vendidos de la carta. Mientras reviso el móvil, un vaso con café americano justifica que ocupe una silla.
A un lado, descubro un edificio bien conservado, ahí funciona una librería de la icónica Editorial Porrúa, me hace recordar mis libros, cuando cursé la carrera de derecho en la universidad, hace ya bastantes años. Observo, la mayor parte de la gente lleva prisa por llegar a su destino, compruebo una vez más, la diversidad alojada en la poderosa urbe azteca.
Diversidad, consecuencia de la libertad que se vive en este País, que mantiene su tradición de hospitalidad y de acogida de migrantes del mundo. En el recuento del siglo pasado están registrados los españoles que huyeron de la guerra civil, a finales de los treintas, o los chilenos que fueron expulsados durante el régimen militar, instalado a partir del Golpe de Estado de 1973. México siempre enviando una señal de tolerancia inequívoca, en un planeta agobiado por las confrontaciones.
El pensamiento cabalga sin freno, la mirada fija en los contingentes y personas solas que desafían a la agitada metrópoli. Cada quien su vida, cada quien con sus batallas. Se les nota ajenos a otras guerras que se libran en algunos territorios en estos días, son las guerras del hombre o de la humanidad. Los rusos contra los ucranianos o los israelíes contra los palestinos, las más visibles o más mediáticas en esta época de la globalización.
Estamos en un mundo en constante transformación, pero también en incesante confrontación. Por causas o razones justificadas o injustificadas, las naciones o grupos sociales se enfrentan en luchas prolongadas o eternas, ante los ojos impávidos o incrédulos de muchos, que ignoran o no entienden los argumentos detonantes de las acciones bélicas.
Desde siempre, las guerras tienen una motivación. El ánimo beligerante es impulsado por la ambición, por el interés o simplemente por la lucha de poder, que parece inherente a la condición humana. Por otro lado, los recursos para la guerra varían, van desde armamento sofisticado, hasta formas sutiles o estrategias de diversa índole, con tal agredir y causar daño al enemigo o contendiente, para imponerse o mantener la supremacía.
En el siglo XXI, para la guerra no se requiere un gran arsenal y un ejército entrenado, porque ahora se perciben las guerras comerciales, ideológicas y hasta informáticas, estas últimas derivadas del desarrollo de nuevas tecnologías de la información, y la expansión de la comunicación por internet. Por decir algo, el comercio electrónico se potencializó en los últimos años, ya acelerado durante el período de la pandemia.
A través de los medios informáticos, las elites mundiales del poder económico y político, están consiguiendo implantar en los habitantes del planeta, los modelos y patrones culturales y de consumo a su conveniencia, llevando a la humanidad a un futuro predeciblemente incierto, debido a que con los requerimientos de la producción, aumentará la depredación de la tierra y sus consecuencias funestas como el cambio climático. El Huracán que devastó el puerto de Acapulco en la costa guerrerense, es otro dramático caso para encender las luces de alerta. En ese horizonte, la paz en el mundo se ve lejana.
Hasta la próxima.
Nos quedará seguir viviendo con los restos de un mundo que sueña con sus mejores épocas.