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Hubo una vez sobre la tierra un hombre llamado Gautama Buddha, fue un príncipe de Kapilavastu en la India, se le considera un ser iluminado que empezó a compartir sus experiencias y en cuyas enseñanzas se fundó el budismo y están basadas en una visión del sufrimiento y fin del mismo. Las imágenes que se tienen del Buda se le ve en su mayoría meditando en la posición de “Flor de Loto”, y se considera que enseñó en este mundo aproximadamente unos 450 años a.C. (antes de Cristo)

Gautama nació en una familia aristocrática, adinerada, no le hacía falta nada material y aun así él renunció a su principado para irse a meditar, a vagar por el mundo en busca de un despertar espiritual que encontró después de varios años de mendicidad.

Después de su despertar viajó por la llanura gangética (Rio Ganges, que se considera sagrado) enseñando y construyendo una comunidad religiosa que incluía, hombres, mujeres, laicos y monjes.

Su camino espiritual incluía entre otras muchas cosas un entrenamiento ético y practicas meditativas de atención plena del aquí y el ahora, criticó el sacrificio de los animales. 

Se considera que vivió alrededor de 80 años y los budistas reunieron sus enseñanzas para fundar el Budismo y se fueron transmitiendo a través de una tradición oral y escrita extendiéndose por la India, a sus discursos los llamaron Sutras y los códigos monásticos como Vinaya.

Las generaciones posteriores compusieron textos adicionales, tratados y biografías de buda, así como una colección de cuentos populares (Jataka) y discursos adicionales (sutras Mahayana) que permanecen hasta nuestros días.

Buda que significa “El Despierto”, enseño por unos 40 años principalmente en el noroeste de la India y en uno de sus cuentos o historias nos da su visión sobre el Perdón. 

“No hay nada que perdonar”

En una ocasión en compañía de varios de sus discípulos, meditaba el Buda en la espesura del bosque. Cuando las mentes de todos los presentes se encontraban es el momento de mayor concentración, apareció uno de los muchos detractores espirituales que tenía el “Iluminado”; precisamente el que más lo detestaba y, aprovechándose de la tranquilidad y de la quietud en la que se encontraba, lo insultó, le escupió y le arrojó tierra en la cara.

Buda salió del trance meditativo al instante y, con una plácida sonrisa, envolvió de una gran energía de compasión al agresor. 

Sin embargo, los discípulos reaccionaron de manera diferente, lo hicieron violentamente: sujetaron al hombre y, alzando palos y piedras, esperaron la orden para darle su merecido.

En un instante, el Buda percibe la situación. Con voz clara, firme y serena, ordena a sus discípulos que suelten al agresor y, dirigiéndose a él con suave convicción, le dijo:

“¡Mire lo que usted generó en nosotros! Nos expuso y, como un espejo, nos muestra su verdadero rostro. Desde ahora, le pido por favor que venga todos los días a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. 

Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran que no entienden ni viven el proceso de la unidad. Por eso reaccionaron respondiendo con una agresión similar o mayor a la recibida”.

El Buda continuó diciendo: “Regrese siempre que desee. Usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido. Lo tomaremos como un estímulo para ver si vibramos alto, o si es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo”.

Cuando escucharon, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente. Todos se sentían llenos de culpa, cada uno percibiendo la gran lección del Maestro y tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna que los ahogaba”.

Al día siguiente, el agresor se presentó. Se arrojó a sus pies del Buda y le expresó en forma muy sentida:

“¡No pude dormir en toda la noche! La culpa que siento es muy grande. Le suplico que me perdone y que me acepte junto a Usted”.

El Buda sonriendo, le dijo:

“Usted puede quedarse con nosotros desde ahora; pero, discúlpeme… ¡no puedo perdonarlo!”

El hombre, muy compungido, le pidió que por favor lo perdonara; pues qué, ¿no era él el Maestro de la Compasión? El Buda le respondió:

“¡Entiéndame claramente! Para que exista el perdón tiene que haber un ego herido. Sólo los egos lastimados son capaces de perdonar. Únicamente, los que tienen la falsa creencia de que ellos son su personalidad, son los que perdonan. 

Y perdonan porque odian o están resentidos. Perdonan… porque se sienten espiritualmente superiores a los que tuvieron la bajeza mental de atreverse a insultarlos. Sólo los que viven en la dualidad perdonan. Es la “sabiduría” en la que moran la que los inclina a perdonar al “ignorante” que los ofendió.

Este no es mi caso, continuó el Buda. Yo lo percibo a usted como un alma afín. No me siento superior ni siento que me haya herido. En mi corazón sólo hay amor para usted. No puedo perdonarlo porque lo amo. Quien ama… ¡no necesita perdonar!

El agresor no pudo disimular una cierta desilusión; ya que, las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente tan llena de turbulencias y de necesidades. Ante esa mirada tan carente de comprensión, el Buda añadió con compasión infinita:

“Percibo lo que le pasa; pero, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos, se necesita a alguien que esté dispuesto a perdonar. ¡Vamos a buscar a mis discípulos! Ellos, en su soberbia, están todavía llenos de rencor. 

¡Les va a gustar mucho que usted les pida perdón! En su ignorancia, se van a sentir magnánimos cuando lo perdonen. Y usted, ¡claro!, se va a sentir muy contento y muy tranquilo porque los demás lo liberan de su culpa. En el fondo, su ego culposo va a sentir un gran alivio. De esta manera ─concluyó el Buda─, todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado”.

Los discípulos heridos en su ego, perdonaron al hombre y ambos sintieron tranquilidad en su corazón sin darse cuenta de la perfección que había en esa situación, la lección que les enseñó el Buda solo será superada cuando a nadie tengas que perdonar ya que el amor compasivo por todos los seres de la humanidad, nos debe de colocar al margen del perdón, sin heridas del ego que tengan que ser sanadas por el perdón.

Aprendamos la lección o como muchos tendremos que repetirla una y otra vez, hasta llegar a su comprensión.

¿Tú que piensas?, ¿Eres capaz de llenar de amor la situación para que no haya que pedir perdón? Déjanos tus comentarios.

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