Ayer me quedé atento unos minutos a la conversación que sostenían los presentadores de un programa de televisión del canal Once, con Laura María de Jesús Rodríguez Ramírez, mejor conocida como Jesusa Rodríguez, ex Senadora de la República, activista, actriz, directora de teatro, feminista y defensora de los animales. Dos temas me atrajeron, el primero su declaración de ser vegana y estar en contra del sacrificio de animales para el consumo humano. Su romántica posición del respeto a los animales para vivir en armonía con la naturaleza, y su insinuación de que la violencia humana surge desde ese acto de atentar contra su vida para alimentarnos, así como, de otros innumerables casos de maltrato y crueldad.
Considerada como una perturbadora presencia, en el tiempo que permaneció como legisladora en la Cámara Alta del Congreso Mexicano, no solo por estar a favor del uso de la mariguana y la despenalización del aborto, sino también, por proponer acuerdos contra el espectáculo taurino, y también de rechazo a los transgénicos, como medida de protección de nuestro maíz. Así como, para la reivindicación de la Malinche, por ser un paradigma de la mujer indígena mexicana, posición que dista mucho de la imagen que le diera Octavio Paz en su “Laberinto de la Soledad”, quien la percibe con el estigma que viaja por la historia, repudiada por su deslealtad a los pueblos locales y favorecer a los conquistadores.
Comentó con desparpajo, la artista de 65 años, que le encantó su paso por el Senado, por la experiencia de aprender y la oportunidad de expresar sus ideas con libertad en esa Tribuna, aunque siempre le provocaban somnolencia y enfado las sesiones en la Cámara. Cuestionó el excesivo uso de la solemnidad en la comunicación y discusión de iniciativas y de acuerdos en ese recinto de los legisladores, le parece que ese artificio del lenguaje ya no funciona, como forma para lograr una mayor receptividad y aceptación, al contrario, es una barrera que causa polarización, porque a las nuevas generaciones no les complace esas anquilosadas formas de la política y la burocracia.
Paz, en la misma obra citada, sentencia a los mexicanos como un “Pueblo ritual” o diríase, de acendrados rituales que son elementos de su identidad. Somos proclives a ser tan solemnes como fiesteros. Las celebraciones religiosas, políticas y sociales se suceden cada día en el calendario anual. Con la misma devoción y euforia festejamos el Día de la Independencia Nacional, al Santo Patrono del pueblo, o el triunfo de la Selección Nacional de Futbol. En esas ocasiones desaparece el mexicano solitario y jubiloso se congrega para dar vuelo a sus alegrías, anhelos y frustraciones arropado por el grupo o la multitud.
Por otro lado, la abrumadora solemnidad del mexicano, también practica antigua, que podría asociarse más con la idea de dar fuerza y validez a un acto jurídico, político, social o religioso, también pudiera vincularse con las elites del poder que situadas en las alturas, se refugian en esa solemnidad para sentirse fuertes ante el pueblo, del que pretenden guardar distancia y esperan adulaciones. Siguiendo esa observación de Jesusa Rodríguez, a nuestra cultura política y burocrática, sería bueno restarle a la solemnidad y aumentarle más a la eficacia, la transparencia, la honestidad y la ética. Hasta la próxima.
Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores Independientes, A.C.