Las abuelas tienen magia. Saben conservar la calma aún en las mayores crisis.
Cuando todos corren y gritan sin dirección ni sentido, ellas observan y guardan silencio esperando pacientemente el momento oportuno. Y siempre saben cuándo es ese momento.
Las abuelas tienen sabiduría en cada una de sus canas. Canas que, aunque algunas tiñen de colores obscuros para esconder un poco el paso del tiempo, cada una representa una experiencia, un dolor, un recuerdo, quizás un «te quiero» en secreto.
Preparan platillos deliciosos con misteriosos ingredientes. Si se lo pides, pueden decirte la receta, pero siempre esconden bajo el salero algún truco que es lo que hace que su comida tenga ese toque perfecto.
De alguna extraña manera hacen que la cena que preparan para dos, se convierta en un festín cuando llegan de sorpresa a visitarla los nietos.
La sabiduría de las abuelas es todo un mistero.
Saben cómo quitar un chicle del cabello, cómo quitarle el hipo a los más pequeños, y cómo sanar, con un chocolate caliente el corazón que por amor esté sufriendo.
Cada marca de su piel ajada por el paso de las lecciones y el tiempo, son un trofeo a la vida, son experiencias para heredar a los nietos.
Tienen en el alma un baúl repleto de tantos consejos, tantas frases, tantos conocimientos, que nos falta tiempo para escuchar de su voz todos esos recuerdos llenos de enseñanzas que, con sus dulces sonrisas, nos platican como si fueran los más bellos cuentos.
Siempre tienen un dicho o una palabra perfecta para cada momento. Siempre tienen un abrazo tierno para cada uno de sus nietos. Jamás les falta un regalo sorpresa que nos guardaban en secreto.
Bajo cualquier circunstancia, en cualquier situación, en cualquier momento, los brazos de una abuela, son y serán el refugio perfecto.
[…] El nieto iba siempre contento y emocionado dispuesto a aprender cada día cosas nuevas. Él estaba consciente de que su abuelo era un hombre bueno y lleno de sabiduría. […]