Dicen que esto es como un frente de batalla, que estamos en la primera línea de combate; que el enemigo se infiltra por las vías respiratorias y sabotea el suministro de oxígeno impidiendo que los pulmones abastezcan al organismo del gas. He visto pacientes morir boqueando, buscando angustiosamente bocanadas de aire que no consiguen atrapar, parece que la garganta se les ha cerrado y el poco aire que consigue pasar ocasiona un silbido agudo pero tenue y áspero, como un chirrido de fierros oxidados; creo que es a lo que los médicos llaman «estridor». Me pregunto si es así como te mata el virus del COVID.
Ante un adversario inédito, como éste, no hay apenas medios de alivio eficaces y conocidos; no hay balas de plata. Lo único aplicable es entonces la prevención, bloquearle la entrada. Pienso en esto mientras bajo la cabeza y observo una leyenda en el empaque de un respirador KN95 que me acaban de dar: «NON MEDICAL USE». Bajo los brazos sin elevar la cabeza y veo mis pies, recuerdo entonces, que necesito zapatos nuevos.
Estoy en un hospital, trabajo aquí y la etiqueta del respirador que me han dado dice que no es apto para uso médico.
Busco, intrigado, más información en el sobre. En otra parte dice que su uso incorrecto puede ocasionar graves daños a la salud , incluso la muerte. Malas noticias por todos lados, peleando con fusiles de juguete, balas de goma y un escudo de cartón, ¿qué pronostico se puede adelantar en tales condiciones? Sólo uno: Contagio inminente con alta probabilidad de morir. Y yo necesito zapatos nuevos.
La sensación de impotencia es abrumadora, la ocasiona la casi certeza de que sólo es primero cuestión de tiempo y después de suerte, porque no a todos afecta igual. Los hay, en proporciones idénticas según mi parecer, quienes lo superan incólumes y los que son devastados por un tornado que se desata en su interior.
Es cierto que la afluencia de pacientes disminuyó drásticamente con las medidas de confinamiento y me parece lógico, la mayoría de los que recibimos en una jornada típica son: Accidentados en la vía pública sea por percance de tránsito, heridos en riñas y hasta resbalones y caídas; estudiantes descalabrados; obreros lesionados por golpes, caídas, cortadas, descargas eléctricas, etc. Y al cerrar escuelas, comercios y centros de trabajo es normal que toda la actividad relacionada disminuya también.
Por eso me parece una estupidez que algunos pregunten por qué algunos hospitales parecen «estar vacíos».
Esa falta de pacientes y disminución en el número de trabajadores activos —se fueron a confinamiento preventivo— le dan al hospital un aspecto lúgubre, ¿a dónde ha ido todo el gentío? Los 20 ó hasta 25 pacientes que era normal tener en el desbordado Servicio de Urgencias Adultos se han convertido en 6, como máximo, en otros pisos la ocupación, de un total de 30 camas, es de sólo 3.
Pero eso no disminuye eso mis posibilidades de contagio porque pacientes de COVID hay por todo el hospital, hasta en el Servicio de Lactantes. Existe un «área COVID», pero es sólo para los más graves, con capacidad de menos de 10 camas. Aquí la llamada «reconversión» fue sólo un gran fraude o una exageración. De un total de casi 300 camas ese nuevo servicio no representa ni el 10%.
Algunos pacientes que ingresan son portadores asintomáticos que sólo son detectados días después de haber estado en contacto con personal de los tres turnos, otros no informan verazmente sobre sus síntomas, muchos dicen que por temor. Se ha propalado un estúpido rumor según el cual cuando un paciente llega de inmediato se procede a intubarlo, lo cual es una condena de muerte. Muchos más, por la misma razón, ni siquiera vienen.
Me gustaría tener una estadística, saber cuán bueno sería que la gente prefiriera pensar en vez de creer.
En este caso que se hicieran unos cuantos cuestionamientos básicos sería suficiente para convencerse: Creer que tenemos tubos endotraqueales infinitos versus pensar que su disponibilidad es limitada; creer que hay ventiladores a montones vs pensar que son sólo unos pocos; creer que personal entrenado para salvar vidas va a preferir siempre, ante cualquier minucia, un tratamiento agresivo a uno más conservador versus pensar que se apegará lo más que pueda a obtener el máximo beneficio para el paciente exponiéndolo al mínimo riesgo posible.
Veo a algunos de esos pacientes como verdaderos caballos de Troya que ocultan, niegan y reniegan de su carga viral, introduciéndolo subrepticiamente a nuestra trinchera. Algunos ingresan catalogados como «Sospechosos», se les ubica lo mejor posible y puede uno tomar algunas precauciones básicas, tan básicas que prácticamente consisten en entrar en su habitación caminando de puntillas para no despertar al león que duerme. Sucede que no hay equipos de protección personal suficientes y no nos podemos permitir «desperdiciar» por sólo una sospecha. Es una curiosa escala de valores, aquella donde el material no se puede arriesgar pero el personal sí, sobre todo si no es sindicalizado. Parece que algunos somos prescindibles, auténtico personal «eventual».
Parece seguro entonces que en algún momento incierto cada uno de los trabajadores se encontrará frente a frente jugando un albur con el virus.
Y lo que suceda en adelante dependerá entonces de la suerte. No puedo negar mis temores, quizá con cada noticia proveniente de España, de Italia, de Reino Unido, de Brasil, de Estados Unidos, me acerco un poco al pánico. Un enemigo mayormente desconocido acecha y yo aquí con un escudo de cartón y zapatos viejos. Y no hay a dónde ir, allá afuera casi todo está cerrado, las perspectivas parecen reducirse así a elegir entre morir afuera o adentro.
Veo un catálogo por internet, la entrega del producto se promete en tres días hábiles después de recibido el pago. Dudo en hacer el pedido. ¿En cuánto tiempo te mata el COVID y en qué tiempo te entregan un féretro? Pienso en la veleidad de la fortuna y lo único que deseo es evitar a la gente que amo ser expuesta a la horrible visión de dos cajas que llegan para mí.