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Todos, alguna vez, nos sentimos tentados. Y es que llega un momento en que es imposible seguir sin soltarlo todo, un momento donde las experiencias acumuladas a lo largo de los años —o incluso una sola experiencia que de verdad nos marcó— nos exigen salir de nosotros, ser contadas para que las conozca todo el mundo. Entonces escribimos. Escribimos para nuestra madre, para un amigo, para un hermano que se mudó lejos; escribimos como cura cuando algo nos duele, escribimos para entender el mundo y a nosotros mismos; confesamos nuestro amor en cartas que, lo sabemos, jamás llegarán al destinatario. O escribimos historias.

Quien se dedique a esto último lo sabe con certeza: escribir historias es volcarse en una realidad alternativa; volcarse y revolcarse, ensuciarse, llorar, pelear, reír, amar u odiar. Es maravilloso. Pero como todo arte, tiene su lado oscuro y complicado. A veces escribir historias es más difícil de lo que parece. Los personajes no suenan convincentes, los diálogos mucho menos; te quedas atorado en un capítulo y ya no sabes qué más sigue; un día te parece lo mejor que has escrito y a la mañana siguiente lo aborreces con toda el alma; sudas, te desesperas. Bloqueos, páginas en blanco, ideas asombrosas pero que por una u otra razón no sabes cómo desarrollar. Desanima. Escribir es tan tentador pero también es tentadora la renuncia, tirar la toalla, arrojar la pluma.

Pero hay algo que todavía no he mencionado: todo es completamente normal. Sí, así como lo acabas de leer: es completamente normal. De hecho es mucho más normal de lo que imaginas. Grandes escritores han admitido que en más de una ocasión se vieron en aprietos. En aprietos, incluso, severos, que amenazaban su escritura y hasta su existencia. Lograron salir vivos, pero por poco ¿Cómo lo hicieron? La vida de un escritor, desafortunadamente, es dura. Y aunque suene increíble, un rechazo editorial, un bloqueo, son sólo el principio de una serie de adversidades a las que se ve enfrentado un contador de historias.

Imagen: Isra García

¿Has sentido que ya no puedes más, que quieres dejar de escribir y atormentarte? Te invito a conocer estas tres vidas, vidas de grandes autores hoy mundialmente reconocidos, que pasaron por momentos oscuros pero que, de alguna manera u otra, lograron mantenerse firmes y decir al mundo “¡No me derrotaste!”  Sus vidas han servido de inspiración a muchos escritores de todas las generaciones.

El primer ejemplo es Fiódor Dostoievski, quien estaba tan endeudado que tuvo que empeñar sus abrigos para tener contentos, o al menos no detrás de sí, a sus acreedores por algunas semanas. Todo parecía perdido. Es entonces cuando un editor le propone un trato. Ese editor se parecía al Diablo, porque aquel trato ponía en juego el alma de Dostoievski: el editor pagaría una suma gorda, lo suficiente como aniquilar todas las deudas, pero a cambio el escritor debía entregarle una nueva novela. No suena tan mal. Aquí lo demencial es el tiempo estipulado por el editor: veintiséis días. De no hacerlo, de no cumplir, Dostoievski perdería los derechos de todas sus novelas anteriores, que no eran pocas. Así nació El jugador, escrita (más bien dictada) en impensables y arduos veintiséis días.

Incluso los más famosos, aunque hoy disfruten la gloria, la pasaron mal. tal es el caso de Joanne Rowling. Terminó de escribir la primera novela de Harry Potter en cafeterías. Refugiarse del frío mientras das sorbos a una tasa de café es realmente acogedor. Rowling venía de un matrimonio difícil, estaba desempleada, debía, además, hacerse cargo de su pequeña hija, su madre estaba enferma, y como si no fuera ya suficiente, una depresión agraviada la tenía al borde del suicidio. Quizá como un escape de la realidad, quizá no, logró completar un manuscrito decente, uno que pudiera salir a pelear con otros manuscritos para ganarse un espacio en el mercado de los libros. Doce rounds o doce peleas después un editor y su hija se apiadaron de Rowling.

Imagen: La Vanguardia

Por último, el ganador del prestigioso premio Rómulo Gallegos: Roberto Bolaño. Cuando le detectaron la terrible enfermedad, él supo de inmediato que ese trasplante de hígado jamás iba a llegar. Sus días sobre la Tierra se habían acabado, de eso no había la menor duda, así que puso manos a la obra y en una sola maniobra terminó 2666, extensísima, última. Compuesta por cinco grandes apartados (algo así como Los miserables), Bolaño quiso publicarla como cinco libros independientes. Esta saga vendería lo suficiente que funcionaba como una perfecta herencia económica para su esposa e hijos. Qué tristísima la redacción de aquellas páginas. Lo imagino en una camilla de hospital, o en su casa, pero en una cama, siempre en una cama, eso es seguro.

Considero que con estos tres ejemplos queda más que claro. En lo personal, cuando siento que no puedo, me acuerdo de ellos tres y me digo a mí mismo “si ellos pudieron, con hambre, en la pobreza, enfermos, yo también he de poder“. Entonces escribo, aunque me vaya mal, aunque no sea el mejor haciéndolo, pero con la entera satisfacción de intentarlo, y dando siempre todo de mí, como si fuera mi última página.

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De ruptura a superación

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