Escribir, en muchas, muchas ocasiones, nos lleva a un torbellino de emociones que se traduce en lágrimas. Emociones que, repentinamente y sin avisar, nos golpean el pecho por dentro, nos rasguñan la garganta y escalan hasta que logran brotar por nuestros ojos… A veces acompañadas de un silenciado gemido, otras, incluso, tenemos que taparnos la boca con las manos para no gritar.
No las reprimas, es válido y necesario dejarlas fluir. Eres humano, tienes vida, tienes un pasado, tienes tanto que decir y compartir… ¡Déjalas salir!
UN ACTO DE DESNUDEZ
Escribir es un acto de desnudez interior, es un viaje en el que no hay lugar para la censura ni para la timidez. Aun cuando quieras esconder tu rostro en una narrativa de fantasía o detrás de una novela de ficción, tu obra siempre llevará tu esencia, tu aroma, la sangre que fluye desde el centro de tu corazón.
Deja que las lágrimas fluyan, de tristeza, rabia, alegría o dolor, deja que nutran las palabras que estás sembrando y las hagan germinar hasta dar el fruto esperado. Deja que el dolor se transforme en versos, deja que la ira se vista de sátira, y la alegría brille con la majestuosidad de un poema.
Y si te sientes vulnerable al derramar lágrimas, recuerda que es precisamente en esa vulnerabilidad donde radica la verdadera fuerza de la escritura. Es ahí en donde se da el mágico encuentro entre tu esencia y la de los demás.
ABRIR EL CORAZÓN
Querido amante de las letras, mi amigo escritor, abre de par en par las puertas de tus emociones y deja que fluyan las lágrimas si así lo exige el corazón.
Tú tienes la llave de tus emociones, y es una llave maestra capaz de abrir el alma de tantos y tantos seres que necesitan liberar todo aquello que quizá no saben cómo expresarlo, y tú, con tus palabras, posiblemente les estás salvando la vida, antes de que se les reviente el corazón.