La Romana es un pequeño municipio de la República Dominicana y debe su nombre a una antigua balanza romana de gran tamaño que, en el siglo XVI, servía para pesar las mercancías que transitaban por el puerto y el río, muy importantes en aquella época, principalmente azúcar y harina. Dicha balanza era propiedad de una familia originaria de Lacio, Roma. La Romana se ubica a 45 minutos al oeste de Punta Cana y a una hora y media de Santo Domingo, que es la capital. La ciudad más cercana es San Pedro de Macorís, cuna de grandes peloteros, algunos de “grandes ligas”, como Joaquín Andújar y José Arredondo, entre otros.
Su población es mayormente de gente mulata, ya que los españoles prácticamente terminaron con la población nativa, los Taínos, quienes eran los habitantes de toda la zona del Caribe. La encomienda que traían los españoles era la minería, en esta región, principalmente la explotación de las minas de ámbar que eran abundantes en la zona. La constitución física de los Taínos no era para trabajos rudos, así que los españoles se encargaron de llenar la isla de esclavos negros que traían de sus colonias en África para sustituir a los Taínos, marcando su destino final.
La Romana fue fundada en 1897, cuando le fue otorgada una concesión a una firma cubana para establecer una refinería de petróleo.
En sus orígenes, La Romana fue una ciudad decadente y sin futuro para sus habitantes. En 1917, gracias a la construcción de un gran molino, propiedad de los italianos ya mencionados, se comenzó a obtener azúcar a partir de la caña sembrada en las grandes plantaciones que aún al día de hoy rodean la zona, siendo además una de las principales fuentes de ingreso del país después del turismo.
En 1960, Gulf and Western Industries, Inc. compró el molino de azúcar y empezó a invertir en la industria ganadera y cementera de la provincia. Invirtió en modernizar el municipio, construyendo colegios, clínicas, viviendas y demás infraestructura para sus trabajadores dominicanos. A mitad de la década de 1970, el conglomerado americano empezó a vender sus activos dominicanos y, a la vez, construyó lo que hoy es uno de los complejos turísticos más grandes y exclusivos de la República Dominicana: Casa de Campo, un lugar increíble y paradisíaco donde tienen villas artistas como Julio Iglesias, Oscar de la Renta, Carolina Herrera, entre otros, aparte de las cabañas del resort.
Casa de Campo está catalogado hasta hoy como el complejo turístico más grande del Caribe. Cuenta incluso con aeropuerto propio y un campo de golf de 18 hoyos, llamado “Diente de Perro”, que está catalogado dentro de los 10 mejores campos de golf del mundo. El desarrollo del campo de golf fue asignado a Pete Dye, arquitecto y diseñador de muchas canchas de golf en el mundo.
Adicionalmente, Casa de Campo cuenta con una ciudad medieval llamada Altos de Chavón, que debe su nombre al Río Chavón que circula alrededor de la ciudad. Incluye un anfiteatro romano para conciertos de “alto nivel”, inaugurado por Frank Sinatra en 1978. El paraje de Altos de Chavón, situado en la sección de Aletón de Casa de Campo, se empezó a construir en 1976. Charles Bludhorn, presidente de Golf & Western Corporation, fue quien tuvo la idea de construir esta aldea de estilo mediterráneo del siglo XVI como regalo de cumpleaños a su hija en los altos del río Chavón.
El italiano Roberto Copa fue el encargado de hacer realidad la idea de Bludhorn. Es increíble la sensación de estar en ese lugar, que te hace sentir como si estuvieras en una ciudad de la Europa mediterránea, con sus villas, restaurantes, tiendas de souvenirs y callejuelas con las más espectaculares vistas del Río Chavón y el mar Caribe.
Estuve hospedado en Casa de Campo entre 1991 y 1992 durante tres meses, en una humilde cabaña de 2 recámaras, sala y comedor, televisión en cada habitación, minibar, Nintendo, jacuzzi, con todos los alimentos incluidos; todo como parte de los viáticos y gastos de viaje por los servicios que en ese entonces prestaba a la empresa norteamericana MaidenForm.
A partir de los sábados por la tarde y los domingos podía disfrutar de este paraíso, pues los demás días me la pasaba trabajando; como diría Ripley, “aunque usted no lo crea”.
MaidenForm fue la primera marca de ropa interior para dama en hacer publicidad y anunciar sus productos en periódicos, revistas, autobuses, vallas publicitarias e incluso en la radio. En 1942, William Rosenthal, dueño de la marca, presentó una patente para un sujetador con tirantes regulables que, una vez ajustados, se mantuvieran fijos, es decir, no usan varillas; vaya que aprendí mucho de esta industria, entre copas y tallas.
Entre La Romana y Casa de Campo existe una Zona Franca para industrias maquiladoras. MaidenForm cuenta con 2 plantas de manufactura de ropa íntima para dama, en donde estuvimos trabajando esos 3 meses instalando un sistema informático automatizado para el control de producción, incentivos y pago de nómina, de acuerdo a las leyes del país y a los lineamientos de control de producción, bonos e incentivos de la empresa, de la mano con el Gerente General, Don Herminio Rodríguez (puertorriqueño), la Gerente de Informática, la Ing. Olga Peña, oriunda de La Romana, así como el representante de MaidenForm, el Ing. Celestino Torres.
La firma del proyecto se realizó una vez que desarrollamos el sistema en México, acorde con las leyes mexicanas en sus plantas de Mérida y Valladolid. Posteriormente, nos invitaron a instalarlo en sus otras plantas de Centroamérica y el Caribe. El proyecto lo contrató y coordinó el Sr. Charles Brown, quien propuso para acompañarnos en el proyecto a Herminio Rodríguez por su experiencia de más de 25 años en la empresa, en el área de producción, en su natal Puerto Rico.
Acostumbrado a realizar prácticamente todo el trabajo de cálculo de forma manual, y tras varios intentos fallidos en Puerto Rico para automatizar el sistema, Don Herminio dudaba mucho de que el sistema funcionara. Nos lo hizo patente desde el principio, a veces directamente, otras en broma. La realidad es que en las primeras etapas del proyecto se desentendió totalmente de él. Me hacía bromas, como preguntar si yo sabía cuál era la compañía telefónica de México en EE.UU., “pues Taco Bell”, y otras similares; poco a poco nos fuimos acostumbrando a su forma de ser y a su trato, involucrándolo en el proyecto hasta que al final confió en él y logramos sacarlo adelante, llevándolo a otras plantas de MaidenForm en Jamaica, Puerto Rico, Costa Rica. Al final, nos volvimos grandes amigos, hasta que falleció recientemente. Descanse en paz. Sí que me hizo la vida de cuadritos y ver mi suerte, como decimos los mexicanos, sobre todo en el proyecto de La Romana, con “pequeños detalles” que a continuación les relato y que, de no haber sido por el apoyo de la gente de la planta y principalmente de Olga Peña, quién sabe qué hubiera sido de nosotros.
Empezamos a finales de 1991. Era nuestra primera salida de México; tuvimos que tramitar visas norteamericanas y pasaportes, pues era paso obligado llegar a Miami y de ahí viajar a Santo Domingo. Cuando llegamos a la capital, nos estaba esperando un chofer para llevarnos a Casa de Campo. Poco tiempo estuve en Santo Domingo, pero sí observé que había más gente blanca, seguramente descendientes de españoles, criollos, que en el resto del país, al menos en la parte que conocí. Todo el camino hasta La Romana estaba repleto de siembras de caña de azúcar, muy tropical; sin embargo, a excepción de las zonas de entrada a los grandes resorts, se notaba mucha pobreza. El impacto de llegar a Casa de Campo, el recibimiento, la atención, el servicio fue impactante y más cuando vi mi cabaña, me quedé boquiabierto.
Empezamos nuestro trabajo al día siguiente, después del desayuno en el hotel. Nos trasladamos por nuestra cuenta a la planta y fuimos recibidos por Herminio Rodríguez, que, por cierto, también estaba hospedado en Casa de Campo, con una cara de «bueno, ya están aquí y que Dios los bendiga», como dirían los norteamericanos “be my guest”.
Le presentamos el plan de trabajo general, nos instalamos y empezamos la capacitación.
A diferencia de otras plantas del Grupo, en esta no había comedor; me di cuenta porque nadie nos dijo, cuando mis tripas empezaron a rechinar. Se acercó la gerente de Recursos Humanos y me preguntó si no íbamos a comer. Le dije que nadie nos había dicho nada y que estaba esperando los toques de timbre o señales de hora de comida en las plantas, como lo había visto en las plantas de México. Me explicó que no, que ellos no tenían esa prestación, que había que salir de la planta y comprar en los puestos de comida que daban servicio a los empleados, pero que a esa hora, más o menos entre 5 y 6 de la tarde, lo único que había eran alitas de pollo fritas. Pues no quedó de otra más que comprar 2 órdenes de alitas, una para Gabriel y otra para mí; a esa hora, y después de haber desayunado a las 7 de la mañana, puedes pensar que lo que caiga en tu estómago es bueno. Sin embargo, las famosas alitas estaban fritas en aceite, pero como bien dijo Gabriel, aceite de automóvil.
Ese fue nuestro primer día. A las 7 pm pasó por nosotros Don Herminio en el aula de capacitación, urgido de que ya nos fuéramos al hotel porque estaba empezando el happy hour del hotel y no se lo podía perder.
En una ocasión, como dos meses después, cuando ya estábamos empezando la implementación del sistema y haciendo pruebas, en las cuales el tiempo se te va sin darte cuenta de la hora, en un break me di cuenta de que Olga, Gabriel y yo éramos los únicos en la planta, además del diligenciero, quien también era el encargado de cerrar la planta, una persona muy amable, bajito, delgado, moreno, que solo nos veía y daba vueltas por la oficina sin atreverse a preguntarme algo, hasta que después de un rato se animó a preguntarme, “Señor Godínez, ¿a qué hora se piensan ir al hotel?”.
Le contesté que estaba esperando a que Don Herminio pasara por nosotros como todos los días al salir de su oficina, a lo cual me contestó que él ya se había ido desde las 5 de la tarde a la hora feliz porque ese día daban clases de merengue y bachata. Le pregunté cómo nos iríamos al hotel, siendo las 9 de la noche y a esa hora no había taxis. Me llevó a la puerta de la planta y me mostró su “motora”, una pequeña Vespa con la cual él hacía sus diligencias, y me dijo que si yo quería nos podíamos acomodar los tres.
Tras meditarlo 5 segundos, le dije que sí; hasta ahora no me explico cómo pudimos acomodarnos el diligenciero, muy delgadito, Gabriel que estaba muy pasado de peso en ese entonces y del doble de mi tamaño, y yo, más nuestras mochilas. A mí me tocó en la parte de atrás, iba agarrado hasta con los dientes, y aunque no está muy lejos el hotel, fueron 15 minutos de adrenalina pura y mentadas de madre a mi querido amigo que nos dejó esperando en la planta, Gabriel muerto de la risa.
Era preocupante la manera en que el gerente tomaba; trabajábamos incluso los sábados, medio día, cuando nos esperaba.
Nos invitaba a comer a La Romana, había algunos restaurantes muy buenos y salíamos de la comida diaria de Casa de Campo, que, si bien era muy buena y variada, porque además contaba con diferentes restaurantes de especialidades, sucede que de repente quieres probar lo del pueblo, lo tradicional del lugar. Sin embargo, nos sucedió más de una vez que terminábamos cenando en el hotel al inicio de la hora feliz, porque en lugar de llevarnos a comer, a Don Herminio le encantaba ir a una plazoleta donde había mesas en la calle, a tomar unas “caguamas” de la riquísima cerveza Presidente, originaria del país, tipo lager, acompañadas con botanas que nos servían de un queso tipo panela a la plancha y algunas otras viandas tipo tablas como en Costa Rica; y ahí estábamos en plena calle de La Romana con las «caguamas», esperando a que el buen hombre nos llevara a comer.
Los domingos que nos tocó estar allá fueron increíbles: conocer Altos de Chavón, el río, el anfiteatro, la capilla tipo medieval, las tiendas de souvenirs, conocer el ámbar, comprar tarjetas de viaje, comer o cenar en algún buen lugar, entre otros. Recuerdo que yo compré un ámbar que tenía dentro un mosquito fosilizado, como los de la película de Jurassic Park. El ámbar, árabe o succino, es una resina fosilizada de origen vegetal, proveniente principalmente de restos de coníferas que, cuando brota del árbol, en su camino de repente atrapa algunos insectos y con el paso del tiempo se vuelve fósil.
Uno de esos domingos fuimos a la playa. Resulta que Casa de Campo no tenía playa originalmente, todo era piedras y riscos, así que decidieron hacer su propia playa, buscando el lugar más bajo en contenido de piedras y altura de riscos; a base de dinamitarlas fueron armando y modelando la playa, de ahí el nombre de la playa “Minitas”. Minitas es realmente un paraíso de postal, limpieza, tranquilidad, con la arena típica del Caribe, además de que solo puedes entrar si estás hospedado en el hotel o por invitación.
Cuando Gabriel y yo llegamos, transportados desde el hotel por la guagua, servicio con el que te podías mover por todo el resort en sus diferentes rutas, quedamos maravillados.
Nos paramos un momento en la entrada a leer la historia del lugar y Gabriel, quien es muy católico y ferviente observador de las reglas, observó un letrero que decía: “El Gobierno de la República Dominicana prohíbe los desnudos totales o parciales (topless) en las playas del país”. Sin embargo, no decía nada de que sería sancionado o retirado del lugar la persona que así lo hiciera.
Después de un rato de estar ya cómodamente instalados en la playa, pasó un grupo de españolas que se acomodaron muy cerca de nosotros y decidieron que se tenían que broncear de cuerpo completo, para lo cual se quitaron el sostén.
Fue muy divertido ver la cara de Gabriel, que inmediatamente me dijo: “Luis, a la entrada dice que esto está prohibido”. Solemnemente le contesté: “Gabriel, estas personas vienen a divertirse.
Es una sana costumbre en su país hacer lo que están haciendo, como lo más natural, y definitivamente yo no estaba dispuesto a dar parte a las autoridades de lo ocurrido, en pro del turismo del país y el disfrute de sus visitantes”.
Pero no todo fue tan malo con Don Herminio.
En 1992 se conmemoró el quinto centenario de la llegada de los españoles a América. Cristóbal Colón llegó con sus naves a República Dominicana el 5 de diciembre de 1492 y le nombraron Isla Hispaniola. Me enteré, por la gente de la planta, que habría un concierto en Casa de Campo, donde tocaría mi grupo favorito de Smooth Jazz, Spyro Gyra, cuyo estilo es latino y su música increíble. Enloquecí por ir a verlos; el concierto fue el 5 de diciembre de 1992, sábado.
Sin decirme nada, mi amigo Celestino Torres consiguió 5 boletos para Gabriel, Olga, Herminio, Celestino y yo. Se lo comentamos a Don Herminio, quien accedió a llevarnos al concierto saliendo de la planta. Fue increíble, aluciné; el ambiente, el lugar, mi grupo favorito, mis amigos, lo que se “festejaba”.
Tristemente, a las 7 pm, Don Herminio se despidió de nosotros porque era la hora feliz en el hotel, así que nos quedamos los cuatro disfrutando de la música y el ambiente hasta que pasó el último servicio de «guaguas» y subimos a Olga en un taxi que la llevara a su casa en La Romana.
La amistad con Olga Peña se volvió de hermandad, por todo lo que tuvimos que hacer y pasar.
Logramos liberar el sistema a tiempo y en forma, lo cual no hubiera sido posible sin su apoyo y profesionalismo. Nos felicitó la compañía, también Don Herminio, además de que aseguramos trabajo para la compañía con los contratos de implementación en las otras plantas del grupo.
Para festejarlo, Olga nos invitó a comer a su casa un domingo, unos días antes de nuestro retorno a México. Ya para entonces teníamos una muy buena amistad y me había comentado de su familia, de sus gustos y algo que me llamó mucho la atención.
Me comentó cómo en esas dos islas que comparten prácticamente el mismo territorio, Puerto Rico por un lado y Dominicana y Haití en la misma isla, existe mucha migración y estatus social, a veces discriminación, principalmente de Haití con pobreza extrema, Dominicana que va saliendo gracias al turismo, a los ingenios azucareros y la incipiente maquila, y Puerto Rico que, como Estado Libre Asociado a EE. UU., además de ser la puerta de entrada a EE. UU., recibe mucho apoyo económico, fiscal, prestaciones, protección, infraestructura, entre otros.
Iniciamos nuestra visita a la casa de Olga asistiendo a Misa de 8 de la mañana en La Romana. Gabriel nunca dejó de asistir los domingos a la misa en Casa de Campo. Nunca habíamos interactuado con la gente del pueblo, fue una experiencia llena de sentimientos encontrados, conscientes de lo que vivíamos día a día en el hotel y lo que vivimos apenas saliendo de la misa.
El 95 %, si no es que más, de la gente a nuestro alrededor eran mulatos. Se acercaron a nosotros mientras esperábamos a Olga, muchos niños pidiendo caridad, jalándote la ropa, muchos de verdad.
Después se acercaron 4 tipos, muy bien arreglados, el primero me preguntó, a lo cual quedé sorprendido, “ustedes no son de aquí, ¿verdad?”. Si bien Gabriel y yo no somos muy blancos, pensé entre mí, este hombre es brujo.
Amablemente le contesté que no, que éramos mexicanos y que estábamos esperando a unos amigos de La Romana. Me comentó más en cortito que tenía una prima mulatita muy hermosa con la cual me podría contactar para salir con ella a tomar un café y quien sabe, a lo mejor con algunos dólares que le diera la pudiera llevar a mi hotel.
La verdad no es que me asustara, ni soy mojigato, pero sí me sorprendió el ofrecimiento. Con el tiempo entendí que es parte de nuestra triste realidad en ese tipo de países y otras islas caribeñas, principalmente Cuba.
Afortunadamente llegó Olga y, como de caricatura de super héroes, nos liberó de nuestros nuevos amigos, llevándonos a su casa.
Fue una experiencia inolvidable y lo sucedido caló en mi ser.
Recuerdo que por ese entonces estaba de moda Juan Luis Guerra, quien es oriundo de República Dominicana. Muy buen ritmo, pero sus letras con demasiadas parábolas que no entendía, como “quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera”, “te regalo una rosa, la encontré en el camino, no sé si está desnuda o tiene un solo vestido”, “me sube la bilirrubina cuando te miro y no me miras”, entre otras, además del nombre del grupo “440”, que es el nombre que se le da coloquialmente al sonido que produce una vibración a 440 Hz y sirve como estándar de referencia para afinar la altura musical.
«La 440 es la nota musical que se encuentra cinco teclas blancas a la derecha del Do central del piano”.
Sin embargo, en todo el viaje no habíamos escuchado ni una de sus canciones, aun siendo ya muy famoso y estando en su tierra.
Llegamos a casa de la familia Peña, nos recibió su papá en la puerta, Don Francisco Peña, un señor delgado, alto, calculo 1.80 metros, de unos 60 años en ese entonces, muy amable. Nos invitó a pasar a la sala; su casa, modesta pero muy agradable, con un hermoso patio trasero con plantas típicas de la región. Mientras Olga ayudaba a su mamá, Doña Olga, con la comida, un delicioso potaje de yuca, carne de cerdo, lentejas y, por supuesto, plátano macho; aún se me hace agua la boca cuando me acuerdo, y algo que nunca había probado en un potaje, bolitas de masa de maíz.
Don Francisco nos platicó que él trabajaba en un ingenio azucarero, que estaba muy contento de que estuviéramos en su casa, muy orgulloso de sus hijas, las tres profesionistas: Olga, ingeniera en sistemas; su hija Daniela, que es doctora; y Diana, que es abogada.
En eso estaba la charla cuando de repente se disculpó y, de reojo, vi que se subió a una bicicleta fija y empezó a pedalear con mucha energía. Ya te imaginarás mi cara de asombro, pensé entre mí, con razón se conserva en tan buena forma.
Regresó como a los 15 minutos y nos explicó que en La Romana fallaba mucho la luz y había cargado el generador para que pudiéramos escuchar música. Se acercó a un equipo con lector de Disco Compacto y colocó un CD de Juan Luis Guerra y su 440.
En ese momento, en ese entorno, con ese cariño y recibimiento, fue cuando entendí las letras de las canciones, con esa alegría, música contagiosa y mensajes subliminales de las letras de Juan Luis Guerra. A partir de mi retorno a México, cuando compré el mismo CD, fue partícipe de todas las fiestas que organizábamos en la casa.
Me aprendí de memoria todas las canciones.
Más tarde llegó su hermana Daniela. Estuvimos platicando de su carrera, de su bebé, su familia y su más grande deseo: poder migrar a Puerto Rico y de ahí viajar a Nueva York para hacer una especialidad en Pediatría y volverse residente.
La reunión se prolongó poco más allá de las 9 de la noche. Era hora de regresar al hotel y lo teníamos que hacer en taxi. Don Francisco se ofreció a acompañarnos a una central de taxis cercana a su casa.
Nos despedimos de la amable familia, con una agradable sensación de bienestar, agradecimiento y, definitivamente convencidos de que cuando se siembra en campo fértil, la tierra siempre da buenos frutos, sin importar las condiciones del entorno.
Olga se despidió de nosotros, recomendándonos que no permitiéramos que se nos acercara nadie y que no pagáramos más de 10 dólares por el taxi, pues seguramente, al ver que no éramos locales, tratarían de abusar.
Y efectivamente, llegamos al sitio, nos despedimos de Don Francisco agradeciéndole todas sus atenciones, y cuando pregunté el costo de llevarnos a Casa de Campo, nos dijeron que la tarifa era de 20 dólares. Yo estuve de acuerdo, total, yo no pagaba los gastos.
Sin embargo, Gabriel, muy indignado, me convenció de que hiciéramos caso a Olga y no accediéramos, que el hotel estaba cerca y podíamos incluso ir caminando.
Craso error.
Empezamos a caminar, se me figuraba que estábamos entrando a la boca del lobo, cada vez más oscuro.
Cruzamos unas vías de ferrocarril, todo el tiempo sin hablar, tensos, continuando a la vera del camino hacia el hotel, cero iluminación, más que la luz de las estrellas. De repente, empezamos a escuchar aullidos y ladridos de perro, cada vez más cerca. Solo sentí que la piel se me ponía como de gallina y evocó el dicho uruguayo de “patas pa que os quiero”, a correr se ha dicho. De repente, por obra de alguno de todos los santos a los que me había encomendado y prometido que ya no haría caso de voces que me dijeran ahórrate los 10 dólares, apareció uno de los vehículos de servicio de Casa de Campo. Fue milagroso, enseguida paró y el conductor nos ayudó a subir, solo nos dijo: “¿Haciendo ejercicio a estas horas de la noche?”.
Ni qué responderle, pues estábamos reponiéndonos del susto. Nos comentó que en esa parte donde nos subió al vehículo, es precisamente donde está la zona franca, que de noche es muy peligrosa, tanto por robos a las mismas maquiladoras como por los perros que abundan en la zona.
Éramos muy afortunados de que él hubiese pasado por ahí ya tan tarde.
Llegando al hotel, me bajé, besé el suelo, me santigüé, di gracias a Dios y casi le doy un zape al buen Gabriel, que aún tenía cara de asustado.
Solo atiné a decirle: “Qué bien la pasamos, qué lindas personas; descansa y felicidades por un excelente trabajo, misión cumplida”.