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Ese día, en una plática con un amigo por whats App, mientras le escribía sobre mis achaques y depresiones -vaya forma de alimentar el ego, otros lo hacen enviando selfies o escribiendo sobre sus linduras cotidianas, y yo, escribiéndole a un amigo que no conozco, sobre mis quejas, jaja-, cerca de la una de la mañana nos despedimos

– Buenas noches.

_ Oye, se escuchan varios balazos.

– ¿No es por tu rumbo?

_ No.

– ¿Sí los escuchaste?

_ Sí

– Yo pensé que era por allá

_ No.

– Le estaba diciendo a mi hijo, pero se escuchan más cerca ahora..

_ Sí también por acá.

– Qué onda, ya se oyeron más lejos.

_ Yo más cerca los escuché, fueron como diez… ¿Oyes?

– Se escuchan más, ahorita una ráfaga.

_ Es por esa zona, ¡Qué onda¡ Cuídate.

– SÍ, ya más o menos sé por dónde es, por la escuela de monjas.

_ Ah sí, ya sé, pero no se escuchan patrullas.

– Sí está cañón. No para nada.

_ Alguna riña.

– No creo, se escucharán gritos.

_ Entonces siguen disparando.

– Sí, fueron como cuatro o cinco.

_ Mi hijo dice que un cuete o una fiesta,

– ¡Ja, ja ¡ ¡No manches son disparos¡

_ Es lo que digo, ya no se oyen.

– No nada.

_ ¿Llamaste a la patrulla?

– No, pero si eran disparos.

_ Duré ocho años de soldado,

– No creo que haya sido otra cosa.

_ No, pero ya no se escucha nada.

– ¿Oíste gritos?

_No. Sólo ladridos de perro.

– Mañana hay que ver las noticias.

_ Sí, temprano, pero no se escucha ninguna patrulla.

– Acaba de pasar una patrulla por acá.

_ Pero con la torreta prendida.

– Ya no se escucha nada.

_ No.

– Qué malo con todo eso.

_ ¡Sí, imagínate!…. Se escuchan unos que van paseando, aquí por mi casa caminando.

­- Acá pasó gente caminando como si nada, sí, qué malo.

_Neta.

– ¡Qué raro ¡¿No crees?

_ Alguna banda o grupo.

– Un cabrón fanfarrón. Y ya hasta mi vecino puso música.

_Gente inconsciente o violencia familiar.

– No sé, pero está cabrón.

­­_ Pensé que eran asaltantes.

– Yo también. Me imaginé algo así.

_ Ya vez que asaltaron “La Guadalajara”, “La Chelería» y también la tienda de allá arriba.

– Yo creo que hubo un muerto.

_ También creo que esas detonaciones eran para matar a alguien.

– Lo raro es que no se escuchan patrullas. Deberían hacer rondines.

_ SÍ, pero no se escucha ninguna patrulla, exactamente, claro.

– Siguen los balazos.

_ Sí, pero ya más cerca. Hacia acá.

– Ya pasó. ¡Qué onda ¡

_ Sí ya está tranquilo, no se escucha nada más. Y aquí, en mi cuadra ya pusieron música.

– Que frialdad.

_ Y por tu calle, ¿Cómo está?

– Tranquilo. Lo último fue más cerca. Hasta los perritos se asustaron.

_ No se ve nadie. Sí ladraron mucho. Ya no se escucha nada. Descansa. Buenas noches. Hace tiempo que la colonia estaba tranquila.

– Sí, pero otra vez se desata. Que descanses. Buenas Noches.

Descansa, como si pudiéramos hacerlo después de todo esto, la cotidianidad de las personas no se vio opacada por el evento.

Todo volvió a la calma de manera repentina, aunque nunca se alteró la aparente calma.

Como si la gente ya estuviera acostumbrada, como si las detonaciones fueran parte de su vida, como salir a pasear, caminar por el rumbo de su calle o platicar con el vecino.

Apropiarse de nuevas situaciones que en otros tiempos no lo serían y ahora sólo se incorporan a los usos y costumbres de las personas.

Se inmiscuyen la violencia de toda índole en la vida de las personas, comer, dormir, descansar, violentar, y violentar.

Porque no aferrarnos a la armonía y la calma y la convivencia de poder salir y tener la seguridad de que no andará por la calle un loco dando de tiros.

Y no mirarlo como algo común, nuestra capacidad de asombro de mi amigo y mía intentaba entender en el chat que estaba pasando y porqué no se inmutaba la gente, hasta música puso un vecino, para ignorar el suceso o para evadir su miedo, tal vez porque, a veces, resulta mejor ignorar y no encarar.

Mientras yo pensaba en una bala perdida que pudiera dañar a alguien, y sin embargo, pensando en que no quería que le sucediera a  alguien. Una prima cuando salió a la tienda y en pleno día una bala perdida impactó en su cabeza destruyendo toda la masa encefálica y ella cayó  desmayada a escasos metros de la puerta de su casa.

Un acontecimiento muy triste de recordar que lamentamos mucho en la familia, una adolescente de tan sólo catorce años que soñaba con su fiesta de quince años y cuya madre hacía lo propio, ahorrando dinero. En una ocasión que nos visitó con su mamá nos mostró una cadenita de oro que le regalaría a su pequeña cuando cumpliera quince años.

Parece que los tiempos cambian y mucho porque ya no nos asombramos ante situaciones tan crueles y aprendemos a vivir con ellas.

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