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Pronto empezará la primavera en la provincia bielorrusa de Brest-Litovsk. Aún hace frío. León Trotsky salé de un vagón-restaurant de tren y camina calado con su abrigo negro después de una discusión con Nikolai Bujarin. Ahora, va al encuentro del General alemán Max Hoffman, del ministro austrohúngaro Ottokar Czernin y del visir turco Mehmet Talat. Pronto, Trotsky dará una definición sociológica de Estado que llegará hasta nuestros tiempos haciendo referencia a un medio específico comparable únicamente a la acción de las asociaciones políticas; “Todo estado está fundado en la violencia”. Y esto es objetivamente cierto ya que en la práctica, un Estado es una comunidad humana que dentro de un cierto territorio, reclama (con éxito) para sí mismo, el monopolio de la violencia física legítima; al resto de los individuos solo se les concede el derecho a la violencia en la medida que el Estado se los permita. El estado se legitima con la fuerza, declarándose la única fuente del derecho.

Max Weber, da inicio a su disertación con la definición de Estado con el matiz de ser el único detentor del poder por medio de la violencia, sin embargo lo que realmente nos atañe, es el tema propuesto por el título. Pero antes, ¿cómo define Weber a la política? Para este sociólogo la política no es más que la aspiración a participar en el poder o influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen. Así pues, quien hace política aspira al poder; al poder como medio de para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al “poder por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que el confiere. Ahora bien, estos que dicen hacer política lo pueden hacer como político “ocasional”, como profesión secundaria o como profesión principal; es decir o se vive “para” la política o se vive “de” la política, entonces, quien vive “de” la política como profesión es quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive “para” la política quien no se halla en este caso.

Quien hace política o se desempeña como funcionario público, es hombre, y como esta es la naturaleza de su ser, tiende a caer en pecado, y dos son los grandes pecados mortales en los que pueden incurrir: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad, que frecuentemente, aunque no siempre, coincida con aquella. El político entonces, tiene que vencer día a día y cada hora a un demonio –un daimón Socrático- muy humano, la vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura.

La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma. Y sin embargo, la entrega a una causa solo puede nacer y alimentarse de la pasión, si ha de ser una actitud auténticamente humana y no un frívolo juego intelectual. Si el político no tiene una finalidad, será proclive a buscar la apariencia brillante del poder en lugar del poder real; su falta de responsabilidad lo llevará a gozar del poder por el poder, sin tomar en cuenta su finalidad.

Me llama particularmente el tratamiento de la ética que Weber da en su discurso y rescato el siguiente texto para comenzar con el tema:

Raramente encontrarán a un hombre que haya dejado de amar a su mujer para amar a otra y no se sienta obligado a justificarse ante sí mismo diciendo que la primera no era digna de su amor, o que lo ha decepcionado, o dándose cualquier otra razón por el estilo. Esto es una falta de caballerosidad. En lugar de afrontar simplemente el destino de que ya no quiere a su mujer y de que esta tiene que soportarlo, procediendo de modo poco caballeroso trata de crearse una “legitimidad”en virtud de la cual pretende tener razón y cargar sobre ella las culpas, además de la infelicidad”.

En este texto, de forma implícita, se puede ver la falta de ética de la convicción y de ética de la responsabilidad. Quien se quiera dedicar a la política ya sea por convicción o por vivir de ella, debe tener presente que las consecuencias de actuar bajo los preceptos de la ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre promedio.

Quien opera conforme a la ética, llegará un momento que no soporte la irracionalidad ética del mundo, se vuelve un “racionalista” cósmico-ético. Weber maneja este concepto de la irracionalidad con una analogía religiosa donde afirma que esta ha sido la fuerza que ha impulsado todo desarrollo religioso, y no solo concuerdo en estos términos con Weber, sino que además creo que la irracionalidad es aún la fuerza que mueve a la sociedad, con lo absurdo que se ha vuelto la vana facultad del pensamiento de la gente.

Regresando a Weber, este afirma que el mundo está regido por demonios que se meten en política y que quieren utilizarla como medios del poder y la violencia, quien accede a esto, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno solo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente ocurre lo contrario. Quien no ve esto es un niño.

Es importante, menciona Weber que quien quiera imponer sobre la tierra la justicia absoluta valiéndose del poder necesita seguidores, un “aparato” humano. El político tendrá que compensarlos con premios internos y externos, dentro de los internos, lo hará con la satisfacción del odio y el deseo de revancha y, sobre todo, la satisfacción del resentimiento y la pasión de tener siempre la razón. Como medios externos, el político está ofreciendo la aventura, el triunfo, el botín, el poder y las prebendas.

Retomo lo que dice Weber, quien hace política, pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno al poder. Así es que quien busque la salvación de su alma y de los demás, no lo deberá de buscar en la política y esto le puede crear un conflicto sin solución, y de forma contraria, quien persigue por medio de la acción política y se sirve de medios dudosos y sin ética de la responsabilidad, pone en peligro la “salvación del alma”.

Es difícil saber cuándo se tiene que obrar bajo los principios de la ética de la responsabilidad y cuando de la ética de la convicción. Tomando la máxima “El demonio es viejo; hazte viejo para poder entenderlo” , el actor político puede obtener el reconocimiento al demostrar que siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a una ética de responsabilidad y que al llegar cierto momento diga: “No puedo hacer otra cosa, aquí me detengo”. Esto si es algo auténticamente humano, y esto si cala hondo.

La política es una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. En este mundo, no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una y otra vez.

Weber me deja una enseñanza de vida y es que sólo quien está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se muestra demasiado estúpido o demasiado despreciable y vil para lo que uno ofrece; sólo si uno hace frente a esto y es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre de esta forma construido tiene “vocación” para la política.

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